miércoles, 28 de septiembre de 2016

Más rápido que la luz

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 28 de septiembre de 2016

El Enterprise(Foto: http://bit.ly/2cBCIuO)
La semana pasada comenté lo mucho que disfruté la nueva película de Star Trek. Tenía yo intención de comentar uno de los conceptos clásicos de esta serie: la “propulsión warp” (warp drive), que le permite a la nave interestelar Enterprise viajar a velocidades superlumínicas.

Tal cosa es posible en una película de ciencia ficción, pero no en la realidad. ¿Por qué no se puede viajar más rápido que la luz? La explicación es compleja, pero resumámosla en dos partes. Uno: desde finales del siglo XIX se sabe, gracias a experimentos precisos, que la velocidad de la luz en el vacío es una constante: jamás cambia, independientemente de si la fuente que la produce se mueve o no.

Y dos: en su teoría de la relatividad especial, planteada en su “año maravilloso” de 1905, Albert Einstein probó que conforme un objeto se acelera su masa va aumentando. Al llegar a la velocidad de la luz, la masa se volvería infinita, y para moverla se necesitaría una cantidad infinita de energía.

Sin embargo, desde que la serie Viaje a las estrellas (Star Trek) comenzó en 1966, se afirmó que el Enterprise contaba con propulsión warp (la palabra warp significa “doblar” o “plegar”), que funcionaba deformando de alguna manera el espacio para viajar más rápido que la luz sin violar la teoría de la relatividad. Según la Wikipedia, el concepto de propulsión warp había sido propuesto ya desde 1931 por John W. Campbell –el famoso escritor y editor estadounidense que impulsó en gran parte el surgimiento de la edad dorada de la ciencia ficción– en su novela Islands of space.

Los escritores de la edad dorada se preciaban de basar su ficción en ciencia real: el concepto de propulsión warp era científicamente plausible, pues no violaba los supuestos de la relatividad, y así fue adoptado en Star Trek y muchos otros relatos, series y películas de ciencia ficción. Pero no fue hasta 1994 que se volvió científicamente posible.

La propulsión warp de Alcubierre
(Foto: http://bit.ly/2cBCe7L)
Ese año el físico mexicano Miguel Alcubierre (hoy director del Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM) estudiaba un posgrado en la Universidad de Gales, en Cardiff. Era fan de la ciencia ficción y de Star Trek, y un día, pensando cómo podría funcionar la propulsión warp en la realidad, tuvo una idea que sintió prometedora. La escribió, la desarrolló matemáticamente, la comentó con sus colegas y la envió a la revista científica Classical and Quantum Gravity (Gravedad clásica y cuántica), donde fue aceptada y publicada con el nombre de “The warp drive: hyper-fast travel within general relativity” (La propulsión warp: viaje hiper-rápido dentro [del marco conceptual] de la relatividad general”).

La idea de Alcubierre se basa en el concepto cosmológico del origen del universo durante el big bang. En ese momento el espacio comenzó a expandirse y el tiempo comenzó a correr. Pero ocurre que en ese proceso, el espacio se expandió a una velocidad superior a la de la luz, sin que ello violara la relatividad porque, como dice el propio Alcubierre en su artículo, “la enorme velocidad (…) viene de la expansión del espacio mismo”. ¿Qué pasaría si una nave lograra deformar el espacio de manera similar, comprimiéndolo delante de sí y expandiéndolo detrás suyo? ¿Cómo podría lograrse tal cosa?

El concepto de nave con propulsion
warp que está explorando la NASA
(Foto: http://bit.ly/2cBDnfv)
La propuesta de Alcubierre es meramente teórica, y matemáticamente compleja para alguien que no sepa física relativista, pero lo ha hecho inmensamente famoso entre los fans de Star Trek. Su puesta en práctica requeriría una gran densidad de “energía negativa”, que sólo puede obtenerse en presencia de “materia exótica” (por ejemplo, la misteriosa materia oscura), algo que todavía está muy lejos del alcance de la tecnología humana, y quizá siempre lo esté. Aún así, la NASA anunció hace dos años que está explorando la posibilidad (teórica, claro) de que un motor warp derivado del modelo de Alcubierre pudiera llegar a ser diseñado y construido, y que funcionara.

