Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 27 de junio de 2007
Hay quien piensa que las leyes humanas están hechas para violarse. Pero al menos queda el consuelo de pensar que sicarios, funcionarios corruptos y ciudadanos gandallas no pueden sustraerse a las leyes naturales, que se cumplen siempre y en todo lugar y no admiten excepciones.
Por más que uno quiera volar como Supermán, la gravedad se lo impide; y no se puede construir una máquina de movimiento perpetuo porque la segunda ley de la termodinámica lo prohíbe. Pareciera que estas leyes están “escritas” en la naturaleza, y que la labor del científico es simplemente descubrirlas.
Pero la historia de la ciencia muestra que cada vez que creemos haber descubierto las leyes naturales, encontramos luego que estábamos equivocados. Las leyes de Kepler fueron sustituidas por las de Newton, y éstas por las ecuaciones de Einstein. Cuáles son las “verdaderas”?
Por otro lado, suponer que todas las leyes de la naturaleza son tan universales y absolutas como las leyes de la física implicaría que ciencias como la química o la biología son menos “científicas”, pues no tienen leyes de este tipo. La ley periódica que explica las propiedades de los elementos químicos no es rigurosa, sino aproximada; y las llamadas leyes de Mendel sólo se cumplen en ciertos casos. La cosa empeora si hablamos de ciencias médicas, donde la efectividad de un tratamiento sólo puede estimarse estadísticamente, no asegurarse, o ciencias sociales, donde un determinismo como el de la física es sólo posible en la ciencia ficción (por ejemplo, la “psicohistoria” de la trilogía de Fundación, de Isaac Asimov). En realidad ni siquiera las leyes de la física se cumplen siempre rigurosamente, sino sólo en condiciones experimentales muy restringidas, y hay situaciones en donde no son aplicables (por ejemplo, en el big bang, o cerca de un agujero negro).
Ante estos problemas, algunos filósofos de la ciencia optan por rechazar de plano la existencia de leyes naturales; mandarlas al diablo. Otros aceptan que existen, pero que no son realmente universales, sino construcciones conceptuales válidas en ciertos contextos limitados (algunos más limitados que otros), donde nos permiten darle sentido a la realidad, predecirla y manipularla.
En resumen, las leyes son útiles cuando nos convienen, y cuando no, inventamos otras mejores. Algo para pensar.
Columna semanal divulgación científica de Martín Bonfil Olivera, de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia, de la UNAM.
miércoles, 27 de junio de 2007
miércoles, 20 de junio de 2007
Genoma: no todo son genes
Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 20 de junio de 2007
No deja de dar sorpresas el genoma. La más reciente, ya comentada aquí por Horacio Salazar, proviene del proyecto “Enciclopedia de elementos del ADN” (ENCODE), y se publicó la semana pasada en las revistas Nature y Genome Research.
Lo primero que llama la atención de este proyecto internacional, en el que participan 308 investigadores de 10 países (ninguno de Latinoamérica), es que estudia, por raro que suene, la parte del genoma que no son genes.
Y es que la imagen del genoma como conjunto de genes —cadenas de ADN con instrucciones para fabricar proteínas, las moléculas que hacen funcionar la célula—, es ya obsoleta. La misma palabra “genoma” conlleva este prejuicio “genocéntrico”, como si los genes fueran todo lo que hay. Hoy se habla también del proteoma (conjunto de proteínas que produce la célula) y el transcriptoma, o conjunto de moléculas de ácido ribonucleico (ARN, el primo del ADN) que actúan como mensajeras entre el núcleo y la fabricación de proteínas.
Se sabe que hasta un 97% de la información contenida en el ADN humano no se utiliza para producir proteínas. Se le llamó “ADN chatarra”, pero hoy se sabe que incluye muchísimos “elementos funcionales”, tramos de información cuyo papel es central para el funcionamiento del organismo. Entre ellas, regiones reguladoras que controlan qué genes se activan y cuándo, y otras involucradas en el enrollamiento y desenrollamiento del ADN durante el ciclo celular (una sola célula humana contiene en su núcleo alrededor de un metro de ADN, que cuando no está siendo “leído” se empaqueta de forma extremadamente compacta).
