miércoles, 26 de septiembre de 2012

¿Cáncer transgénico?

Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 26 de septiembre de 2012

Nuevamente, los medios de comunicación masiva dan la alarma: “Hallan tumores en ratas alimentadas con maíz transgénico”. Un grupo de investigadores franceses e italianos, comandados por Gilles-Eric Séralini, de la Universidad de Caen, Francia, hallaron que una de las variedades más populares de maíz transgénico parece causar cáncer en ratas alimentadas con él. Las impresionantes fotos de los roedores y sus enormes tumores dieron la vuelta al mundo.

En el contexto del amplio debate sobre los posibles riesgos que el cultivo y el consumo de vegetales transgénicos, la noticia podría ser un verdadero parteaguas: por primera vez, los temores de quienes se oponen al uso de estos cultivos, por los posibles daños a la salud que pudieran causar, se habrían visto confirmados.

Y es que hasta el momento no había evidencia firme de que el consumo de transgénicos pudiera ser dañino: se había hablado de posibles alergias, pero en todo caso ese es un riesgo que existe con cualquier alimento. También se discute si el consumo de material genético ajeno al vegetal –los transgénicos son precisamente organismos a los que se les ha introducido algún gen para que adquieran alguna característica novedosa– pudiera ser riesgoso. Pero, además de que el paso de ADN a través del medio ácido del estómago y de la pared intestinal, para entrar a nuestro cuerpo, sea prácticamente imposible, el hecho es que siempre que consumimos algún vegetal o animal, sea o no transgénico, estamos comiendo ADN extraño. Y hasta ahora no hay evidencia de efectos nocivos.

Es por eso que los hallazgos de Séralini, publicados en la revista Food and chemical toxicology, deben ser tomados con precaución. Por una parte, los estudios se realizaron en ratas; extrapolar los efectos a humanos es arriesgado. Por otra parte, se trata de sólo un estudio, frente a muchos otros que hasta ahora no habían detectado tal efecto. Habrá que esperar a que se confirmen ­–o no– los resultados.

Glifosato
Pero al estudiar los detalles del experimento surgen otras dudas: el maíz usado por Séralini es la variedad “Roundup-ready” NK603, producido por la transnacional biotecnológica Monsanto –uno de los blancos favoritos de los grupos ambientalistas anti-transgénicos, muchas veces con fundamento, pues tiende a privilegiar sus intereses comerciales por encima de consideraciones ambientales o sociales de quienes consumen sus productos. Contiene un gen que lo hace resistente al herbicida Roundup, también de Monsanto, cuyo ingrediente activo es el glifosato (N-fosfonometilglicina), compuesto que aunque no es considerado peligroso en dosis bajas, según la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos, podría causar cáncer y alteraciones metabólicas en dosis altas.

Séralini alimentó a tres grupos de ratas con maíz transgénico cultivado en ausencia o en presencia de glifosato (la hipótesis es que el glifosato podría quedar como residuo en el maíz que consumen los humanos), o bien con glifosato disuelto en agua, en diferentes dosis. En los dos grupos que ingirieron glifosato, halló tumores mamarios y alteraciones del hígado y el riñón. Este resultado es importante porque es la primera vez que se estudian los efectos del herbicida durante la vida entera de las ratas (2 años); normalmente los estudios de toxicidad duran unos 90 días.

Pero Séralini –quien tiene una larga historia de activismo en contra de los transgénicos– halló también los mismos efectos en las ratas que no consumieron glifosato, sino sólo maíz transgénico. Éste y otros detalles de su estudio provocan dudas: parece muy poco probable que el efecto de un herbicida y un gen extraño fueran idénticos; por otro lado, el manejo estadístico de los datos ha sido cuestionado por otros expertos.

El biotecnólogo mexicano Luis Herrera Estrella, pionero de la biotecnología vegetal, en un comunicado difundido por la Academia Mexicana de Ciencias, hace notar que no hubo controles con ratas alimentadas con maíz no transgénico, que las dosis usadas fueron excesivas, comparadas con lo que consumiría un ser humano, y que la dosis consumida no ser refleja en los efectos; por ello, señaló, “los resultados obtenidos por Séralini deben ser revisados por pares y el experimento debe ser repetido, pues del artículo surgen dudas que obligan a un examen a fondo”. Lo mismo opina la Comisión Europea, que pidió a su Organismo de Salud Alimenticia (EFSA) que verificara en estudio; se espera tener un dictamen para final de año.