Al final, se confirma que la buena ciencia ficción no sólo parte de la ciencia real, sino que puede ser una inspiración para ella.

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miércoles, 21 de septiembre de 2016

Viaje a las estrellas

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 21 de septiembre de 2016


Casi un año después de que yo naciera, en septiembre de 1966, comenzó la transmisión de una de las series televisivas de ciencia ficción más longevas e influyentes de la historia: la legendaria Star Trek (Viaje a las estrellas).

En su momento, la serie fue revolucionaria, no sólo por sus historias y efectos especiales, sino por el subtexto de avanzada que tenía el universo concebido por Gene Roddenberry, su creador, y los personajes que lo habitaban. Se trataba, en los años de la lucha contra el racismo en Estados Unidos y los comienzos del feminismo en el mundo, de un futuro –el siglo XXIII– en que ya no había naciones, sino una Federación de Planetas. Y el Enterprise, la nave que viajaba “a donde nadie ha llegado jamás”, contaba con una tripulación diversa: americanos (el capitán Kirk), europeos (el señor Scott, ingeniero escocés), rusos (el comandante Chekov, oficial táctico), asiáticos (el señor Sulu, timonel), una mujer africana, (la teniente Uhura, oficial de comunicaciones, si bien seguía teniendo un puesto que básicamente equivalía al de telefonista) y hasta un extraterrestre, el inolvidable señor Spock (primer oficial).

Para darse una idea de lo innovador que fue este concepto, y el conservadurismo que aún prevalecía, basta señalar que en 1968, cuando la serie mostró el primer beso interracial –entre el capitán Kirk y la teniente Uhura–, algunos estados del sur de los Estados Unidos se negaron a transmitir el episodio.

La nueva película de la saga, Star Trek: sin límites (Star Trek beyond), no decepciona. Más allá de las críticas de los fans más radicales al nuevo rumbo que marcó J. J. Abrahams (quien en esta ocasión no dirige, pero sí produce), al reiniciar o “rebootear” la historia, situándola en un universo alternativo, la cinta es original, llena de acción, y su trama permite el desarrollo de los personajes y su mundo. Y, por si fuera poco, incluye sentidos homenajes a los protagonistas de las serie y las películas originales.

Pero lo mejor es que mantiene los ideales con los que surgió la serie: un universo en que la diversidad entre especies obliga a buscar, pese a todos los obstáculos, nuevas y mejores maneras de convivir. Un pequeño detalle que los creadores no quisieron enfatizar demasiado, pero que dice mucho, es la escena donde el nuevo señor Sulu es recibido, al llegar a la base estelar Yorktown, por su familia: su pareja, también hombre, y su hija. (Curiosamente, el actor que encarnaba a Sulu en la serie original, George Takei, quien es abiertamente homosexual y activista por los derechos de las minorías sexuales, ha declarado que está totalmente en desacuerdo con mostrar al nuevo Sulu como gay, algo que los guionistas idearon en parte como un homenaje al propio Takei. Nunca se le puede dar gusto a todo el mundo.)

Este futuro idealista, donde la ciencia y la tecnología abren nuevas fronteras a una Federación Planetaria que aspira a la convivencia justa, pacífica y democrática, contrasta amargamente con la realidad actual de nuestro país, donde el dogmatismo religioso pretende asustar a la opinión pública con el ridículo petate del muerto de un amenazante “imperio gay” (que pareciera surgido de la saga competidora, Star Wars, casualmente hoy también en manos de J. J. Abrahams).

