Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 25 de febrero de 2018
El pasado jueves 22 de febrero se llevó a cabo en El Colegio Nacional la presentación de un libro con título polémico: Transgénicos: grandes beneficios, ausencia de daños y mitos (Academia Mexicana de Ciencias, 2017).
Su publicación fue coordinada por el doctor Francisco Bolívar Zapata, pionero de la ingeniería genética a nivel mundial. En él colaboraron otras importantes personalidades del mundo de la biotecnología nacional e internacional, como Luis Herrera Estrella, que desarrolló los primeros métodos para introducir genes foráneos en plantas; Xavier Soberón Mainero, director del Instituto Nacional de Medicina Genómica (Inmegen); los biotecnólogos Agustín López-Munguía Canales y Enrique Galindo Fentanes, del Instituto de Biotecnología de la UNAM, y el doctor Jorge Manuel Vázquez Ramos, director de la Facultad de Química de la UNAM, entre sus 18 autores, varios de los cuales estuvieron presentes en el evento.
La obra presenta, en un formato accesible, información rigurosa que permite aclarar y enfocar la discusión pública sobre el uso, beneficios y posibles recelos sobre el cultivo, comercialización y consumo de organismos genéticamente modificados (OGMs). O, como se les conoce popularmente, organismos transgénicos.
Se trata de un tema que polariza la opinión pública, sobre todo en un país como el nuestro, donde la discusión se ha centrado únicamente en una especie, el maíz (Zea mays), que en sus numerosas variedades es la base de nuestra alimentación y la de todos los pueblos de la llamada Mesoamérica. Quizá por eso, el debate público se ha ideologizado exageradamente, al grado de que se habla de que el cultivo de OGMs podría “acabar” con las variedades de maíz nativo para sustituirlo por una especie de engendro frankensteiniano capaz de causar mutaciones en quien lo consuma, “contaminar” genéticamente al propio maíz y otros vegetales, convertir a los campesinos que lo cultivan en esclavos indefensos de las malignas empresas trasnacionales biotecnológicas y prácticamente destruir al país (“sin maíz no hay país”).
La realidad, según lo revelan extensas y muy estrictas investigaciones llevadas a cabo en todo el mundo durante décadas, es muy, muy distinta: comparto algunos de los conceptos que los expertos expusieron en la presentación del libro.
En primer lugar, como se aclaró insistentemente, los genes que se insertan en organismos para volverlos transgénicos (es decir, para dotarlos de funciones nuevas presentes en otras especies) no son “artificiales”; por el contrario, son totalmente naturales, y la ingeniería genética que se usa para crear OGMs es posible gracias a que los seres vivos cuentan con mecanismos naturales que permiten la incorporación de genes foráneos en su genoma, los cuales fueron simplemente adaptados por los biotecnólogos.
En segundo lugar, y aunque los especialistas presentes en el evento no se atrevieron a expresarlo en esos términos, está más allá de toda duda razonable el hecho de que el consumo de vegetales transgénicos es totalmente seguro para la salud. Además de que han sido consumidos regularmente durante décadas por millones de personas en muchos países, sin que haya habido casos registrados de daños sanitarios, existen cientos de estudios rigurosos que así lo atestiguan. Los poquísimos casos en que se han publicado trabajos que parecen mostrar posibles daños debidos a su consumo han resultado tener problemas metodológicos y de rigor, y no han podido ser replicados. Con tanta evidencia, quedan más que satisfechos los requerimientos del principio de precaución, que busca garantizar en una medida razonable que los avances científicos y tecnológicos no causen daño, pero que no significa oponerse sistemáticamente a cualquier avance sólo por la posibilidad de que exista algún riesgo para el que no haya evidencia tangible.
En tercer lugar, y ante los argumentos de que en especies como el maíz la introducción de cultivos transgénicos pudiera llevar a la dispersión de genes ajenos entre las variedades autóctonas, que tienen un alto valor simbólico, cultural, alimentario y práctico para los campesinos que los cultivan localmente, sobre todo en estados como Oaxaca (y hay que recordar que México es centro de origen evolutivo del maíz), nuevamente la evidencia es clara: desde por lo menos los años 60 los maíces originarios mexicanos han estado conviviendo en el campo con variedades híbridas mejoradas (por métodos no transgénicos), sin que haya habido “contaminación genética” significativa. En gran medida, debido a que son los propios campesinos quienes cultivan y conservan esas variedades nativas. (Por otro lado, en México ya se cultiva desde hace años algodón transgénico, con gran éxito y sin que haya habido problemas, así como soya transgénica.)
Fueron muchos los datos expuestos durante la presentación, y muchos más los que se presentan, de manera sistemática, rigurosa y firmemente sustentada, en el libro. Aparte de su edición en papel, está disponible en forma gratuita en formato PDF en la página de la Academia Mexicana de Ciencias, una de las instituciones que auspició su publicación. Si usted, lector o lectora, está interesado, puede consultar esta importante obra de referencia, que por su lenguaje es accesible a un público amplio, en la dirección http://bit.ly/2BMEMAc
Podrá así, con base en información confiable, formarse su propia opinión sobre este tema, y ver si coincide con el punto de vista de sus autores, que consideran que, en vista del daño ambiental que causa la agricultura convencional, con su intenso uso de pesticidas tóxicos, y de las crecientes necesidades alimentarias de la humanidad, resulta antiético seguir satanizando y obstaculizando el uso de una tecnología útil y necesaria, que ofrece oportunidades para reducir drásticamente el uso de pesticidas y aumentar la productividad de distintos cultivos.