La ciencia no siempre llega a conclusiones claras y rápidas. Por más que a los medios no les agrade, hay debates científicos en los que la noticia es que no hay noticia: en este caso, como en tantos otros donde los datos científicos se mezclan con cuestiones ambientales y sociales, e intereses económicos, comerciales y hasta políticos –además de ideología–, habrá que esperar a tener datos más precisos. Hasta entonces, el debate sobre la seguridad de los transgénicos sigue abierto. Lo cual no quiere decir que no haya que tomar precauciones, como dicta el principio de precaución, cosa que pocos países están haciendo.

En conclusión: ¡qué bueno que esta investigación cause debate!: eso obligará a investigar mas profundamente un asunto sin duda importante.

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miércoles, 19 de septiembre de 2012

Embestida conservadora

Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 19 de septiembre de 2012

Al principio parecía una noticia de buena fe: “Cuestionan especialistas efectividad del condón”, “Derrumban el mito de efectividad del condón”, y otros titulares semejantes.

Según se informó, un grupo de expertos (María del Rosario Laris Echeverría, Javier Haghenbeck Altamirano y José Manuel Madrazo, “médicos especialistas en salud pública, ginecología y bioética”; Laris, se presentaba como “directora de la asociación Sexo Seguro”) afirmaba, basándose en información de la Organización Mundial de la Salud y algunos artículos de investigación, que “El precepto de la efectividad de 99% del condón para evitar enfermedades de transmisión sexual y embarazos no deseados no es veraz”.

En vez de ello, sostuvieron, su eficacia real sería de entre 80% por ciento, en el mejor de los casos (de 0 a 80%, según algunas notas extremas; de entre 80 y 85%, según otras). Y llegaron al amarillismo de decir que “Afirmar que el condón es 99 por ciento seguro es un riesgo para la salud pública”

Información alarmante, si fuera cierta. No lo es. Lo realmente alarmante es que muchos medios –periódicos, noticieros, sitios de internet, reenvíos por correo electrónico– hayan dado por buena una información tan polémica sin recurrir al primer principio del buen periodista: verificar sus fuentes.

Al parecer, la información fue difundida por una organización llamada “Comité Independiente Anti-Sida” (sinsida.biz) que en su página web define al condón como “inseguro, inútil, contraproducente, indigno e inmoral”, y en correos enviados a cuentas particulares califica de “engaño criminal” de las Secretarías de Salud y Gobernación las campañas de promoción del uso del condón. Al mismo tiempo, promueve comportamientos como la abstinencia y la fidelidad como las mejores estrategias para impedir embarazos no deseados y enfermedades de transmisión sexual.

Y no es que dichas conductas no sean eficaces; es que no resultan suficientes ni realistas: poca gente adulta está dispuesta a ser célibe, y la infidelidad es una conducta frecuente que, juicios morales aparte, hay que enfrentar como algo real. La pandemia de VIH (se tiende a ya no hablar de sida, pues en un país como el nuestro, donde hay un sistema razonablemente eficaz de salud y acceso a terapias antirretrovirales modernas, ningún seropositivo tendría por qué llegar a esa etapa avanzada de la enfermedad causada por el virus) no se detendrá con buenos deseos y principios idealistas, sino con pensamiento práctico.

Pero es grave que los grupos conservadores de base religiosa quieran aprovechar la coyuntura del cambio de sexenio para promover su ideología, que privilegia los principios de una moral particular por encima de la salud de los ciudadanos.

