miércoles, 28 de junio de 2006

Ciencia, votos y pensamiento crítico

Martín Bonfil Olivera
18 de junio de 2005

Varios colegas columnistas de este diario han expresado por quién van a votar y por qué. Aunque esta columna está dedicada a la ciencia y no a la política, me tomo por una vez la libertad de hacer lo mismo. Y es que tengo la impresión, quizá subjetiva o ilusoria, de que algo tiene que ver mi decisión con mi perspectiva profesional como divulgador científico (es decir, como parte de la comunidad científica del país).

Lamentablemente, ninguno de los tres candidatos punteros incluyó en sus campañas una propuesta de política científica de Estado. Los candidatos siguen sin tener idea de la importancia que una ciencia madura y pujante (parte de un sistema científico-tecnológico-industrial vigoroso) tendría para el bienestar nacional.

Si la racionalidad juega un papel central en la ciencia, también debe jugarlo en la democracia. Como ciudadano promotor de la ciencia, me encuentro imposibilitado para votar por el partido de la derecha: el del paternalismo católico que prohíbe la investigación con células madre, que penaliza indiscriminada e irracionalmente el aborto, que se opone al reconocimiento de los derechos ciudadanos de las minorías sexuales que prefiere defender dogmas (incluyendo los neoliberales) por encima de la voluntad y el bienestar ciudadanos. Que niega la posibilidad de construir algo diferente y mejor.

Tampoco puedo votar por el partido de la dictadura perfecta y la corrupción. Menos con un candidato como Madrazo. Quizá algún día lejano el PRI recupere sus ideales revolucionarios y nacionalistas y se convierta en una verdadera opción de centro. Todavía no.

Queda pues, el partido de la izquierda, acorde con mis afinidades personales y con la tendencia ideológica de la mayoría, creo, de los universitarios y científicos del país. Su candidato, aunque tiene defectos, ofrece buscar el bien común y ha sabido remontar las tretas más sucias para descalificarlo de la contienda (no olvidemos la canallada del desafuero).

La izquierda sigue cargando defectos históricos. Y sigue crónicamente dividida (aquí la capacidad de los científicos para formar acuerdos sería útil). También es la opción más honestamente democrática.

Por eso, con más esperanza que certeza, con más convicción y voluntad crítica que ilusiones, este columnista votará el domingo por el PRD. Luego, claro, habrá que exigir que se cumpla lo prometido.

miércoles, 21 de junio de 2006

Como te ven te tratan

MILENIO DIARIO

Martín Bonfil Olivera
21 de junio de 2006

Es importante es el aspecto personal de los científicos? Más allá de la lamentable imagen del "científico loco", distraído y despeinado (herencia de Einstein), rara vez, en la imagen popular, salen bien parados. Veamos ejemplos..

El físico Stephen Hawking, famoso por su Breve historia del tiempo, descubrió los hoyos negros, y sus ideas han revolucionado la cosmología. Padece de esclerosis amiotrófica lateral, enfermedad que lo ha paralizado, confinándolo a una silla de ruedas. Hoy no puede ya hablar, y se comunica por medio de un sintetizador de voz. Esta perturbadora imagen -un cerebro genial alojado en un cuerpo inmovilizado, rodando en su silla motorizada y que se comunica mediante una extraña voz electrónica- se ha convertido en un nuevo icono del científico. Incluso ha aparecido en Los Simpson, y una ópera moderna tenía un personaje inspirado en él.

Hawking refuerza la imagen de los científicos como personajes extraños, y seguramente no atrae a los ciudadanos hacia la ciencia. Pero no todo está perdido: también hay científicos famosos de aspecto más normal.

Algunos son graciosos: Richard Feynman, físico ganador del Premio Nobel, gustaba de gastar bromas, tocar los bongós y desfilar bailando samba en Río. Siempre sonriente, era de un sport desenfadado, aunque si era necesario vestía traje. El desaliñado James Watson, también Nobel y codescubridor de la doble hélice del ADN, gozaba en su juventud de hacer bromas y parecía no tener la menor idea de nada. En sus libros relata sus dificultades para ligar chicas.

Hay también científicos empresarios, como Craig Venter, biólogo molecular dueño de la compañía Celera Genomics, que secuenció el genoma humano. Bien trajeado, su agresiva imagen es la del perfecto hombre de negocios.

Otros científicos cultivan la imagen informal, como Carl Sagan, a quien se recuerda conduciendo Cosmos con saco de pana y camisa de cuello de tortuga. El biólogo Richard Dawkins cultiva un aspecto similar, y es percibido como bastante galán. Otro biólogo famoso, Stephen Jay Gould (que también apareció en Los Simpson), era más bien comodón, y siempre daba la impresión de recién haber despertado de la siesta.