Gran parte del “ADN chatarra” está activo, produciendo ARN, aunque no se traduzca en proteínas. ENCODE ha logrado, tras cuatro años y más de 42 millones de dólares, analizar detalladamente, con técnicas moleculares y computacionales, los elementos funcionales del uno por ciento del genoma humano (unos 30 millones de letras).
Entre otras cosas, ha descubierto que la evolución del genoma es más compleja de lo que se creía. Tramos cuya función es importante mutan con gran frecuencia, contrario a lo esperado; inversamente, tramos muy conservados evolutivamente parecen no cumplir ninguna función. Sin duda, las sorpresas seguirán conforme avance el proyecto, haciendo que nuestra visión del genoma se vuelva más compleja, pero también más útil.
Milenio Diario, 20 de junio de 2007
No deja de dar sorpresas el genoma. La más reciente, ya comentada aquí por Horacio Salazar, proviene del proyecto “Enciclopedia de elementos del ADN” (ENCODE), y se publicó la semana pasada en las revistas Nature y Genome Research.
Lo primero que llama la atención de este proyecto internacional, en el que participan 308 investigadores de 10 países (ninguno de Latinoamérica), es que estudia, por raro que suene, la parte del genoma que no son genes.
Y es que la imagen del genoma como conjunto de genes —cadenas de ADN con instrucciones para fabricar proteínas, las moléculas que hacen funcionar la célula—, es ya obsoleta. La misma palabra “genoma” conlleva este prejuicio “genocéntrico”, como si los genes fueran todo lo que hay. Hoy se habla también del proteoma (conjunto de proteínas que produce la célula) y el transcriptoma, o conjunto de moléculas de ácido ribonucleico (ARN, el primo del ADN) que actúan como mensajeras entre el núcleo y la fabricación de proteínas.
Se sabe que hasta un 97% de la información contenida en el ADN humano no se utiliza para producir proteínas. Se le llamó “ADN chatarra”, pero hoy se sabe que incluye muchísimos “elementos funcionales”, tramos de información cuyo papel es central para el funcionamiento del organismo. Entre ellas, regiones reguladoras que controlan qué genes se activan y cuándo, y otras involucradas en el enrollamiento y desenrollamiento del ADN durante el ciclo celular (una sola célula humana contiene en su núcleo alrededor de un metro de ADN, que cuando no está siendo “leído” se empaqueta de forma extremadamente compacta).
Gran parte del “ADN chatarra” está activo, produciendo ARN, aunque no se traduzca en proteínas. ENCODE ha logrado, tras cuatro años y más de 42 millones de dólares, analizar detalladamente, con técnicas moleculares y computacionales, los elementos funcionales del uno por ciento del genoma humano (unos 30 millones de letras).
Entre otras cosas, ha descubierto que la evolución del genoma es más compleja de lo que se creía. Tramos cuya función es importante mutan con gran frecuencia, contrario a lo esperado; inversamente, tramos muy conservados evolutivamente parecen no cumplir ninguna función. Sin duda, las sorpresas seguirán conforme avance el proyecto, haciendo que nuestra visión del genoma se vuelva más compleja, pero también más útil.
miércoles, 13 de junio de 2007
El derecho a la ciencia
Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 13 de junio de 2007
No puede negarse: la cultura científica es indispensable para el ciudadano.
No sólo por su utilidad práctica para dar sentido a los avances científico-técnicos que nos asedian. También porque el pensamiento científico es una herramienta incomparable para buscar soluciones reales a problemas en todos niveles (personal, laboral, social, global…). ¿Cómo resolver una discusión, encontrar trabajo, combatir el desempleo o el calentamiento global? ¿Conviene recurrir al pensamiento mágico –ese archienemigo de la razón– o buscar soluciones racionales basadas en la evidencia y la experiencia comprobable?
Desgraciadamente, la ciencia y el modo de pensar que la hace posible gozan de poco aprecio. En la revista Science del 18 de mayo, Paul Bloom y Deena Skolnik, de la Universidad de Yale, advierten que el rechazo a la ciencia tiene dos fuentes principales: el conocimiento previo, muchas veces adquirido en la infancia, y lo que se acepta como conocimiento de sentido común en una sociedad.