¿Cuál es la efectividad exacta del condón? No lo sabemos, pues no pueden hacerse pruebas controladas que pondrían en riesgo a seres humanos. Los métodos para medirla son inexactos (está sujetos a sesgos como que los sujetos entrevistados mientan, sean descuidados, inconstantes o torpes en el uso del condón, que haya ocasionales rupturas del mismo por defectos de fabricación, etcétera) y hacen muy difícil tener números precisos. Pero la cifra de 98-99% de efectividad parece ser sólida. En todo caso, el uso del condón es la alternativa más eficaz, útil y realista con que contamos para prevenir las enfermedades de transmisión sexual y embarazos no deseados. Y el aumento en los embarazos e infecciones en jóvenes no se está debiendo a fallas en los condones, sino a la práctica del sexo sin protección.

Lo urgente es reforzar la educación sexual, las campañas y la distribución de condones (reconforta saber que el pasado 3 de agosto un grupo de jóvenes protestó ante la Secretaría de Salud por el desabasto de condones en zonas marginadas de Puebla, Estado de México, DF, Oaxaca, Guerrero y Chiapas). Son las campañas anti-condón, parte de la embestida conservadora, las verdaderas promotoras de las infecciones por VIH.

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miércoles, 12 de septiembre de 2012

Más allá del genoma

Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 12 de septiembre de 2012

Ésta es una historia que puede contarse en dos niveles.

En uno de ellos, se trata de un descubrimiento de gran importancia: la publicación –en 30 artículos simultáneos, en Nature y otras dos importantes revistas de genética– de los resultados de ENCODE (siglas en inglés de “Enciclopedia de Elementos del ADN”): un proyecto multinacional y multimillonario (442 científicos de seis países: Reino Unido, Estados Unidos, España, Singapur, Japón y Suiza; y un presupuesto estimado en 185 millones de dólares) en el que se realizaron mil 640 experimentos con 147 tipos distintos de células humanas.

El objetivo era analizar cómo la información contenida en los tres mil millones de “letras” que constituyen la información genética del ser humano –su genoma– es regulada para controlar su función. Podría decirse que se trata de la segunda parte del Proyecto del Genoma Humano, que consistió en leer el “libro de instrucciones” –para usar una metáfora trillada y simplista– de nuestra especie. Un libro escrito en un lenguaje desconocido. Ahora, con ENCODE y otros proyectos similares, estamos descifrando el significado de la información del genoma.

Sólo alrededor del 1.3 por ciento del genoma son genes: instrucciones para fabricar proteínas (las moléculas que forman la estructura de nuestras células y llevan a cabo sus funciones). Todo el resto es ADN “no codificante”, que solía llamarse “ADN basura”, pues se pensaba que carecía de función y era sólo chatarra evolutiva. ENCODE examinó las diversas maneras en que los genes pueden ser controlados (mediante la adhesión de proteínas, o al enrollarse en madejas de cromatina que forman los cromosomas, o al destruir selectivamente la información copiada de ellos en forma de ARN, ácido ribonucleico, para fabricar las proteínas, o al añadirles químicamente grupos metilo para inactivarlos, entre varios otros mecanismos).

Y aquí entra la segunda dimensión de la noticia. Porque ya desde que en 2007 ENCODE publicó sus primeros resultados, correspondientes al 1% del genoma, muchos expertos cuestionaron sus métodos –como el uso de líneas celulares cancerosas o anormales, que son fáciles de cultivar en el laboratorio, en vez de células humanas normales– y su definición de qué constituye el ADN “funcional” (hay quien dice que lo definieron como “cualquier cosa que aparezca en nuestras pruebas”).

Hoy nuevamente, los investigadores del proyecto son acusados de forzar la interpretación de sus resultados, y sus responsables de prensa de “inflarlos” para dar una impresión exagerada al público. Y al parecer tienen éxito, pues muchos periodistas y medios en el mundo reportaron que el gran descubrimiento de ENCODE era demostrar que hasta un 80% del genoma, según los autores, en realidad sí cumple alguna función. “No existe el ADN basura”, fue la exagerada conclusión.

Los críticos del proyecto dudan de la cifra, pues varias de las pruebas realizadas por ENCODE en realidad no comprueban una función; sólo la suponen. Esto desinforma al público (el bioquímico canadiense Larry Moran, uno de los críticos del trabajo, dice: “el público ahora cree que el concepto de ADN basura ha sido rechazado, y que nuestro enorme genoma en realidad está lleno de maravillosos y sofisticados elementos de control que regulan la expresión de cada gen”; no es que sea falso: es que muy probablemente sea exagerado). Pero además, distrae la atención de los resultados realmente interesantes: que se está comenzando a entender a fondo cómo se activan o inactivan nuestros genes, cómo esto puede estar relacionado con muchas enfermedades, y cómo este conocimiento nos podría ayudar a desarrollar nuevas terapias.

