miércoles, 24 de noviembre de 2010

Confiar en la ciencia

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 24 de noviembre de 2010

Considere usted los siguientes tres casos:

1) Astrónomos del Instituto Max Planck, en Alemania, descubrieron, usando el telescopio del observatorio de La Silla, en Chile, el primer planeta de origen extragaláctico (hasta ahora se habían descubierto casi 500 planetas girando alrededor de otras estrellas, pero todas en nuestra galaxia, la Vía Láctea), a unos 2 mil años luz de la Tierra. La noticia se difunde globalmente, causando asombro e interés.

2) Escucho en un programa de radio a una experta “grafóloga”, que trabaja con autoridades judiciales mexicanas, explicar cómo, viendo que el locutor pone puntos encima de sus letras, puede asegurar que él padece de migrañas. La misma “experta” asesora a empresas para contratar personal, y ha testificado en numerosos juicios acerca de la salud mental de los acusados, todo ello con base en el análisis “científico” de su escritura. El locutor no comenta nada; a mí la piel se me eriza.

3) La revista médica The Lancet, probablemente la más prestigiada del mundo, publica los resultados de una investigación que llega a la conclusión de que el consumo de alcohol es un tercio más dañino que el de heroína, y 2.6 veces más que el de cocaína. El resultado aparece en los medios, pero surgen comentarios incrédulos. Un colega columnista de Milenio Diario, por ejemplo, argumenta (“El alcohol no tiene la culpa”, Analecta de las horas, por Ariel González Jiménez, 6 de noviembre de 2010), luego de decir “Disculpen, queridos sabios…”, que, aunque “está respaldado por un conjunto de aspectos metodológicos que impresionan ampliamente, como suele suceder con todo lo que goza de la etiqueta de científico, a los medios de comunicación (…) sus puntajes me parecen francamente sospechosos. ¿Cómo es posible que en una escala de 100 el alcohol tenga una puntuación de 72 y la heroína apenas 55 y el crack incluso menos: 54?, ¿cómo sustancias altamente adictivas pueden ser menos peligrosas que el alcohol?”. “Me parece una suerte de invitación a su consumo despreocupado”, concluye.

La pregunta interesante es: ¿por qué en algunos casos confiamos plenamente en lo que se nos presenta como ciencia (el planeta extragaláctico); otras afirmaciones las descartamos sin más trámite como charlatanería, aunque se digan “científicas” (grafología), y ante otras mantenemos una actitud de desconfianza (estudio sobre drogas)?

La respuesta es sencilla: por cómo se averiguó lo que se afirma. Los astrónomos utilizaron el bamboleo que el planeta causa en su estrella, medido minuciosamente, para localizarla y estimar su tamaño. En el estudio sobre drogas, se tomó en cuenta una serie de parámetros (análisis multidimensional, dicen los autores) que incluyen los daños físicos, psicológicos y sociales que el consumo de drogas causa tanto en los usuarios como en su comunidad. Además, el estudio se diseñó con la colaboración de expertos de diversas instituciones especializadas en el tema. En cambio, la grafología es una seudociencia bien conocida, basada en suposiciones sin fundamento, y que ha fracasado repetidamente en pruebas controladas (¡por eso es espeluznante que se la siga usando para contratar personal o como prueba en juicios!).

La esencia de nuestra confianza en la ciencia radica en su método, que parte de datos verificables. Aunque a veces las conclusiones a las que llega no nos agraden, como ocurre con los riesgos del alcohol.

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miércoles, 17 de noviembre de 2010

Contrastes

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 17 de noviembre de 2010

Mientras el pasado sábado 13 se llevaba a cabo en un hotel del Centro Histórico el 1er Coloquio Mexicano de Ateísmo (“La fe no mueve montañas; la ciencia sí”), que por cierto resultó un éxito, en Guadalajara, Jalisco, tenía lugar (del 12 al 14 de noviembre) el “Congreso camino a la castidad” (“Encontrando el propósito de Dios para nuestras vidas”).

Auspiciado por el grupo ultracatólico Courage Latino y financiado, a través de la organización civil Valora, por la Secretaría de Gobierno del Estado de Jalisco (por órdenes, no podía ser de otro modo, del “góber piadoso”, el señor del asquito, Emilio González Márquez), el congreso busca invitar “a personas en condición de atracción al mismo sexo” (sic.) a escuchar pláticas sobre supuestos métodos para “curar” la homosexualidad.

O, por lo menos, para “ayudar a los homosexuales a vivir en castidad”, pues como es sabido el Catecismo Católico (2357-2359), en su infinita caridad, no condena la homosexualidad en sí, sino solamente los “actos homosexuales”, que considera “intrínsecamente desordenados” (la Biblia los presenta como “depravaciones graves”, mientras que para la Congregación para la Doctrina de la Fe son “contrarios a la ley natural”).