El conocimiento científico a veces contradice lo que indica la intuición. Las cosas, contradiciendo a Newton, parecen moverse sólo mientras las empujemos; la evolución darwiniana es un proceso ciego y azaroso, pero uno tiende a pensar que todo en el mundo tiene un objetivo; la dualidad entre cerebro y mente (o “alma”) parece natural, aunque las neurociencias muestran claramente que es falsa.
Bloom y Skolnik concluyen que es esperable encontrar en los niños una resistencia a las ideas científicas, pues tienden a chocar con el conocimiento intuitivo. Esta resistencia persiste y se convierte en rechazo si en su comunidad la ciencia es poco apreciada y se da crédito a creencias de tipo místico (creacionismo, horóscopos, hechicería). No ofrecen soluciones, pero su reflexión pone a pensar.
Afortunadamente, en nuestro país existen iniciativas que buscan reforzar la apreciación y comprensión pública de la ciencia, como el programa “La ciencia en las calles” que lanzará el próximo viernes y sábado el Instituto de Ciencia y Tecnología del Distrito Federal en la plaza 23 de mayo, junto a Santo Domingo, en el centro histórico, donde como invitación a la cultura científica los ciudadanos podremos disfrutar de conferencias, talleres, obras de teatro y otros eventos. Enhorabuena por la iniciativa, que fortalece el derecho de los ciudadanos a la ciencia. ¡Asista usted!
Milenio Diario, 13 de junio de 2007
No puede negarse: la cultura científica es indispensable para el ciudadano.
No sólo por su utilidad práctica para dar sentido a los avances científico-técnicos que nos asedian. También porque el pensamiento científico es una herramienta incomparable para buscar soluciones reales a problemas en todos niveles (personal, laboral, social, global…). ¿Cómo resolver una discusión, encontrar trabajo, combatir el desempleo o el calentamiento global? ¿Conviene recurrir al pensamiento mágico –ese archienemigo de la razón– o buscar soluciones racionales basadas en la evidencia y la experiencia comprobable?
Desgraciadamente, la ciencia y el modo de pensar que la hace posible gozan de poco aprecio. En la revista Science del 18 de mayo, Paul Bloom y Deena Skolnik, de la Universidad de Yale, advierten que el rechazo a la ciencia tiene dos fuentes principales: el conocimiento previo, muchas veces adquirido en la infancia, y lo que se acepta como conocimiento de sentido común en una sociedad.
El conocimiento científico a veces contradice lo que indica la intuición. Las cosas, contradiciendo a Newton, parecen moverse sólo mientras las empujemos; la evolución darwiniana es un proceso ciego y azaroso, pero uno tiende a pensar que todo en el mundo tiene un objetivo; la dualidad entre cerebro y mente (o “alma”) parece natural, aunque las neurociencias muestran claramente que es falsa.
Bloom y Skolnik concluyen que es esperable encontrar en los niños una resistencia a las ideas científicas, pues tienden a chocar con el conocimiento intuitivo. Esta resistencia persiste y se convierte en rechazo si en su comunidad la ciencia es poco apreciada y se da crédito a creencias de tipo místico (creacionismo, horóscopos, hechicería). No ofrecen soluciones, pero su reflexión pone a pensar.
Afortunadamente, en nuestro país existen iniciativas que buscan reforzar la apreciación y comprensión pública de la ciencia, como el programa “La ciencia en las calles” que lanzará el próximo viernes y sábado el Instituto de Ciencia y Tecnología del Distrito Federal en la plaza 23 de mayo, junto a Santo Domingo, en el centro histórico, donde como invitación a la cultura científica los ciudadanos podremos disfrutar de conferencias, talleres, obras de teatro y otros eventos. Enhorabuena por la iniciativa, que fortalece el derecho de los ciudadanos a la ciencia. ¡Asista usted!
miércoles, 6 de junio de 2007
Dos buenas noticias
Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 6 de junio de 2007
La ciencia y la tecnología comienzan a figurar en la agenda política nacional (aunque no en el Plan Nacional de Desarrollo). Pude atestiguarlo el viernes en la presentación del nuevo Instituto de Ciencia y Tecnología del Distrito Federal (ICyT-DF), y el lunes en el Segundo Seminario Regional sobre Innovación, Vinculación y Educación Pertinente, organizado en Guadalajara por el Foro Consultivo Científico y Tecnológico.
