Publicado en Milenio Diario, 31 de diciembre de 2009
Hace varias semanas, cuando el conflicto del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) estaba en su apogeo, me llamó la atención que Carlos Marín afirmara que el periodismo objetivo “no existe en el mundo”.
Tiene razón, sin duda (y no osaría yo discutirle al autor de uno de los manuales de periodismo más leídos en el país). La objetividad periodística absoluta es inalcanzable. E incluso lo es una objetividad aproximada, ya que inevitablemente el periodista —y el medio— responden a ciertos gustos, tendencias, opiniones e intereses, y ello distorsiona, tergiversa y hace selectiva la versión de los hechos que presentan. Pero ¿significa eso que el periodismo es, entonces, sólo una sarta de mentiras?
Comparemos con lo que ocurre en ciencia. La versión popular —por desgracia, muy inexacta— la ve como el súmmum de la objetividad.
Pero quien haya estudiado un poco de filosofía, sociología o historia de la ciencia habrá encontrado el poco tranquilizador hecho de que la famosa objetividad científica es, también, una entelequia indemostrable –y, para todo fin práctico, inexistente. La cantidad de factores ideológicos, culturales, psicológicos, socioeconómicos y hasta aleatorios que influyen para que una teoría sea aceptada como científica al tiempo que otras son rechazadas basta para hacer que cualquiera dude.
Y sin embargo, hay ciencia auténtica y hay falsa ciencia, así como hay periodismo cabal y seudoperiodismo que se vende.
Pero hay que matizar, para evitar malentendidos. A pesar de sus limitaciones filosóficas, tanto el periodismo como la ciencia —el buen periodismo y la buena ciencia— tienen un compromiso con la realidad. Un compromiso fuerte, sólido. Tienen que tenerlo; de otro modo, no servirían para nada.
El periodismo sirve. Para informar, investigar y permitir que el ciudadano forme opiniones y tome decisiones. Cumple una tarea vital en cualquier sociedad democrática. Y la ciencia sirve también: produce conocimiento, y tecnología derivada de él, que funcionan. No es infalible, pero nos ha ayudado, a lo largo de la historia, y con alto grado de eficacia, a resolver problemas y mejorar enormemente nuestro nivel de vida.
Los ideales son inalcanzables, pero renunciar a algo útil sólo porque es imperfecto es tirar el bebé con el agua de baño. Después de todo, la democracia también es imperfecta, pero tiene el compromiso de representar, lo más “objetivamente” posible, la opinión real de la mayoría de los ciudadanos.
¡Feliz 2010!