Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 25 de febrero de 2015
El arte y la ciencia siempre se han enriquecido mutuamente. Conceptos y hasta técnicas de un área se importan de forma productiva a la otra. Pero más allá de eso, lograr una verdadera fusión de arte y ciencia es difícil.
Por eso, “La gravedad de los asuntos”, el reto que un grupo de mexicanos, nueve artistas (Nahúm, Ale de la Puente –directores del proyecto–, Arcángel Constantini, Fabiola Torres-Alzaga, Gilberto Esparza, Iván Puig, Juan José Díaz Infante, Marcela Armas y Tania Candiani) y un científico (Miguel Alcubierre, especialista en gravedad y director del Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM) se propusieron el año pasado, luego de “dos años de reflexión”, y de conseguir los apoyos necesarios, ha valido mucho la pena.
El proyecto consistió en viajar al Centro de Entrenamiento para Cosmonautas Yuri Gagarin, en Moscú, abordar un avión ruso Ilyushin 76 MDK y experimentar, por unos segundos, varias veces en un vuelo de dos horas, la sensación de flotar en condiciones de “gravedad cero” (sí, varios de los miembros de la “misión” vomitaron).
Y, además, extraer de esa experiencia las piezas que se muestran en la exposición de “video, fotografía, audio, instalación y arte objeto” que se exhibe actualmente en el Laboratorio Arte Alameda, en el DF.
Yo no sé si, como dijo en la presentación el embajador de la Federación Rusa en México, Eduard Malayan, “con esta propuesta se constata que México está de nuevo en la delantera [artística] en todo el planeta”. Lo que sí sé es que a través de la experiencia, y de la investigación, reflexión y discusión previa –Alcubierre ofreció a los demás participantes en el proyecto charlas sobre la física de la gravedad–, el mundo de los artistas y el de los científicos pudieron acercarse, combinarse y fertilizarse mutuamente.
El crítico de arte Luis Pineda, en la revista Chilango, considera que la exposición tiene una “sólida construcción conceptual”. Un forastero en el mundo del arte como yo (soy químico farmacobiólogo) puede apreciar muchas piezas bellas, interesantes, que evocan distintas emociones y experiencias estéticas. Como los videos: los “cosmonautas” tratando de romper una piñata plateada (“supernova”), mientras fruta y confeti vuelan por doquier y la tercera ley de Newton hace que quien golpea sea lanzado en marometa hacia atrás. Los distintos libros (El Capital, la Biblia, la Constitución…) puestos sobre básculas que registran cómo todos acaban pesando cero gramos. El reloj de arena cuyo flujo se vuelve un remolino de granos rebelándose a la gravitación. La muestra de roca terrestre, “la escritura geológica de la tierra”, que flota libremente. Las gotas de agua dentro de un aparato que permite “observar la formación de esferas líquidas y analizar su estructura bajo la influencia de campos electromagnéticos oscilatorios”. Y las divertidísimas expresiones de los participantes, filmados fijos a una silla mientras el avión acelera a 2G.
También la intensa grabación del sonido de los propulsores, o el fallido artefacto volador diseñado en 1673 que por fin, en microgravedad, logra volar (“quizá sólo estaba en la gravedad equivocada”). Y muchas otras piezas que asombran e intrigan.
Y sin embargo, quienes tenemos formación científica no podemos evitar sentir extrañeza ante algunas de las expresiones, plasmadas en el folleto de la exposición, que los artistas usan. Cuesta, desde nuestra visión, darles sentido: “el arte está dando un giro epistémico”; “en ausencia de la gravedad, el tiempo se envuelve en sí mismo”; “en condiciones de gravedad cero, se desintegra uno de los paradigmas biológicos más íntimamente ligados a la definición de nuestra existencia y de la existencia de todo lo que conocemos en el planeta”; “…romper un paradigma, liberar una molécula, hacer de dos cuerpos poesía”.
Me pregunto si realmente una pieza tecno-artística, al analizar “el comportamiento del agua en caída libre” permite hacer “cuestionamientos hipotéticos, conceptuales y teóricos sobre la molécula de agua”. Si de veras “cierto tipo de arte trata de mostrar y cuestionar, a través de un objeto estético, cómo es que el conocimiento es producido”. Si los artistas habrán comprendido el concepto científico de la gravedad. Si el visitante se llevará alguna noción del mismo.
Pero claro, no es de eso de lo que se trata (y es aquí que mi cuadrada mente de divulgador científico sufre para adaptarse). No es una clase, ni una exposición de ciencia para comunicar conceptos. Es arte. (De lo que sí estoy seguro, no obstante, es de que la gravedad no es “una fuerza más allá de nuestra comprensión”).
Habría que aclarar que, estrictamente, la experiencia vivida no fue de ausencia de gravedad, sino de “microgravedad”, pues el avión, al realizar varias parábolas de casi 10 mil metros de altura, no estaba fuera del campo gravitatorio de la Tierra. Tampoco, como uno hubiera pensado (me incluyo) se logra la ingravidez haciendo que el avión “caiga” libremente en picada (eso duraría demasiado poco). La sensación de ingravidez se logró controlando, en la parte alta de la parábola, la propulsión del avión, de modo que cancelara exactamente la resistencia del aire. El resultado no es que la gravedad deje de actuar sobre los cuerpos, sino que no hay ninguna fuerza que se oponga a ella. En realidad, la sensación de ingravidez se debe no a la falta de gravedad, sino a la ausencia de peso. (Sí: la gravedad newtoniana es un poquito más abstracta de lo que parece. ¡Y eso sin necesidad de entender a Einstein!)
Según el científico Miguel Alcubierre, lo que logró, además de experimentar “una mirada científica más allá de la teoría” (no es lo mismo hacer teoría sobre la gravitación que experimentarla de ese modo) fue “no sólo dejar atrás la gravedad sino también las condiciones que nos identifican como artistas o científicos. La ausencia de gravedad da lugar a la ausencia de diferencias”. Si el objetivo era romper fronteras, acercar mundos, el proyecto lo logró ampliamente. Disfrútelo asistiendo a la exposición antes del 22 de marzo.
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