En el fondo, los científicos son sólo personas normales. Aunque, pensándolo bien, y para conseguir fondos, quizá convendría que cultivaran su imagen de genios locos. ¡Al menos podrían rentarse para anuncios!


comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx

miércoles, 14 de junio de 2006

Discriminación y mutantes

Martín Bonfil Olivera

Es irremediable: no soporto el futbol, y la política (el otro tema de moda) ha alcanzado un nivel de lodazal (especialmente entre los panistas, desesperados ante la mera posibilidad de no ganar). Sigamos mejor hablando de los X-Men.

Mi colaboración anterior, debido las críticas que hacía yo a la cinta desde el punto de vista científico (ideas erróneas de mutaciones que confieren poderes paranormales, de individuos que “mutan” de súbito, o de las mutaciones como anormalidades monstruosas), pudo dar la impresión de que no la disfruté.

No es así: como cinta dominguera es muy efectiva. Los X-Men se han caracterizado por algo especial y distinto: presentan una subtrama sobre derechos humanos y discriminación. En X-Men III este tema es central, pues se plantea el descubrimiento de una “cura” para los mutantes: una inyección que instantáneamente corrige la mutación del ficticio “gen X” que les confiere sus poderes.

En cómic y película, la sociedad teme y hasta odia a los X-Men y demás mutantes por ser diferentes (y poderosos). Por ello su archienemigo, el mutante Magneto, harto de ser maltratado, decide lanzarse a una guerra para sustituir de una vez por todas a los anticuados Homo sapiens por la raza superior de los mutantes. Así, en este ámbito de fantasía científica se discuten temas que, en el mundo real, afectan a muchos tipos de minorías que no sólo no tienen “poderes especiales”, sino que se encuentran en franca desventaja: minusválidos, negros, indígenas, homosexuales, bisexuales y demás orientaciones sexuales alternas, e incluso las mujeres (consideradas minoría no por el porcentaje de la población que representan, sino por el trato discriminatorio al que todavía son frecuentemente sometidas).

El punto polémico de la película es qué debe considerarse “normal” y qué “anormal”. ¿Son los mutantes enfermos, o simplemente diferentes? ¿Qué pasaría, ya en la vida real, si alguien descubriera una “cura” para la homosexualidad, o bien, como ya sucede, un método para “blanquear” a los negros? ¿Qué ocurrirá cuando, no dentro de tanto, se vuelva posible elegir el color de piel u ojos, o las capacidades físicas y hasta intelectuales de los bebés? Se trata ya no sólo de cuestiones científicas, sino sociales y éticas, que dejan de ser ficticias y se vuelven urgentes.

A veces, hasta la ficción comercial tiene sus dimensiones profundas.
comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx

miércoles, 7 de junio de 2006

Las mutaciones de los X-Men

Martín Bonfil Olivera

La cinta X-Men 3, La batalla final, que se anuncia como de ciencia ficción aunque más bien es simple fantasía, da nuevamente pretexto para jugar al comentarista cinematográfico.

Y es que quienes disfrutamos de la ciencia ficción seria no podemos evitar el ligero malestar que nos ocasionan las películas con supuestas explicaciones científicas que son más bien marañas de errores y malentendidos.

En el caso de los X-Men (historieta y película), el punto central es que se trata de “mutantes”: individuos que tienen una “mutación”. Y aquí comienzan los problemas: usé comillas porque lo que en los X-Men se considera mutación no tiene nada que ver con el concepto biológicamente correcto: sencillamente, un cambio en la información contenida en el material genético (ADN).

El ADN contiene instrucciones (genes) para fabricar proteínas (y para controlar a otros genes). Y las proteínas son máquinas moleculares que llevan a cabo la mayoría de las funciones de la célula viva. Hay enfermedades, como la anemia falciforme, causadas por el cambio de una sola de los tres mil 200 millones de letras de nuestro ADN. Pero no es concebible una mutación que conceda poderes paranormales.

Sin embargo, no es ese el malentendido más importante (después de todo, poniéndose así de estricto no se puede hacer ficción), sino la idea de que un individuo puede “mutar” súbitamente (debido, digamos, a alguna radiación rara). Para ello se necesitaría que el ADN de todas sus células sufriera el mismo cambio simultáneamente: algo imposible. De hecho, todos sufrimos mutaciones constantemente en células aisladas de nuestro cuerpo (en ocasiones desafortunadas, esto puede dar origen a un cáncer). Pero el individuo como un todo no muta.

Para tener un mutante de cuerpo entero se necesita que el óvulo o el espermatozoide de sus progenitores hayan sufrido la mutación. Cuando se unen y el óvulo fecundado comienza a dividirse, la mutación pasará a todas las células del nuevo individuo.

La idea de los mutantes como monstruos dañinos que se producen de golpe es uno de los grandes malentendidos de la biología. En parte es causa del rechazo a toda posibilidad de manipulación genética. Y es que, si lo pensamos con cuidado, ningún ser vivo es exactamente igual a otro, porque ninguno tenemos exactamente la misma información genética.

En el fondo, todos somos mutantes.

mbonfil@servidor.unam.mx