Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
(Por alguna razón, la columna de hoy no apareció en Milenio... pero aquí está para ustedes.)
A quienes nos dedicamos a la ciencia, sobre todo si no tenemos creencias religiosas, con frecuencia nos preguntan en estas fechas si no encontramos contradicción entre celebrar una festividad cristiana y nuestra convicción racionalista (que insiste en que no existen misterios incomprensibles) y naturalista (que rechaza la existencia de entidades sobrenaturales).
Aunque yo conozco a algunos grinches que se niegan a celebrarla, como el dickensiano señor Scrooge (algunos usando el pretexto de que es sólo un festejo consumista), y a ateos recalcitrantes que, con más humor, sustituyen las figuras del nacimiento por héroes de historieta (saludos, amigos), la mayoría de nosotros reconocemos que, más allá de creer o no en la existencia de deidades que además son tres en uno, en vírgenes que dan a luz o en concepciones inmaculadas, la navidad y otras celebraciones cristianas son parte de las tradiciones del nuestro y muchos otros pueblos. Y que, como tales, son ocasiones para convivir y compartir con personas que queremos y fortalecer los lazos sociales que nos hacen pertenecer a una familia, una sociedad, y en última instancia al género humano (nadie se hace humano en soledad, sino en sociedad, dice Fernando Savater… o algo similar, pues cito de memoria).
También es frecuente encontrar divertimentos científico-navideños, como esos que tratan de explicar cómo Santa Clós puede recorrer el mundo repartiendo regalos gracias a efectos cuánticos (o relativistas, como los hoyos de gusano); cómo es que sus renos pueden volar gracias a la aerodinámica inigualable de sus pezuñas y sus cornamentas, o bien que los peces no beben en el río porque absorben agua a través de su piel. En fin, que no todos los científicos somos nerds ultra-racionales como el señor Spock o Sheldon el de La teoría del big bang (aunque muchos sí tenemos, como él, un lado infantil que conservamos y que nos permite seguir disfrutando de la ilusión de la navidad).
Jacques Monod, uno de los padres de la biología molecular, dice en su libro El azar y la necesidad que la ciencia no puede resolver por nosotros el problema de encontrar un objetivo para la vida humana. En otras palabras, al final la ciencia nos da una visión del mundo que puede ser muy confiable, utilísima y asombrosa, pero que no sirve para todo. A veces, hay que simplemente disfrutar las tradiciones sin pensarlas demasiado. Los festejos navideños nos permiten cerrar ciclos, recapitular, planear, reflexionar y compartir. A veces nos entristecen, pero también, con un poco de voluntad, nos alegran. Vale la pena disfrutarlos. Así que, ¡feliz navidad!
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