miércoles, 21 de septiembre de 2016

Viaje a las estrellas

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 21 de septiembre de 2016


Casi un año después de que yo naciera, en septiembre de 1966, comenzó la transmisión de una de las series televisivas de ciencia ficción más longevas e influyentes de la historia: la legendaria Star Trek (Viaje a las estrellas).

En su momento, la serie fue revolucionaria, no sólo por sus historias y efectos especiales, sino por el subtexto de avanzada que tenía el universo concebido por Gene Roddenberry, su creador, y los personajes que lo habitaban. Se trataba, en los años de la lucha contra el racismo en Estados Unidos y los comienzos del feminismo en el mundo, de un futuro –el siglo XXIII– en que ya no había naciones, sino una Federación de Planetas. Y el Enterprise, la nave que viajaba “a donde nadie ha llegado jamás”, contaba con una tripulación diversa: americanos (el capitán Kirk), europeos (el señor Scott, ingeniero escocés), rusos (el comandante Chekov, oficial táctico), asiáticos (el señor Sulu, timonel), una mujer africana, (la teniente Uhura, oficial de comunicaciones, si bien seguía teniendo un puesto que básicamente equivalía al de telefonista) y hasta un extraterrestre, el inolvidable señor Spock (primer oficial).

Para darse una idea de lo innovador que fue este concepto, y el conservadurismo que aún prevalecía, basta señalar que en 1968, cuando la serie mostró el primer beso interracial –entre el capitán Kirk y la teniente Uhura–, algunos estados del sur de los Estados Unidos se negaron a transmitir el episodio.

La nueva película de la saga, Star Trek: sin límites (Star Trek beyond), no decepciona. Más allá de las críticas de los fans más radicales al nuevo rumbo que marcó J. J. Abrahams (quien en esta ocasión no dirige, pero sí produce), al reiniciar o “rebootear” la historia, situándola en un universo alternativo, la cinta es original, llena de acción, y su trama permite el desarrollo de los personajes y su mundo. Y, por si fuera poco, incluye sentidos homenajes a los protagonistas de las serie y las películas originales.

Pero lo mejor es que mantiene los ideales con los que surgió la serie: un universo en que la diversidad entre especies obliga a buscar, pese a todos los obstáculos, nuevas y mejores maneras de convivir. Un pequeño detalle que los creadores no quisieron enfatizar demasiado, pero que dice mucho, es la escena donde el nuevo señor Sulu es recibido, al llegar a la base estelar Yorktown, por su familia: su pareja, también hombre, y su hija. (Curiosamente, el actor que encarnaba a Sulu en la serie original, George Takei, quien es abiertamente homosexual y activista por los derechos de las minorías sexuales, ha declarado que está totalmente en desacuerdo con mostrar al nuevo Sulu como gay, algo que los guionistas idearon en parte como un homenaje al propio Takei. Nunca se le puede dar gusto a todo el mundo.)

Este futuro idealista, donde la ciencia y la tecnología abren nuevas fronteras a una Federación Planetaria que aspira a la convivencia justa, pacífica y democrática, contrasta amargamente con la realidad actual de nuestro país, donde el dogmatismo religioso pretende asustar a la opinión pública con el ridículo petate del muerto de un amenazante “imperio gay” (que pareciera surgido de la saga competidora, Star Wars, casualmente hoy también en manos de J. J. Abrahams).

En fin. Si gusta usted del cine, no está de más disfrutar otra joyita que está todavía en cartelera: Julieta, de Pedro Almodóvar, que entre los muchos hilos de su fascinante y desoladora trama (basada en tres historias de la escritora canadiense Alice Munro, ganadora del Nobel de literatura en 2013), muestra el daño y el dolor que la culpa y el fanatismo religioso pueden causar en la vida de los individuos.


(Posdata: Para frustración de algunos de mis lectores, confesaré que había planeado que este texto abordara la propulsión warp de Star Trek, que permite al Enterprise viajar más rápido que la luz, y la propuesta teórica del físico mexicano Miguel Alcubierre que demuestra cómo tal cosa sería posible “distorsionando” el espaciotiempo por delante y detrás de la nave. Pero a veces uno no termina escribiendo lo que pensaba inicialmente. El tema tendrá que esperar para mejor ocasión.)

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Contacto: mbonfil@unam.mx

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1 comentario:

Wm Gille Moire dijo...

Mucho mejor Futurama. Y se ahorra uno los aburridos "efectos especiales" de Hollywood.