miércoles, 28 de abril de 2010

¿Qué onda con Evo?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 28 de abril de 2010

Desde que el presidente de Bolivia, Evo Morales, declaró el pasado 20 de abril, durante la inauguración de la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, en Tiquipaya, que “El pollo que comemos está cargado de hormonas femeninas, por eso, cuando los hombres comen esos pollos, tienen desviaciones en su ser como hombres”, no ha dejado de ser motivo de burla.

Evo afirmó también que “La calvicie, que parece normal, es una enfermedad en Europa, casi todos son calvos, y es por las cosas que comen; mientras, en los pueblos indígenas no hay calvos, porque comemos otras cosas”.

¿Es merecido el escarnio? Creo que sí. Creo que, ideologías y tradiciones aparte, un personaje público no puede hacer impunemente alarde de tamaña ignorancia. Una cosa es retomar, metafóricamente, el discurso autóctono de la Pachamama, la “madre tierra” o “madre mundo” andina, y otra muy distinta es pensar seriamente que los terremotos son causados por su enojo ante las políticas neoliberales o nuestro pobre cuidado del ambiente, o que los alimentos, por más hormonas que puedan tener, ocasionen calvicie u homosexualidad.

Y es que lo que dijo Evo simplemente no es cierto: sabemos que los temblores no son causados por las políticas humanas (ni por ningún efecto que el ser humano pueda tener sobre el ambiente… ¡vaya, ni siquiera por el calentamiento global!). Sabemos que la calvicie tiene un origen hereditario, no alimentario, y que la homosexualidad es un fenómeno mucho más complejo que la rústica concepción de hombres “afeminados” por consumir hormonas. Evo muestra, además, su homofobia –otro valor tradicional, después de todo. (El espléndido escritor y polémico conductor televisivo Jaime Bayly, del que me declaro fan incondicional, no pudo menos que tomarlo a broma: “yo desde niño he comido mucho pollo …y se ve que por comer tanto pollo me he ido afeminando, afectando de suaves modales, amariconando sin darme cuenta …Evo Morales lo sabía y el muy pilluelo se guardó el secreto, de haberlo sabido quizá me habría puesto a masticar hoja de coca en el colegio y ahora sería un hombre muy macho, muy tosco y muy corto de entendimiento”.)

Pero ser ignorante no es pecado, se me dirá, y Evo es un símbolo de cierto pensamiento de izquierda que, a pesar de sus excesos o defectos, es importante defender. De acuerdo. Pero ser ignorante siendo presidente, y no asesorarse adecuadamente, es al menos una irresponsabilidad. Es triste que, en países tercermundistas como los nuestros, el analfabetismo científico siga rampante, mientras que quienes debieran ser líderes en la defensa de nuestros derechos y nuestro bienestar desprecian esa parte vital de la cultura que es el pensamiento científico.

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martes, 20 de abril de 2010

Un biólogo contra el Papa

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 21 de abril de 2010

Cuando, a raíz de los escándalos de pederastia que sacuden a la iglesia católica, se comenzó a discutir en los medios la posibilidad de que el Papa Benito XVI renunciase, el famoso biólogo Richard Dawkins escribió:

No, el Papa Ratzinger no debe renunciar. Debe permanecer a cargo de todo ese edificio putrefacto –esa institución usurera, temerosa de las mujeres, hambrienta de culpa, enemiga de la verdad, violadora de niños– hasta que, en medio de un hedor a incienso y una lluvia de cursis corazoncitos sagrados para turistas y vírgenes ridículamente coronadas, se derrumbe alrededor de sus orejas.

Hoy Dawkins, una de las voces más respetadas en biología evolutiva, además de entusiasta defensor y promotor del ateísmo, pide que Ratzinger sea arrestado y juzgado en septiembre, cuando visite Inglaterra, por haber evitado que sacerdotes abusadores de menores fueran juzgados en cortes civiles, siguiendo la vieja práctica de la iglesia de simplemente mudarlos de diócesis.

Razones no faltan para perder toda fe en la iglesia, y hasta para llegar a aborrecerla. En México indignan los abusos sexuales de Marcial Maciel, ocultados y negados por sus poderosos Legionarios de Cristo. La indignación crece al saber que Maciel, además de pederasta, fue un sacerdote cínico y corrupto que mantuvo relaciones y tuvo hijos con dos mujeres, desdeñando su voto de castidad –valor en el que la iglesia hace tanto énfasis. Burlas, descalificaciones y represalias contra quienes se atrevieron a denunciarlo aumentan el desengaño.

A nivel mundial, los escándalos por pederastia sacerdotal siguen creciendo. En varios países la iglesia se ve obligada a pagar indemnizaciones a las víctimas. Y los agravios se acumulan: el secretario del estado Vaticano, Tarcisio Bertone, afirma en Chile que la pederastia (es decir, abuso sexual de menores, a diferencia de la paidofilia, que es la atracción hacia menores, y no implica abuso alguno) está vinculada con la homosexualidad, no con el celibato (ese sí inexistente en la naturaleza, a diferencia de la atracción entre individuos del mismo sexo, que se encuentra en prácticamente todo el reino animal).

En México el obispo de San Cristóbal, Felipe Arizmendi,, declara que “la liberalidad sexual (…) ha disminuido las fuerzas morales con las que tratamos de educar a los jóvenes en los seminarios(…). Ante tanta invasión de erotismo no es fácil mantenerse fiel tanto en el celibato como en el respeto a los niños”. ¡Pobrecitos sacerdotes, la sociedad los obliga a ser abusadores!