El Coloquio ateo (que contó con la presencia de figuras internacionales como PZ Myers, Dan Barker y Stuart Bechman) sirvió para mostrar a la sociedad que existen personas que, a pesar de no tener fe en una deidad, son ciudadanos con los mismos derechos que cualquier otro, que pueden vivir una vida ética y productiva y que exigen el respeto al estado laico que constituye una de las bases importantes de una democracia moderna. Es curiosa la semejanza de este discurso con el de la defensa de los derechos de las minorías sexuales (incluso se habló de que los ateos deben “salir del clóset”). No es casualidad: en muchas sociedades, no ser creyente puede ser causa de discriminación y hasta agresión.

El Congreso homofóbico, por su parte, intenta reafirmar, en contra de toda la evidencia científica seria, que la diversidad sexual es un pecado que debe ser combatido.

Al mismo tiempo, el Congreso de la Unión avala otorgar seguridad social a los matrimonios del mismo sexo, el Infonavit autoriza el primer crédito a un matrimonio gay, las declaraciones del físico Stephen Hawking acerca de que “no hizo falta un Dios para crear el universo” vuelven a escandalizar a las buenas conciencias, y el célebre “Chicharito” Hernández es advertido de que podría ser agredido si se persigna y reza antes de un partido contra el equipo Rangers, de Escocia, famoso por sus fanáticos anticatólicos (pero protestantes).

No cabe duda: religión y pensamiento racional son caminos muy distintos, a veces opuestos. No queda más que discutir, en cada una de nuestras sociedades, con base en cuál de ellos queremos tomar decisiones que afectan la vida de nuestros ciudadanos.


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miércoles, 10 de noviembre de 2010

Biotecnología a debate

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 10 de noviembre de 2010

A Agustín López Munguía: gracias por la oportunidad

Una de las características más distintivas de la ciencia es que, a través de entender la naturaleza, nos permite modificarla (por ejemplo, a través de la tecnología). En esto radica su poder, y su peligro.

Entre las tecnologías actualmente más polémicas, en México y en el mundo, es la biotecnología: la aplicación de técnicas bioquímicas, genéticas y moleculares para manipular los organismos vivos. La semana pasada tuve la oportunidad de participar en el simposio “Comunicación y Percepción Social de la Biotecnología”, dentro del VII Encuentro Latinoamericano y del Caribe sobre Biotecnología Agropecuaria, llevado a cabo en Guadalajara, Jalisco. La experiencia resultó muy instructiva.

En el imaginario público, la biotecnología suele reducirse a la creación y cultivo de vegetales transgénicos (es decir, aquellos que tienen genes provenientes de una especie distinta). Pero va mucho más allá: involucra desde el uso de diversas enzimas (proteínas que facilitan ciertas reacciones químicas) en procesos industriales, alimentos o incluso en detergentes, pasando por la ingeniería genética (que permite, por ejemplo, producir insulina humana en bacterias que pueden cultivarse masivamente, y que no produce efectos de rechazo, como la insulina de vaca o de cerdo, que se empleaba anteriormente para tratar la diabetes tipo 1), hasta la clonación (reproducción asexual que produce individuos genéticamente idénticos) de plantas o ganado.

Otra idea común es que la biotecnología es algo muy reciente, y por tanto “artificial”. Y en consecuencia, según el prejuicio común, forzosamente dañino. Lo cierto es que fenómenos como la clonación y el intercambio de genes entre especies han existido en microorganismos –y a veces hasta en plantas y animales, a través de virus- desde siempre en el mundo vivo. El aprovechamiento de microorganismos y sus productos para beneficio humano se remonta a la invención de la cerveza, el queso, el vino… Y muchas de las plantas que cultivamos se reproducen por clonación, mediante “pies” o “esquejes” (partes del tallo de una planta que se siembran y echan raíces).

En nuestro país, el cultivo de plantas transgénicas, en particular el maíz (especie que surgió en lo que hoy es México, que es entonces su centro de origen), ha sido satanizado, en parte por organizaciones de corte radical como Greenpeace (cuyos fines sin duda son loables, pero que con frecuencia difunde información falsa o tendenciosa) o francamente fantasioso, como el Grupo ETC, pero también con argumentos razonados por organizaciones de la sociedad civil, como la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS).

Una de las dos principales razones ofrecidas para oponerse al maíz transgénico es la idea de que el consumo de cualquier vegetal transgénico es dañino para la salud (pues podría causar desde alergias hasta alteraciones genéticas que pudieran, por ejemplo, producir cáncer). Este argumento ha sido rebatido: no sólo comer alimentos con genes extraños no daña al ser humano (los consumimos cada vez que comemos vegetales crudos), sino que nunca se ha encontrado, en largos años de consumo de este tipo de alimentos en varios países, ningún caso de enfermedad causada por ellos.

