miércoles, 25 de abril de 2012

Ciencia y política

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 25 de abril de 2012 

La política no es una ciencia (aunque existan las ciencias políticas). Y votar no es una decisión que se tome “científicamente”, basándose sólo en el pensamiento racional y los datos comprobables. En la decisión de voto de cada ciudadano intervienen filias, fobias y otros factores de tipo personal, cultural y circunstancial. El voto “objetivo” es sólo un ideal utópico.

Y sin embargo, el pensamiento científico puede colaborar con la democracia. Ya Carl Sagan, en su libro El mundo y sus demonios (pdf), afirmaba, con toda razón, que “Los valores de la ciencia y los valores de la democracia concuerdan; en muchos casos son indistinguibles...
La ciencia prospera con –y de hecho, requiere de– el libre intercambio de ideas; sus valores son opuestos al secreto.” En este sentido, para Sagan –y este columnista concuerda abiertamente–, una formación científica en los ciudadanos, que fomente el pensamiento crítico, promueve también los hábitos mentales necesarios en una verdadera democracia (es decir, una en que los ciudadanos razonen, al menos en parte, su voto, y no se dejen llevar totalmente por la propaganda o las promesas sin sustento).

Es muy triste, por tanto, ver que en el famoso “desplegado de los notables” (o “los intelectuales”, o “de las preguntas incómodas”), publicado en diversos medios el pasado 27 de marzo, entre cuyos abajofirmantes aparecen varios científicos como Mario Molina, Manuel Peimbert, Pablo Rudomín, Juan Ramón de la Fuente y hasta René Drucker, no se mencionen ni una sola vez las palabras “ciencia” o “tecnología”. No porque con ellas se resuelvan automáticamente todos los problemas políticos y económicos del país, sino porque sin un adecuado desarrollo científico-técnico-industrial, y los beneficios sociales que éste genera, resolverlos es prácticamente imposible.

Por otra parte, como muestra el investigador Luis Mochán, del Instituto de Ciencias Físicas de la UNAM en un trabajo recientemente presentado en el seminario “Quinto poder: las encuestas y la construcción social del ganador”, llevado a cabo en El Colegio de México el mismo 27 de marzo (disponible en http://bit.ly/Jwi1Av), la ciencia nos puede también dar herramientas para analizar qué pasa en una democracia. Por ejemplo, para descubrir que, contra lo que se cree, los resultados de una encuesta sí pueden influir en una elección (al alterar la percepción de los electores respecto a los candidatos, y modificar así su intención de voto). O que las diversas modalidades de una elección (una o varias vueltas, por ejemplo) pueden modificar radicalmente su resultado. O que un análisis matemático puede demostrar que un proceso electoral polémico, como el del 2006 en México, es imposible afirmar con certeza quién ganó.

No cabe duda de que, como dijera Churchill, “La democracia es el peor de todos los sistemas políticos, con excepción de todos los sistemas políticos restantes”. Como se ve, la ciencia, al menos, puede intentar hacerla “menos peor”.

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miércoles, 18 de abril de 2012

Cómo dividir una célula

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 4 de abril de 2011

El huso mitótico
Uno de los hechos más asombrosos de la biología es el nacimiento de un nuevo organismo: una primera célula –el cigoto u óvulo fecundado– se va dividiendo en dos, cuatro, ocho… hasta dar origen a los trillones de células que conforman un individuo completo. Células de cientos de tipos distintos, que constituyen sus distintos tejidos, órganos y sistemas.

Tanto en animales como en plantas se han estudiado los delicados mecanismos que controlan las primeras divisiones del cigoto. Porque una célula no puede dividirse siempre en dos células idénticas: es a través de divisiones asimétricas –que dan origen a dos células hijas distintas– que se va generando la diversidad del organismo.

División simétrica (izq.)
vs. asimétrica (der.)
En la base de estas divisiones se encuentra el huso mitótico, ese conjunto de rieles moleculares –microtúbulos– que vemos en los esquemas de la mitosis en secundaria, y que establecen la simetría de la célula en división, al determinar en qué dirección se dividirán las dos células hijas (como ya habíamos mencionado aquí hace unas semanas). Es la dirección de esas divisiones, al definir si una de ellas queda, por ejemplo, más cerca o más lejos de la fuente de alguna señal química, la que comienza a diferenciar a las células.

Simplificando, una célula puede dividirse a lo ancho o a lo largo, dependiendo de cómo se acomode el huso mitótico (la división ocurre en dirección perpendicular a la del huso).

¿Y qué determina la dirección en que se formará el huso? En moscas de la fruta (Drosophila) se han estudiado los factores moleculares que controlan exactamente cómo se van dividiendo las células en el embrión en formación (y que cuando fallan producen crecimientos desordenados: tumores). Pero en plantas, donde, a diferencia de los tejidos animales, las células se hallan fijas en su posición, debido a la pared celular de celulosa que las rodea, no se había descifrado el mecanismo que controla la dirección de las divisiones.