En fin. Si gusta usted del cine, no está de más disfrutar otra joyita que está todavía en cartelera: Julieta, de Pedro Almodóvar, que entre los muchos hilos de su fascinante y desoladora trama (basada en tres historias de la escritora canadiense Alice Munro, ganadora del Nobel de literatura en 2013), muestra el daño y el dolor que la culpa y el fanatismo religioso pueden causar en la vida de los individuos.


(Posdata: Para frustración de algunos de mis lectores, confesaré que había planeado que este texto abordara la propulsión warp de Star Trek, que permite al Enterprise viajar más rápido que la luz, y la propuesta teórica del físico mexicano Miguel Alcubierre que demuestra cómo tal cosa sería posible “distorsionando” el espaciotiempo por delante y detrás de la nave. Pero a veces uno no termina escribiendo lo que pensaba inicialmente. El tema tendrá que esperar para mejor ocasión.)

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miércoles, 14 de septiembre de 2016

Mentiras homofóbicas

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 14 de septiembre de 2016

El sábado 10 de septiembre de 2016 quedará como una fecha vergonzosa en la historia de México. El llamado Frente Nacional por la Familia logró su objetivo de organizar numerosas marchas en varios estados de la república (las cifras varían; la BBC reporta 16 ciudades en ocho estados) para protestar contra la iniciativa presidencial de elevar a rango constitucional los matrimonios igualitarios y otros derechos de las minorías no heterosexuales, como la adopción y la no discriminación (a través, entre otras cosas, de contenidos educativos que promuevan el respeto a la diversidad sexogenérica).

En realidad las marchas no fueron para defender a “la familia” (los organizadores insisten dogmáticamente en que sólo hay una, ideal: la nuclear tradicional, y desconocen a todas las otras familias que existen en el mundo real). Fueron marchas para luchar contra los derechos de las minorías sexuales. Marchas para promover el odio homofóbico, por más que muchos de quienes las promueven y participan en ellas quizá sean demasiado miopes para darse cuenta de ello.

Aunque sus organizadores inflen sus cifras (hablan de más de un millón, mientras que las autoridades de protección civil manejan cifras de entre 400-500 mil, y otras fuentes de no más de 310 mil), el éxito de las marchas es innegable. Y eso es muy preocupante. Frente a esta campaña de promoción de los antivalores homofóbicos, nuestra sociedad ha fracasado en impulsar ampliamente una cultura democrática de respeto a los valores humanos. Cierto: se ha avanzado, y mucho. Pero aún falta mucho más por lograr.

Se manejaron muchas mentiras para convencer a la gente de acudir a las marchas. Aquí una breve lista: “las marchas son organizadas por los padres de familia”; “no es un movimiento religioso”; “los obispos, aunque marcharon, no organizaron las marchas; sólo las acompañaron”; “las marchas eran actos de buena voluntad”; “Se obligará a niños a elegir su género y se encarcelará a los padres que se opongan a ello”; “el matrimonio sólo sirve para procrear y tener hijos”; “El matrimonio no es un derecho, es una institución”; “La adopción es un derecho del niño, no de los padres” (me pregunto cómo pude un niño ejercer su derecho de ser adoptado).

Los conservadores católicos que organizaron y participaron en las marchas y en las demás actividades del Frente Nacional por la Familia también construyen hombres de paja para luego disparar contra ellos, como la idea de que hay un complot internacional para difundir algo que llaman “la ideología de género”: un ente brumoso que entre otras cosas busca borrar las diferencias entre los sexos (o algo así). Curiosamente, los estudios de género no tienen que ver nada con este absurdo, sino con el análisis y defensa de la diversidad sexual y de género (entre otras muchas cosas). Llamarle “ideología” es una forma de manipular la opinión pública para defender… otra ideología: la religiosa.

Una de las herramientas básicas para el diálogo democrático es la discusión libre basada en información confiable. Muchas veces, en muchos temas, esa información confiable es producto de la investigación científica. Y es aquí donde el Frente por la Familia, en la promoción de sus muy válidas, aunque siempre debatibles, creencias religiosas, actúa con más dolo. He aquí algunas de estas mentiras que presentan como hechos basados en la ciencia.