Ante todo esto, la demanda de Dawkins no parece exagerada, aunque quizá sí ingenua. En México sorprende oír a la líder panista Josefina Vázquez Mota afirmar que Maciel “debe ser tratado como lo que fue, un delincuente”, y pedir castigo para sus cómplices. Y el cardenal Norberto Rivera es nuevamente acusado, ante una corte de Los Ángeles, por el encubrimiento de un cura pederasta. ¿Quién sabe? Quizá el destino nos prepare algunas sorpresas.

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miércoles, 14 de abril de 2010

Hadrones, ¿para qué?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 14 de abril de 2010

Para Ana Paula Ordorica, en deuda

Mucho se ha hablado del Gran Colisionador de Hadrones (LHC, por sus siglas en inglés), el gigantesco acelerador de partículas construido en la frontera franco-suiza por la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN –aquí las siglas son en francés–, en la que participan 20 países), que el pasado 30 de marzo logró con éxito sus primeras colisiones de protones, las más energéticas (7 billones de electronvolts) producidas por el ser humano.
Se trata del aparato científico más grande y caro de la historia: costó 10 mil millones de dólares y diez años de trabajo, con la participación de miles de científicos.

¿Para qué gastar tanto dinero y esfuerzo en hacer chocar partículas invisibles (los hadrones, como los protones y los neutrones, están formados por cuarks, a diferencia de los leptones, por ejemplo los electrones, que son realmente fundamentales)? ¿Vale la pena gastar tanto en ciencia básica?

Los fines directos de este proyecto son investigar las condiciones del universo unas fracciones de segundo después del big bang; tratar de producir el bosón de Higgs, partícula que podría explicar por qué la materia tiene masa; explorar la posibilidad de que el espacio tenga más dimensiones de las tres que conocemos, y otros temas. Todo esto puede parecer muy abstruso: son las fronteras de la ciencia física. Estamos explorando los misterios últimos del universo físico, y esto por sí mismo tiene un valor (como lo tienen, también, las artes y las humanidades, a las que apoyamos sin cuestionar).

Pero además de descubrir, la ciencia básica ofrece otros beneficios.

Proyectos como el LHC producen una tremenda derrama tecnológica. Baste recordar que la World Wide Web, o WWW, en la que gran parte de la población mundial vive la parte virtual de su vida, fue creada precisamente en la CERN, simplemente porque les servía para hacer mejor sus labores de investigación. Muchos otros descubrimientos de ciencia básica han revolucionado, a través de desarrollos tecnológicos derivados, nuestra vida diaria: la electricidad, por ejemplo, o los transistores, que no existirían sin la mecánica cuántica.

Sólo que la ciencia, a diferencia de lo que sucede en una empresa, no puede producir estos desarrollos bajo pedido: funciona de manera aleatoria. Hay que desarrollar mucha ciencia básica, en muchas direcciones, para que de vez en cuando surja conocimiento cuyas aplicaciones cambien nuestra vida. Esa es la diferencia entre países de primer y tercer mundo: unos apoyan la ciencia amplia y libremente; los otros no.

Y los grandes proyectos científicos tienen también una importante derrama intelectual: capacitan expertos que luego llevan sus conocimientos a la industria y a la academia, lo cual enriquece al país.

En última instancia, el poder participar en estos proyectos –como lo hizo México, así fuera en modesta medida, aportando dinero y científicos–, demuestra que nuestra ciencia está a la altura, si no en cantidad, sí en calidad, de la que se realiza en países más avanzados. No es poca cosa.
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miércoles, 7 de abril de 2010

El horario de dios

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 7 de abril de 2010

El domingo 4 de abril Milenio Diario informó que en Oaxaca “unos 418 de 570 ayuntamientos, la mayoría regidos bajo el sistema de usos y costumbres, no acataron el horario de verano”, porque “sólo harán respetar el horario de dios”, y “piden al gobierno respeto al tiempo que le fue legado por sus ancestros”.

El viernes 2 el mismo diario había reportado que habitantes de comunidades aledañas a la zona arqueológica de Chichén Itzá atribuyen el derrumbe del parte del escenario que usaría Elton John en su concierto del domingo a la “molestia de los dioses mayas”, pues “nadie pidió permiso”. Y es que, explica la nota, “las tradiciones mayas indican que al entrar a sitios abandonados se debe solicitar autorización tanto a los ‘aluxes’ como a Yum Kaax, el Señor del Maíz”.

Un historiador entrevistado por Milenio, Miguel II Hernández (sic), opina que a pesar de que “parecería algo irracional pedir permiso a dioses olvidados, la tradición en la zona maya es inflexible”, y que “se hace para tranquilidad de los trabajadores ‘y por si acaso’, y refiere cómo las cosas se calman y los trabajos avanzan sin problema una vez que se hace la ceremonia, a cargo de los Xmenes o sacerdotes mayas”.

¿Realmente será preocupante que haya mexicanos que crean que los accidentes en la construcción de un escenario se deben a duendes o dioses, o que hay una “hora de dios” y se rehúsen por ello a adoptar medidas de ahorro de energía?

Yo no sé, pero una encuesta publicada recientemente por María de las Heras en El País (“La ciencia de los milagros”, 29 de marzo) revela que “ocho de cada diez mexicanos considera que la labor de los científicos es importante para la sociedad comparada con otras profesiones”, pero al mismo tiempo “ocho de cada diez cree firmemente que la fe mueve montañas y el 71% está convencido de que existen los milagros”.

Aunque las preguntas de la encuesta, desgraciadamente, eran demasiado ambiguas para ser realmente útiles, sí revelan una tendencia. No puedo dejar de compartir la conclusión de de las Heras: en la situación actual, “la sociedad seguirá buscando las soluciones a sus problemas en la fe, los milagros o el horóscopo del día, y no es que quiera decepcionarlos, pero por ese camino sinceramente no creo que podamos encontrarlas”.

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