Un amable lector, Alfredo Cruz Ramírez, llama mi atención a un trabajo publicado recientemente en la revista Cell, en el cual él participó durante una estancia posdoctoral en la Universidad de Utrecht, en Holanda. El grupo del investigador Ben Scheres (en el que también participaron Pankaj Dhonukshey otros 15 autores), del que formó parte, descubrió, mediante detallados estudios moleculares y simulaciones computacionales, cómo cierto tipo de hormonas vegetales, las auxinas, controlan una cascada de señales celulares que finalmente determinan si el huso se forma en una dirección o si gira 90 grados. Así la planta (Arabidopsis thalianapuede controlar, por ejemplo, el crecimiento de una raíz a lo largo o la formación de raíces laterales.

Más allá de sus posibles aplicaciones –que las habrá–, trabajos como éste nos muestran algo fascinante: que podemos descubrir los secretos íntimos del desarrollo de los organismos. Ojalá Alfredo, que estudió en la Universidad de Hidalgo y en el IPN, y que está ya de regreso en México, pueda pronto seguir haciendo investigación básica, tan necesaria en nuestro país.

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miércoles, 11 de abril de 2012

Homeopatía letal

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en 
Milenio Diario, 11 de abril de 2011 


En los medios australianos y mundiales está causando gran revuelo un caso espeluznante de negligencia médica: la dolorosa muerte de Penelope Dingle, ex–modelo y actriz, debido a un cáncer colorrectal mal atendido.

El caso horroriza debido a que su mal hubiera podido curarse, de no haber tomado la decisión (apoyada por su marido, Peter Dingle, un gurú que vendía consejos sobre salud­ basados en el pensamiento positivo) de confiar ciega –de hecho, fanáticamente– en una homeópata, Francine Scrayen, quien durante más de un año la convenció de no recurrir a la medicina científica, basada en evidencia, y le prometió que podría curarla.

Hoy Scrayen enfrenta demandas por negligencia criminal, y al mismo tiempo amenaza con demandar a quienes se atreven a denunciar en los medios su criminal irresponsabilidad.

El caso es demasiado largo y complejo para exponerlo aquí, pero muestra claramente que la homeopatía sólo no cura, sino que puede ser claramente dañina.

Escribir sobre seudociencias médicas como la homeopatía (o la acupuntura, o tantas otras) es una de las labores más ingratas para un divulgador científico. Inmediatamente llueven los ataques indignados de quienes creen en la efectividad de estas “terapias alternativas”. Y sin embargo, hay datos certeros para calificarlas de fraudes, y razones poderosas para combatirlas.

Menciono los datos telegráficamente, por razones de espacio. Una simple búsqueda en internet puede confirmarlos (siempre y cuando se consulten fuentes médicas serias –es decir académicas, serias, confirmables–, no sitios promotores de charlatanerías, los cuales que carecen, indefectiblemente, de estas cualidades).

1) La homeopatía no cura. Su éxito se debe a que aparenta curar, es decir, el paciente puede sentir que mejora. Pero todos los estudios médicamente rigurosos (es decir, en grupos estadísticamente significativos, usando grupos testigo a los que se les administra un placebo, siguiendo la metodología de doble ciego) demuestran que no tiene más efecto que una sustancia inocua. El valor anecdótico de quienes afirman haberse curado es tan médicamente válido como el de quienes afirman haberse curado gracias a la virgen María o el pensamiento positivo. Es decir, nulo.

Penelope Dingle
2) Las bases “teóricas” de la homeopatía –la ley de los semejantes y el uso de diluciones infinitesimales– van en contra de todo el conocimiento químico actual, el cual –lo sabemos con certeza– sí funciona. Un medicamento cura debido a la estructura de sus moléculas, no a indefinibles “energías”. Por tanto, su efecto disminuye, no aumenta, al diluirlo. Igualmente, una sustancia que causa un efecto no puede usarse para combatir ese mismo efecto. Todo esto ha sido comprobado repetidamente. Quien afirme lo contrario, o es deliberadamente ignorante, o miente.

3) Aunque muchos creen que la homeopatía “al menos” no daña, muchas veces es falso. Puede dañar de forma directa, cuando quienes preparan los medicamentos lo hacen fraudulentamente, incluyendo sustancias verdaderamente tóxicas en concentraciones dañinas, sin estar supervisados por ninguna autoridad de salud (estos casos son más comunes de lo que se pudiera pensar). Pero también de forma indirecta, promoviendo el uso de remedios inútiles y fomentando la desconfianza del público en la medicina científica, cuyos resultados son, si no infalibles, sí claramente comprobables… y comprobados.