1) “La familia y el matrimonio son instituciones naturales”. Falso. Nada tienen de natural tales instituciones. Cierto: hay animales en los que el cuidado parental de las crías está a cargo de ambos progenitores. Pero hay muchos otros en los que no sucede así, y en los que se encuentra toda una gama de opciones que va del abandono al cuidado monoparental o al cuidado comunal. Las sociedades humanas han creado instituciones como el matrimonio y los distintos tipos de familia como respuestas a necesidades sociales que van mucho más allá del cuidado de los hijos: entre ellas, el mantener el patrimonio material dentro de un linaje consanguíneo, o el establecer roles de género que hoy han sido ampliamente cuestionados y superados.

2) “El matrimonio igualitario daña a la familia o a los niños”. Falso. No hay datos ni argumentos para sustentar el daño que las familias tradicionales sufrirían sólo porque se reconozca la existencia de otros tipos de familia. Y hay, en cambio, muchas investigaciones científicas serias que demuestran que los niños criados por familias homoparentales, sean éstos propios o adoptados (porque las y los homosexuales pueden tener hijos, y muchos los tienen) no presentan diferencias con los hijos de familias tradicionales en cuanto a salud, desarrollo físico o mental, desempeño educativo e incluso en cuanto a su habilidad para conseguir, ya como adultos, empleos bien remunerados.

3) “La homosexualidad es un comportamiento enfermo, desviado, anormal, antinatural y dañino, y por tanto reprobable en sí mismo”. Quizá esta sea la mentira que subyace a todo el movimiento “por la familia”. Pero aunque durante siglos fue algo que se aceptaba como un hecho, hoy sabemos que no es más que un prejuicio carente de todo fundamento. Las orientaciones no heterosexuales han sido retiradas de las listas de enfermedades mentales como resultado de investigaciones serias que confirman que quienes las portan son personas tan normales, productivas y felices como cualquiera otra, y se sabe hoy que el comportamiento homosexual es frecuente en prácticamente todas las especies animales en las que se ha investigado.

El próximo sábado 24 de septiembre está convocada una “megamarcha” más, ahora nacional, en la capital del país. Habrá que ver qué tanto éxito tiene. Yo en lo personal tengo la esperanza de que, como ha ocurrido en otras protestas de tipo religioso (como las que hubo ante el inicio del "reality show" Big Brother, y luego ante el estreno de la película El crimen del padre Amaro), estas manifestaciones hagan que autoridades y legisladores se den cuenta de que urge convertir lo que la Suprema Corte de Justicia ya estableció como derechos en leyes aplicables a toda la federación.

Porque en un Estado laico, democrático y que defiende los derechos humanos, no puede haber ciudadanos de segunda.

(Otro asunto más: El Frente Nacional está también defendiendo un supuesto “derecho de los padres a educar a sus hijos”, con lemas como “No te metas con mis hijos” y “Si es mi hijo, yo lo educo”. Esta demanda, que suena lógica, es la expresión de una lucha que se remonta a los tiempos de la Reforma juarista y de la Guerra Cristera. Cierto, los padres tienen derecho a educar a sus hijos e incluso a inculcar en ellos creencias religiosas… pero sólo en el ámbito privado. En el público, el Estado esta obligado a garantizar una educación laica, libre de creencias religiosas, y que promueva la mayor igualdad posible entre todos los ciudadanos. Desde hace mucho el conservadurismo religoso pretende retomar el control de la educación pública, como lo tenía la iglesia antes de la Reforma. Se trata de una lucha ideológica entre quienes buscan restaurar una república confesional y quienes defendemos el Estado laico. Hay que tenerlo claro.)

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miércoles, 7 de septiembre de 2016

Los premios Darwin

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 7 de septiembre de 2016

¿Somos los hombre más idiotas que las mujeres?