No: la noticia no es el ADN basura, sino el gran esfuerzo desarrollado –y que continuará creciendo– para entender mejor la función, la evolución y el control de nuestros genes.

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miércoles, 5 de septiembre de 2012

Placebos y malentendidos

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 5 de septiembre de 2012

No es nuevo que las ideas, teorías y hasta el lenguaje de la ciencia sean secuestrados por místicos, charlatanes y otros los promotores del pensamiento mágico para tratar de dar un poco de lustre a sus deshilvanadas narrativas de merolico. Basta pensar en “curaciones cuánticas” o “energías positivas” para constatarlo.

Un término usado en ciencia médica que se presta especialmente a confusión –y provecho de tramposos– es “efecto placebo”.

Un placebo (del griego latín “yo complazco”) es, por definición, una sustancia que carece de actividad específica para un mal concreto. Hay quien lo define como un “tratamiento simulado o médicamente ineficaz para un padecimiento que tiene la intención de engañar al paciente”. En efecto: a pesar de no tener efecto terapéutico, los placebos son tremendamente útiles en investigación médica y farmacéutica, pues permiten realizar los llamados estudios de “doble ciego” para averiguar si un fármaco o tratamiento médico realmente funcionan.

Para ello, se toman dos grupos de pacientes con las mismas características. A uno de ellos se le administra el tratamiento a probar; al otro –el grupo de control– se le da sólo un placebo (pastillas de azúcar o almidón, por ejemplo, idénticas a las que contienen el fármaco, o en el caso de tratamientos, una manipulación idéntica pero inocua; se llegan a hacer “cirugías placebo”, con incisiones pero sin operación real, o bien, para contrastar, por ejemplo, la supuesta efectividad de la acupuntura, se usan agujas especiales con resorte, que no penetran la piel). Si el medicamento no tiene un efecto estadísticamente superior al placebo, es inservible.

Mejora en síntomas subjetivos
(reportados por el paciente) debida al efecto placebo.
Para evitar que el paciente perciba, así sea inconscientemente, si está recibiendo el tratamiento real o el placebo, ni él ni el médico que lo trata deben saberlo (de ahí lo de doble ciego). Esto se debe a que aun los pacientes que reciben placebo parecen presentar alguna respuesta, llamada precisamente “efecto placebo”. El doctor Steven Novella, médico norteamericano destacado por promover el pensamiento crítico y la medicina basada en evidencia, lo define como el “efecto de un tratamiento medido en el grupo de control de un estudio clínico”.

Mejora en síntomas medidos
objetivamente debida al efecto placebo.
Y ahí empiezan los problemas, porque muchos creen que se trata de una especie de efecto mágico, una curación inexplicable debida al “poder de la mente sobre la materia”. Incluso hay quien llega al extremo de proponer el uso de placebos en la medicina institucional, por su bajo costo (sin embargo, además de inútil, la comunidad médica está de acuerdo en que esto sería antiético, pues se estaría administrando un remedio inservible.)

En realidad, como explica Novella, lo que llamamos “efecto placebo” es normalmente ilusorio: errores de observación, sesgos en la toma de datos debidos a las expectativas de médicos y pacientes, efectos no específicos (como que el paciente sea más cuidadoso sólo por estar en tratamiento) y sólo en un porcentaje muy pequeño de casos, efectos fisiológicos reales. Éstos últimos se deben a cambios en las hormonas o neurotransmisores que pueden producir relajación e influir así en síntomas como dolor, presión arterial, etcétera.

En conclusión, los placebos no tienen nada de misterioso, y sus efectos son casi siempre ficticios. Al mismo tiempo, son una herramienta fundamental de la investigación médica, pues sirven, precisamente, para distinguir la medicina efectiva de la simple venta de ilusiones.

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