Aunque se trata de proyectos diversos, uno local y otro nacional, comparten convicciones fundamentales: que ciencia y tecnología son vitales para el progreso del país, y que para aprovecharlas hay que vincularlas con la sociedad.
El ICyT, planea hacerlo mediante una agenda triple (científica, tecnológica y de socialización de la ciencia) que fortalezca el desarrollo de la ciencia y la técnica, para aplicarlas a buscar soluciones a los problemas de la ciudad (transporte, contaminación, seguridad…), y promoviendo la cultura científica del ciudadano a través de la educación y la divulgación.
Por su parte, el seminario del Foro Consultivo (y otros seminarios regionales que se realizarán) buscó identificar metas, acciones y estrategias para promover el desarrollo económico y el bienestar social. El Foro también presentará en agosto una propuesta de nueva Ley de Ciencia, Tecnología e Innovación al CONACYT.
Frente a la propuesta quizá más diversa y equilibrada del ICyT-DF, el Foro Consultivo –en el que participan los sectores académico, gubernamental e industrial– hace énfasis en los aspectos económicos. El concepto mismo de “innovación” se maneja como la vinculación de la producción de conocimiento científico y técnico con el sector productivo para la generación de riqueza. Lo cual es más que razonable, pero será importante evitar excesos como los de algunos participantes del seminario, que llegaron a mofarse de la investigación científica básica “que no toma en cuenta los intereses del cliente”.
Para generar la innovación que se desea y mejorar el nivel de bienestar de nuestros ciudadanos, todos los sectores tendrán que entender la naturaleza de la investigación científica. Es indispensable apoyar la investigación básica de calidad, académico, y no querer reducir la ciencia a mera generadora de soluciones para problemas prácticos. ¡No sólo la ciencia que produce dinero o cuida el ambiente es importante!
Milenio Diario, 6 de junio de 2007
La ciencia y la tecnología comienzan a figurar en la agenda política nacional (aunque no en el Plan Nacional de Desarrollo). Pude atestiguarlo el viernes en la presentación del nuevo Instituto de Ciencia y Tecnología del Distrito Federal (ICyT-DF), y el lunes en el Segundo Seminario Regional sobre Innovación, Vinculación y Educación Pertinente, organizado en Guadalajara por el Foro Consultivo Científico y Tecnológico.
Aunque se trata de proyectos diversos, uno local y otro nacional, comparten convicciones fundamentales: que ciencia y tecnología son vitales para el progreso del país, y que para aprovecharlas hay que vincularlas con la sociedad.
El ICyT, planea hacerlo mediante una agenda triple (científica, tecnológica y de socialización de la ciencia) que fortalezca el desarrollo de la ciencia y la técnica, para aplicarlas a buscar soluciones a los problemas de la ciudad (transporte, contaminación, seguridad…), y promoviendo la cultura científica del ciudadano a través de la educación y la divulgación.
Por su parte, el seminario del Foro Consultivo (y otros seminarios regionales que se realizarán) buscó identificar metas, acciones y estrategias para promover el desarrollo económico y el bienestar social. El Foro también presentará en agosto una propuesta de nueva Ley de Ciencia, Tecnología e Innovación al CONACYT.
Frente a la propuesta quizá más diversa y equilibrada del ICyT-DF, el Foro Consultivo –en el que participan los sectores académico, gubernamental e industrial– hace énfasis en los aspectos económicos. El concepto mismo de “innovación” se maneja como la vinculación de la producción de conocimiento científico y técnico con el sector productivo para la generación de riqueza. Lo cual es más que razonable, pero será importante evitar excesos como los de algunos participantes del seminario, que llegaron a mofarse de la investigación científica básica “que no toma en cuenta los intereses del cliente”.
Para generar la innovación que se desea y mejorar el nivel de bienestar de nuestros ciudadanos, todos los sectores tendrán que entender la naturaleza de la investigación científica. Es indispensable apoyar la investigación básica de calidad, académico, y no querer reducir la ciencia a mera generadora de soluciones para problemas prácticos. ¡No sólo la ciencia que produce dinero o cuida el ambiente es importante!
Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx
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