Perdón si la pregunta ofende sensibilidades políticamente correctas en estos tiempos de equidad de género. Pero es que es una pregunta válida.

Primero habría que definir “idiota”. Recientemente Jesús Silva-Herzog Márquez, refiriéndose a Enrique Peña Nieto, recuperaba la definición de “estúpido” ofrecida por Carlo María Cipolla: “El estúpido no es un tonto, no es un ignorante, decía. Lo que caracteriza a un estúpido es su capacidad para provocar daño a otros, provocándoselo simultáneamente a sí mismo. Ser estúpido es dañar a otros sin ganar con ello ningún beneficio. Perjudicar al mundo sin que nadie saque de ello provecho.” (Tomo “idiota”, a grandes rasgos, como sinónimo de “estúpido”.)

Pues bien: los famosos Premios Darwin (Darwin awards), que surgieron en 1985 en un foro de discusión en internet y se convirtieron en un exitosa página web moderada por la bióloga molecular Wendy Northcutt desde 1993, premian un tipo quizá más limitado de estupidez: la de los idiotas que se causan un daño fatal a sí mismos, pero que en cierto sentido nos benefician a los demás al hacerlo.

En su libro El origen de las especies, de 1859, Charles Darwin planteó su concepto de selección natural: las especies evolucionan conforme los genes de los individuos que resultan ser más exitosos para sobrevivir y reproducirse se van perpetuando y multiplicando en la población, mientras que los genes de los individuos menos exitosos van desapareciendo.

Los premios Darwin se otorgan de manera informal, y normalmente póstuma, a personas que se eliminan a sí mismas –y a sus genes– del acervo genético humano. Casi siempre haciendo algo idiota, “pero con estilo”, que les acarrea la muerte (por ejemplo, las siete personas que murieron al tratar de limpiar una inmensa fosa séptica en Polonia: el primero se desmayó al entrar, debido a los gases, y se ahogó en el estiércol; cada uno de los otros seis murió de manera idéntica al tratar de ayudar a los anteriores). El resultado, según la lógica científico-humorística de los premios Darwin, sería que los genes de las personas idiotas van siendo eliminados, lo que beneficia a la especie.

También puede recibir un premio Darwin quien se esterilice a sí mismo de manera especialmente estúpida, lo cual le impide dejar descendencia y perpetuar sus genes. Los requisitos para obtener un Darwin son que el candidato no deje descendencia (por morir o quedar estéril), excelencia (su estupidez debe ser sorprendente), que haya autoselección (el daño debe causárselo él mismo), madurez (debe ser mayor de edad) y, por supuesto, veracidad (aunque ocasionalmente se han colado casos que luego demuestran ser falsos).

Resulta que un trabajo publicado en la revista científica BMJ (antes British medical journal) en diciembre de 2014 revela que, al analizar los ganadores de premios Darwin de 1995 a 2014 (20 años), se halló que de 332 casos de muertes confirmadas, y eliminando 14 en que había personas de ambos sexos para dejar 318 premios, 282 fueron otorgados a hombres, y sólo 36 a mujeres. ¿Así o más claro?

Por supuesto, puede haber otras explicaciones más allá de la “teoría del macho idiota” citada por los autores. Podría ser que haya un sesgo en el reporte de los casos (es decir, que por alguna razón se reporten más casos de hombres que de mujeres). Pero se sabe que los varones tenemos más riesgo que las mujeres de terminar en la sala de emergencias de un hospital debido a accidentes, choques automovilísticos o lesiones deportivas.

El artículo era parte broma, parte en serio. Los datos son reales. El análisis es parcialmente jocoso, como la sugerencia de que “este fenómeno probablemente requiere una explicación evolutiva”.

Al final, el caso quizá sólo sirve para llegar a tres conclusiones: una, que los hombres probablemente sí somos más tarados. Dos, que los científicos son nerds hasta cuando echan relajo. Y tres, que hay gente que quisiéramos que ganara un Darwin.

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