Milenio Diario, 27 de septiembre de 2006
Son exagerados los rumores de que el papa Benedicto XVI buscaba detonar la tercera guerra mundial cuando declaró, en la Universidad de Ratisbona, que la guerra santa del islam está contra Dios y que defender la fe con la violencia es irracional. Pero no era difícil adivinar que sus declaraciones despertarían la indignación del mundo islámico, provocando agresiones contra templos y religiosos católicos.
Las imprudentes palabras de Joseph Ratzinger no sorprenden. Ya como jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe (antigua Santa Inquisición) se distinguía por su rigidez y tradicionalismo: oposición total a la anticoncepción, a la investigación con células madre, al derecho a la elección respecto al aborto, y condena a la diversidad sexual.
Pero en Ratisbona Ratzinger lanzó también una acusación directa contra la ciencia, la cual, según él, “al menos en parte, se ha dedicado a buscar una explicación del mundo en la que Dios sea innecesario”.
Tiene algo de razón. La ciencia, por su propia naturaleza, parte de una concepción naturalista del mundo: supone de entrada que no hay causas sobrenaturales. Se trata de una postura obligada. De otro modo, la ciencia sería innecesaria. ¿Por qué buscar explicaciones para los fenómenos naturales si podemos atribuirlos a espíritus, milagros, magia o deseos que se cumplen? Pero esto no implica que la ciencia esté contra la religión.
El Papa no se detuvo ahí: atacó también la teoría darwiniana de la evolución, al preguntar qué fue primero: “¿La razón creadora, el espíritu que obra en todo y suscita el desarrollo, o la irracionalidad que, despojada de significado, de algún modo produce un universo ordenado matemáticamente, así como al hombre y su razón?”
Expresó su temor de que el hombre (sic) “sería entonces solamente el resultado casual de la evolución y, por tanto, en el fondo también algo irracional”.
Presentar a la evolución como equivalente a la irracionalidad no sólo es absurdo: es mala voluntad. Ratzinger deliberadamente se niega a entender la postura darwiniana, cuya mayor virtud es mostrar cómo, mediante un mecanismo natural, el complejo orden de lo vivo puede surgir sin necesidad de un proyecto.
Esperemos que la Iglesia católica, mientras defiende a sacerdotes pederastas y sus encubridores, no lance una “guerra santa” contra una de las más poderosas teorías en la historia de toda la ciencia.
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