El otro argumento para oponerse al cultivo de maíz transgénico es que, por ser una planta de polinización libre, podría mezclar su material genético con el de los maíces criollos originarios de México, contaminando así el patrimonio biológico tradicional del que han subsistido pueblos enteros durante siglos, y reduciendo la biodiversidad natural. Este segundo peligro es mucho más real.

¿Por qué hay, entonces, quien se empeñe en cultivar maíz transgénico en México? La respuesta, como pude apreciar en el Encuentro de Biotecnología, es compleja. Por un lado, es un gran negocio para las transnacionales que lo producen. Por otro, ofrece la posibilidad de disminuir la importación de maíz, al aumentar la producción y reducir las pérdidas por plagas, y combatir así el hambre (aunque todavía se discute si esta promesa realmente se cumple). ¿Queremos de veras renunciar a la posibilidad de competir con potencias agropecuarias como Estados Unidos y Brasil, y seguir importándoles maíz, con tal de proteger nuestros maíces nativos de una posible contaminación genética?

Aún no hay respuesta definitiva. Finalmente, cualquier tecnología puede beneficiarnos, o causar daño. Sólo el debate amplio, democrático e informado permitirá que, como ciudadanos, compartamos con científicos y gobernantes la responsabilidad de decidir el uso que se haga de la biotecnología en nuestros países.

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miércoles, 3 de noviembre de 2010

Ciencia, religión y ateísmo

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 3 de noviembre de 2010


El próximo sábado 13 de noviembre se llevará a cabo el Primer Coloquio Mexicano de Ateísmo, con el lema “La fe no mueve montañas; la ciencia sí”, al que este columnista está invitado a participar como orador (junto con varias notorias personalidades nacionales e internacionales). Es buen pretexto para responder a la inquietud que varios lectores me han expresado por algunas colaboraciones recientes y aclarar por qué considero pertinente adoptar una postura crítica frente a la religión –en particular, frente a la iglesia católica– en una columna como ésta, dedicada a la ciencia.

En primer lugar, la relación entre ciencia y religión es innegable. Y es una relación conflictiva. A diferencia de las visiones simplistas tipo “al César lo que es del César y a dios lo que es de dios”, que suponen que no hay problema –como la que el eminente biólogo evolutivo y divulgador científico Stephen Jay Gould expresara en su libro Ciencia versus religión, un falso conflicto (Crítica, 2000; originalmente Rocks of ages: science and religion in the fullness of life, Ballantine,1999), donde proponía que ciencia y religión eran “magisterios separados” que se rozaban sin magullarse–, lo cierto es que las posturas científicas y religiosas frecuentemente entran en oposición directa… y muchas veces violenta.

Deje usted casos históricos como la oposición eclesiástica a las teorías de Giordano Bruno (quemado por hereje), Copérnico (temeroso de publicar sus escritos), Galileo (recluido por hereje), Darwin (igualmente atemorizado de publicar sus ideas, y en efecto, atacado por ellas hasta nuestros días), o la condena a prácticas hoy consideradas completamente seguras y benéficas como las autopsias, la anticoncepción o la fertilización in vitro (las dos últimas todavía neciamente condenadas por el Vaticano). Basta con ver asuntos de actualidad como los derechos de las minorías sexuales, la discusión sobre el derecho a la eutanasia, a la suspensión de embarazos no deseados, a la investigación con células madre embrionarias… Temas que, manifiesta o potencialmente, mejoran el nivel de vida de sectores importantes de la población, y les dan mayor libertad y autodeterminación. Y temas, todos ellos, donde la ciencia tiene datos claros que aportar, y que van en contra de la postura eclesiástica.

La ciencia, ya se ha comentado aquí, requiere adoptar una postura naturalista, que excluya la creencia en entidades sobrenaturales. Laica. Ello no implica negar la existencia de un dios (o dioses), pero sí dejar tal creencia fuera del ámbito del trabajo y la discusión científica. Muchos científicos son creyentes, y muchos son ateos (no creen que exista un dios) o agnósticos (no saben si existe). Pero todos dejan de lado tal posibilidad mientras trabajan.

¿Busca la ciencia, entonces, acabar con la religión o demostrar que dios no existe? No. (Tampoco los grupos ateos, que frecuentemente incluyen personas muy interesadas en la ciencia, y curiosamente, en combatir las supercherías). Pero en ocasiones nos muestra que hay que oponerse a ciertas posturas religiosas, y nos obliga a abrir discusiones que algunas personas encuentran desagradables, pero que finalmente benefician a la sociedad.

Si a usted le interesa discutir estos y otros interesantes temas, asista este sábado 13 al Coloquio de Ateísmo, que se llevará a cabo en el hotel Fiesta Inn Centro Histórico. ¡Apresúrese, los lugares se agotan! No se arrepentirá. Informes e inscripciones: www.ateosmexicanos.org/coloquio


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