Peter y Penelope Dingle,
poco antes de la muerte de ella
Un amigo cercano acaba de vivir una experiencia cercana a la de Penelope Dingle: durante dos años acudió a la homeopatía para tratar lo que resultó ser un linfoma maligno. En la etapa 1, 2 o 3 (tumor puntual puntual o localizado) podría haberse curado. Cuando llegó, en la etapa 4, ya con metástasis, su mejor esperanza es controlarlo crónicamente mediante quimioterapias regulares.

No hay duda: permitir que charlatanes irresponsables como Scrayen sigan ejerciendo impunemente, promoviendo su seudociencia y fomentando el abandono de terapias que sí ofrecen posibilidades reales de salvar vidas es criminal. No se trata de ideología, sino de ciencia que salva vidas.

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miércoles, 4 de abril de 2012

Calentamiento polémico

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 4 de abril de 2012

A diferencia de lo que muchos creen, la ciencia no revela verdades. Sólo produce conocimiento, basado en evidencia, que trata de describir lo más exactamente posible el mundo. Eso sí: se trata del conocimiento más confiable que existe sobre la naturaleza. Pero al mismo tiempo es un conocimiento constantemente corregible, cambiante. La ciencia evoluciona.

Parte importantísima de este proceso de continua revisión y corrección –y de vez en cuando, revolución– son los debates o polémicas científicas, en las que dos posturas sobre cierto fenómeno se confrontan y discuten, a veces de forma muy acalorada, para tratar de demostrar que una es correcta y la opuesta se equivoca.

Tales polémicas obligan a revisar en detalle no sólo los datos, sino los métodos, conceptos e incluso las definiciones. A veces llegan a convertirse en verdaderos debates filosóficos. Como resultado, una de las posturas puede llegar a establecerse como conocimiento científico legítimo, aceptado por la mayoría de la comunidad de expertos (claro, sin dejar por ello de estar sujeto a posteriores revisiones). La otra puede quedar clasificada, si le va bien, como “ciencia deficiente” (bad science), investigación mal hecha por basarse en premisas erróneas, o por una técnica o un razonamiento incorrectos; o, si le va mal, como seudociencia: una visión que no sigue las normas de la investigación científica, aunque aparente hacerlo (y que no puede aspirar, por tanto, al mismo nivel de confiabilidad del que goza la ciencia gracias, precisamente, a su exigente método).

El problema es que a veces las polémicas científicas tardan mucho en resolverse. Y mientras esto no ocurra, es imposible saber cuál de las dos posturas ganará. Esto puede ser un problema para, por ejemplo, los periodistas, que siempre queremos presentar a nuestra audiencia una historia con una conclusión clara, no un “continuará”.

La nota difundida en los medios mundiales el pasado 27 de marzo sobre un científico ruso (Nikolái Dobretsov, presidente de la Junta Científica de Ciencias Naturales de la Academia Rusa de Ciencias) que, basado en datos sobre la recuperación del hielo ártico en años recientes afirmó que “Es obvio que el calentamiento global continuo es un mito” es un clásico intento de reabrir un debate que, si no está completamente cerrado, está a punto de serlo.

Más allá de sus credenciales o de la validez de sus datos (la cual, por cierto, tendría que discutirse), su postura va en contra de la opinión razonada y bien fundamentada de la gran mayoría de los expertos en clima del mundo. (Y lo pone a uno a pensar que en la nota no se cite una investigación publicada, que sólo aparezca su nombre, y que afirme terminantemente que “Hacia finales del siglo empezará un enfriamiento global y no un calentamiento” y a continuación se contradiga añadiendo que “para poder precisar las previsiones es necesario desarrollar una compleja red de estaciones observadoras en la región del Ártico”… ¿en qué quedamos: sabemos que habrá enfriamiento, o necesitamos más datos para saber qué pasará?)
Proyecciones del calentamiento global
para las próximas décadas

Es claro que la cantidad de gases de invernadero producidos por el ser humano –principalmente dióxido de carbono– han aumentado dramáticamente en el último siglo. Es claro que el nivel de este gas está directamente relacionado con la temperatura atmosférica. No es tan claro, pero todo parece indicar, según la mayoría de los expertos, que si no disminuimos dramáticamente tales emisiones, el planeta sufrirá un calentamiento de consecuencias catastróficas.

¿Qué será mejor: usar condón para no contagiarse de sida, usar el cinturón de seguridad para, en caso de choque, tener mejores posibilidades de sobrevivir; dejar de fumar para prevenir un posible cáncer o enfisema, disminuir la emisión de gases para evitar una posible catástrofe ambiental… o negar lo evidente y seguir porfiando con los expertos, rescatando cualquier rastro de evidencia en contra del consenso para tratar de reactivar una polémica ya terminada y justificar nuestra insistencia en seguir realizando acciones riesgosas? Se lo dejo de tarea…

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