Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 14 de septiembre de 2016
El sábado 10 de septiembre de 2016 quedará como una fecha vergonzosa en la historia de México. El llamado
Frente Nacional por la Familia logró su objetivo de organizar numerosas marchas en varios estados de la república (las cifras varían;
la BBC reporta 16 ciudades en ocho estados) para protestar contra la iniciativa presidencial de elevar a rango constitucional los matrimonios igualitarios y otros derechos de las
minorías no heterosexuales, como la adopción y la no discriminación (a través, entre otras cosas, de contenidos educativos que promuevan el respeto a la
diversidad sexogenérica).
En realidad las marchas no fueron para defender a “la familia” (los organizadores insisten dogmáticamente en que sólo hay una, ideal: la
nuclear tradicional, y desconocen a todas las otras familias que existen en el mundo real). Fueron marchas para luchar contra los derechos de las minorías sexuales. Marchas para promover el odio
homofóbico, por más que muchos de quienes las promueven y participan en ellas quizá sean demasiado miopes para darse cuenta de ello.
Aunque sus organizadores
inflen sus cifras (hablan de más de un millón, mientras que las autoridades de protección civil manejan cifras de entre 400-500 mil, y otras fuentes de no más de 310 mil), el éxito de las marchas es innegable. Y eso es muy preocupante. Frente a esta
campaña de promoción de los antivalores homofóbicos, nuestra sociedad ha fracasado en impulsar ampliamente una cultura democrática de respeto a los valores humanos. Cierto: se ha avanzado, y mucho. Pero aún falta mucho más por lograr.
Se manejaron muchas mentiras para convencer a la gente de acudir a las marchas. Aquí una breve lista: “las marchas son organizadas por los padres de familia”; “no es un movimiento religioso”; “los obispos, aunque marcharon, no organizaron las marchas; sólo las acompañaron”; “las marchas eran actos de buena voluntad”; “Se obligará a niños a elegir su género y se encarcelará a los padres que se opongan a ello”; “el matrimonio sólo sirve para procrear y tener hijos”; “El matrimonio no es un derecho, es una institución”; “La adopción es un derecho del niño, no de los padres” (me pregunto cómo pude un niño ejercer su derecho de ser adoptado).
Los conservadores católicos que organizaron y participaron en las marchas y en las demás actividades del Frente Nacional por la Familia también construyen hombres de paja para luego disparar contra ellos, como la idea de que hay un complot internacional para difundir
algo que llaman “la ideología de género”: un ente brumoso que entre otras cosas busca borrar las diferencias entre los sexos (o algo así). Curiosamente, los
estudios de género no tienen que ver nada con este absurdo, sino con el análisis y defensa de la diversidad sexual y de
género (entre otras muchas cosas). Llamarle “ideología” es una forma de manipular la opinión pública para defender… otra ideología: la religiosa.
Una de las herramientas básicas para el diálogo democrático es la discusión libre basada en información confiable. Muchas veces, en muchos temas, esa información confiable es producto de la investigación científica. Y es aquí donde el Frente por la Familia, en la promoción de sus muy válidas, aunque siempre debatibles, creencias religiosas, actúa con más dolo. He aquí algunas de estas mentiras que presentan como hechos basados en la ciencia.
1) “La familia y el matrimonio son instituciones naturales”. Falso. Nada tienen de natural tales instituciones. Cierto: hay animales en los que el cuidado parental de las crías está a cargo de ambos progenitores. Pero hay muchos otros en los que no sucede así, y en los que se encuentra toda una gama de opciones que va del abandono al cuidado monoparental o al cuidado comunal. Las sociedades humanas
han creado instituciones como el matrimonio y los distintos tipos de familia como respuestas a necesidades sociales que van mucho más allá del cuidado de los hijos: entre ellas, el mantener el patrimonio material dentro de un linaje consanguíneo, o el establecer roles de género que hoy han sido ampliamente cuestionados y superados.
2) “El matrimonio igualitario daña a la familia o a los niños”. Falso. No hay datos ni argumentos para sustentar el daño que las familias tradicionales sufrirían sólo porque se reconozca la existencia de otros tipos de familia. Y hay, en cambio,
muchas investigaciones científicas serias que demuestran que los niños criados por familias homoparentales, sean éstos propios o adoptados (porque las y los homosexuales pueden tener hijos, y muchos los tienen) no presentan diferencias con los hijos de familias tradicionales en cuanto a salud, desarrollo físico o mental, desempeño educativo e incluso en cuanto a su habilidad para conseguir, ya como adultos, empleos bien remunerados.
3) “La homosexualidad es un comportamiento enfermo, desviado, anormal, antinatural y dañino, y por tanto reprobable en sí mismo”. Quizá esta sea la mentira que subyace a todo el movimiento “por la familia”. Pero aunque durante siglos fue algo que se aceptaba como un hecho, hoy sabemos que no es más que un prejuicio carente de todo fundamento. Las orientaciones no heterosexuales han sido retiradas de las listas de enfermedades mentales como resultado de investigaciones serias que confirman que quienes las portan son personas tan normales, productivas y felices como cualquiera otra, y se sabe hoy que el comportamiento homosexual
es frecuente en prácticamente todas las especies animales en las que se ha investigado.
El próximo sábado 24 de septiembre está convocada una “megamarcha” más, ahora nacional, en la capital del país. Habrá que ver qué tanto éxito tiene. Yo en lo personal tengo la esperanza de que, como ha ocurrido en otras protestas de tipo religioso (como las que hubo ante el inicio del "reality show"
Big Brother, y luego ante el estreno de la película
El crimen del padre Amaro), estas manifestaciones hagan que autoridades y legisladores se den cuenta de que urge convertir lo que la Suprema Corte de Justicia ya estableció como derechos en leyes aplicables a toda la federación.
Porque en un Estado laico, democrático y que defiende los derechos humanos, no puede haber ciudadanos de segunda.
(Otro asunto más: El Frente Nacional está también defendiendo un supuesto “derecho de los padres a educar a sus hijos”, con lemas como “No te metas con mis hijos” y “Si es mi hijo, yo lo educo”. Esta demanda, que suena lógica, es la expresión de una lucha que se remonta a los tiempos de la
Reforma juarista y de la
Guerra Cristera. Cierto, los padres tienen derecho a educar a sus hijos e incluso a inculcar en ellos creencias religiosas… pero sólo en el ámbito privado. En el público, el Estado esta obligado a garantizar una educación laica, libre de creencias religiosas, y que promueva la mayor igualdad posible entre todos los ciudadanos. Desde hace mucho el conservadurismo religoso pretende retomar el control de la educación pública, como lo tenía la iglesia antes de la Reforma. Se trata de una lucha ideológica entre quienes buscan restaurar una república confesional y quienes defendemos el Estado laico. Hay que tenerlo claro.)
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