miércoles, 25 de abril de 2007

Las razones del laicismo

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 25 de abril de 2007

Uno de los requisitos esenciales para hacer ciencia es adoptar lo que el biólogo Jacques Monod llamó “principio de objetividad”: la necesaria suposición de que detrás de los fenómenos de la naturaleza no hay ningún proyecto o plan. Las cosas no ocurren porque alguien así lo haya planeado; no ocurren “para” algo.

Otros pensadores han ampliado el requisito a lo que se conoce como “visión naturalista”: la ciencia tiene que dar por hecho que no existen entidades o fenómenos que estén fuera del mundo natural (sobrenaturales). Esto incluye, por supuesto, la intervención de dioses, ángeles o espíritus de cualquier tipo.

La ciencia es, entonces, “laica” en este sentido. Y lo es por necesidad: para hacer ciencia, para descubrir las regularidades de la naturaleza y poder explicar y predecir los fenómenos que en ella ocurren, tiene que asumirse que tales regularidades existen. Si se cree que las cosas ocurren con sólo desearlas, o que en cualquier momento puede presentarse un milagro o la intervención de un ser mágico, sería imposible hacer experimentos confiables para obtener datos con los cuales confirmar o refutar las teorías científicas. (Por supuesto, la ciencia no busca probar que no exista Dios; sólo hace como si no existiera. No tiene problema con creer en un dios abstracto, siempre y cuando no intervenga en el mundo.)

Y lo cierto es que, hasta ahora, el método científico ha funcionado excelentemente: ningún otro puede competir con él para generar conocimiento sobre la naturaleza.

Las razones por las que las modernas sociedades democráticas son laicas está relacionada con este laicismo naturalista de la ciencia. Los revolucionarios franceses, los padres de la patria estadunidense y los constitucionalistas mexicanos de 1857 reconocieron que, para que un Estado democrático fuera justo, las decisiones que tomara para regir a sus ciudadanos tendrían que estar basadas en el conocimiento más confiable que estuviera disponible.

Es por ello que todavía en la Constitución actual se ordena, por ejemplo, que la educación pública se mantenga “por completo ajena a cualquier doctrina religiosa” y esté basada “en los resultados del progreso científico”.

Ante la polémica por temas como el aborto y la eutanasia, conviene recordar que, más allá de la fe personal, hay buenas razones para que las decisiones de gobierno se tomen independientemente de creencias religiosas.

Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx

miércoles, 18 de abril de 2007

Señora: ¡no aborte!

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 18 de abril de 2007

Cuando ese badulaque llamado Serrano Limón se presentó en la Asamblea Legislativa del DF, donde recibió una merecida lluvia de tangas, intentaba demostrar que un embrión de siete semanas tiene ya vida.

Empeño inútil y bobo: ¡claro que un embrión está vivo! Igual que el espermatozoide y el óvulo de los que proviene. Quienes se sienten inquietos por la iniciativa de despenalización del aborto que se discute en la Asamblea se preocupan por otro asunto: ¿en qué momento se puede decir que un embrión se ha convertido en un ser humano?

La discusión se ha polarizado debido a lo radical de la postura religiosa: que “El embrión humano es persona desde la fecundación”, como afirma un desplegado reciente. Se toma la existencia humana como un valor absoluto, de todo o nada. En esta visión de blanco o negro, un embrión en desarrollo —o un óvulo fecundado— son tan completamente humanos como un bebé recién nacido.

Pero tal argumento no se sostiene. Evidentemente, un óvulo fecundado —y las etapas inmediatamente posteriores, en que esta célula se va dividiendo para convertirse en mórula, blástula y gástrula— no puede presentar las funciones que caracterizan a un ser humano (pensamiento, conciencia, o al menos capacidad de sentir dolor). No puede, porque las estructuras anatómicas necesarias para ello no están siquiera presentes. Sin tales funciones, hablar de ser humano no tiene sentido.

Las diferencias en “grado de humanidad” entre un óvulo fecundado, que es sólo una célula sin sensibilidad ni nada que pueda caracterizarse como “naturaleza humana” (más allá de sus genes… ¡y suponemos que no se trata de reducir la naturaleza humana a los genes!) y un bebé plenamente humano son indiscutibles. Muestran que debe existir algún punto intermedio en el embarazo —por arbitrario que sea— antes del cual interrumpirlo no tiene por qué ser un problema ético.

Muchas mujeres no estarán de acuerdo, quizá debido a sus creencias religiosas. A ellas les recomendaría, con toda sinceridad, ¡señora, no aborte! Pero no se preocupe por una ley que simplemente permitirá que otras mujeres que decidan hacerlo —y lo están haciendo, no por gusto sino muchas veces por necesidad imperiosa— no tengan que poner en riesgo sus vidas. Nadie está a favor del aborto, pero cerrar los ojos a una realidad urgente en aras de un ideal nebuloso sería imperdonablemente injusto.

Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx

miércoles, 11 de abril de 2007

Charlatanes por diversión

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 11 de abril de 2007

Soy libra con ascendente escorpión. Eso, según los astrólogos, me convierte en alguien muy interesante. Buen dato para iniciar una conversación, pero no creo una palabra: estoy seguro de que mi encantadora personalidad no es consecuencia de influencias astrales.

Sí, ya lo sé: la astrología tiene una larga historia que se remonta al menos hasta los sumerios (¿o eran los asirios?); de ella nació la astronomía, y miles de personas en el mundo –de todo hay en la viña de Darwin– creen que los astros controlan sus vidas.

La verdad es que tal creencia carece de todo fundamento. Es imposible que un objeto a miles de años luz influya en lo que sucede en la Tierra: es mayor la atracción gravitacional de un coche estacionado junto a nosotros, por ejemplo, que la de cualquier astro cercano. Las estrellas que forman las “constelaciones” de la bóveda celeste en realidad no están en un mismo plano, sino muy distantes entre sí: vistas desde otro ángulo no tienen ninguna relación.

Dos gemelos nacidos con instantes de diferencia pueden tener vidas radicalmente distintas. Por ejemplo, uno puede morir de niño y el otro no. Existen cantidad de estudios rigurosos que una y otra vez revelan que, si las estrellas influyen en nuestras vidas, es sólo a través de las decisiones que tomamos basados en tal creencia.

La astrología llega a ser peligrosa: se dice que Ronald Reagan solía consultar a un asesor astrológico antes de tomar decisiones de Estado. También es triste: cientos de incautos con problemas serios recurren, desesperados, a estafadores que se hacen pasar por videntes, psíquicos y adivinos, y que constantemente se anuncian en radio, televisión y prensa.

Estos vivales deberían ser acusados de fraude: venden un producto falso. Pero comprobarlo sería difícil. Por eso es ingeniosa la solución adoptada por la Procuraduría Federal del Consumidor, al decretar que los “servicios de adivinación, psíquicos y horóscopos” están obligados, desde el 1 de abril, a modificar su publicidad y “señalar que se trata de un servicio de entretenimiento, (y) que la interpretación y uso del servicio es responsabilidad exclusiva del consumidor”.

Ya lo sabe: si usa uno de estos abusivos servicios, recuerde que es sólo por diversión. A $60 pesos por mensaje de texto o $52 por minuto de llamada, le saldría mucho más barato ir al cine. O contratar un payaso.

Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx

miércoles, 4 de abril de 2007

Ley natural

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 4 de abril de 2007

Continúa el debate sobre la aprobación de la causal de “daño al proyecto de vida” para excluir a mujeres embarazadas de responsabilidad penal por abortos realizados en las primeras 12 semanas de la gestación.

La iniciativa, necesaria y justa, reconoce el derecho de las mujeres a decidir no sobre su cuerpo -el embrión es un organismo individual, distinto a la madre-, sino sobre si desean o no tener un hijo en un momento determinado, y a recibir apoyo de las instituciones de salud al que tienen derecho.

Sin embargo, la oposición de la derecha religiosa continúa y se radicaliza. Uno de los argumentos que se esgrimen es el de la “ley natural”. El papa declaró en febrero, al inaugurar en Roma el Congreso Internacional sobre Derecho Natural, que “La ley natural expresa esas normas inderogables y obligatorias, que no dependen de la voluntad del legislador y tampoco del consenso que los Estados pueden darles, pues son normas anteriores a cualquier ley humana y, como tales, no admiten intervenciones de nadie para derogarlas”. Se trata, según la jerarquía católica, de principios no negociables que van incluso por encima de las leyes nacionales.

Es curioso ver a una iglesia que critica la “soberbia” de la ciencia en temas como la clonación o la investigación con células madre mostrar tal arrogancia. Pues incluso las leyes de la física, que a diferencia de las humanas, no pueden ser violadas -nadie puede “decidir” no obedecer la ley de la gravedad, o la de la conservación de la masa y la energía-, en realidad son relativas. Dependen del contexto.

En nuestro universo, rigen leyes físicas que podrían haber sido distintas si las condiciones del big bang hubieran sido otras. Las leyes de la química o la biología, en cambio, son menos universales: admiten excepciones. Esto se debe a que su dependencia del contexto es mayor. Un mismo fármaco tendrá efectos distintos dependiendo de las particularidades del organismo que lo reciba, por ejemplo.

El papa y su iglesia dirán, claro, que tales leyes -físicas, biológicas, etc.- fueron instauradas por su Dios. Al menos sería bueno que fueran honestos y, mientras insisten en imponer sus creencias, aceptaran que lo que defienden es, en todo caso, una supuesta ley sobrenatural.

¡Mira!

Con esta entrega, que coincide con la semana santa, esta nada piadosa columna celebra sus primeras 200 colaboraciones, hecho que agradece a sus lectores.

Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx