miércoles, 26 de noviembre de 2008

Viaje a Oaxaca

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 26 de noviembre de 2008

Pues es cierto: los viajes ilustran. La semana pasada pude ir a la ciudad de Oaxaca. Me encontré con una ciudad próspera y moderna, con una cada vez mejor infraestructura urbana y turística, y que sin embargo no ha perdido su sabor tradicional. Una ciudad, por suerte, todavía vivible y humana. También, una ciudad que no ha logrado superar los grandes problemas que aquejan a uno de los estados más pobres y con más desigualdad de nuestro país.

Se trató también de un viaje a mis raíces, pues fui invitado a dar una charla de ciencia en el Colegio de Estudios Científicos y Tecnológicos en el Valle de Etla, donde nació mi tatarabuelo, el doctor Mariano Olivera, hacia 1824.

El placer de la visita creció porque en una librería de Oaxaca tuve la suerte de encontrarme con un librito que había buscado desde hace tiempo: el Diario de Oaxaca (National Geographic, 2007) de Oliver Sacks, el famoso neurólogo y escritor, autor de la obra maestra El hombre que confundió a su mujer con un sombrero y de otros libros como Despertares (convertido en 1990 en la película estelarizada por Robert de Niro y Robin Williams), Un antropólogo en Marte o El tío Tungsteno. Todos muy recomendables.

Resulta que Sacks visitó Oaxaca en 2000 como parte de un viaje organizado por la Sociedad Estadunidense del Helecho, agrupación de aficionados a los estas plantas (técnicamente conocidas como pteridofitas) de la que él es socio.

Sacks dedica su libro a los aficionados —a las rocas, a las aves, a la astronomía— y su lectura confirma por qué estos grupos de amantes —amateurs— siguen siendo importantes no sólo por las contribuciones científicas que constantemente hacen, sino porque conservan y contagian el gusto por observar directamente a la naturaleza. Además de su deliciosa prosa, el libro de Sacks ofrece la visión de un extranjero en una cultura que desconocía y que siente muy distinta a la suya (“un mundo nuevo”, escribe).

Conoce comidas con chapulines y gusanos, mercados, tradiciones, pobreza y enfermedades, ruinas de antiguas civilizaciones y conventos coloniales, el milenario árbol del Tule, el antiguo método para obtener colorante de la grana cochinilla… y claro, muchísimos helechos.

Un neurólogo y escritor, aficionado a los helechos, describe la cultura oaxaqueña. Ciencia y cultura. Todo un placer.

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miércoles, 19 de noviembre de 2008

Ciencia y mercadotecnia

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 19 de noviembre de 2008

La ciencia no sólo se hace en el laboratorio: es una actividad humana y social, y por tanto tiene componentes ideológicos, políticos, económicos, éticos, culturales, comerciales... la lista podría seguir.

Para sobrevivir y prosperar, el sistema de investigación científico-técnica tiene que generar una buena imagen pública: ante políticos y tomadores de decisiones, inversionistas y empresarios, y ante el ciudadano común.

Una forma de hacerlo es a través de los medios de comunicación. El objetivo es ganar “clientes” para la ciencia: gente que se interese, la comprenda, la apoye y hasta que opte por dedicarse a ella. Es propaganda y mercadotecnia, en este caso para un fin socialmente útil.

Como en todo, en ciencia hay buenos y malos publicistas. Dos ejemplos a mano son los astrónomos y los biólogos. Quizá usted ya sepa que 2009 ha sido declarado “Año internacional de la astronomía”, pues se conmemoran 400 años de que Galileo Galilei usó un telescopio para observar el cielo. Descubrió cosas inusitadas, como que Júpiter tiene satélites y que la superficie de la Luna, lejos de ser perfecta como enseñaba Aristóteles, está llena de cráteres. Inauguró así una nueva etapa en el estudio astronómico y en la ciencia en general.

El año internacional será, informa la Unión Astronómica Internacional, “una celebración global de la astronomía y de sus contribuciones a la sociedad y la cultura que estimulará el interés no sólo en la astronomía, sino en la ciencia en general, especialmente entre la gente joven”. En todo el mundo habrá muchísimas conferencias, ferias, publicaciones, eventos públicos de observación… toda una estrategia para acercar la astronomía al público.

Sin embargo, 2009 también podría haber sido declarado “Año de la evolución”, pues el 12 de febrero se conmemorarán 200 años del natalicio de Charles Darwin, y 150 de la publicación del libro con su teoría de la evolución, El origen de las especies por medio de la selección natural, o la conservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida. Pero ¿ha usted oído hablar de algún evento al respecto? Cierto: hay algunos, pero son pocos y aislados. La biología no ha hecho ruido.

Frente a la inventiva y entusiasmo de los astrónomos para promover su ciencia, los biólogos se han quedado atrás. Lo dicho: no todos somos buenos publicistas.

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jueves, 13 de noviembre de 2008

El mercaptano del terror

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 12 de noviembre de 2008

Lo que nos faltaba a los chilangos. A sólo dos días de que un avión cayera en pleno Polanco, matando a sus tripulantes y a otras 40 personas que simplemente se encontraban en el lugar y momento equivocados, ocurre en la misma zona un nuevo incidente que causa alarma: una fuga del gas etilmercaptano, que obligó al desalojo de alrededor de al menos dos mil personas. El temor era comprensible, pues aunque el etilmercaptano es inofensivo a bajas concentraciones, tiene un fuerte olor “a gas”.

En realidad, el gas no huele a nada: lo que huele a gas es precisamente el mercaptano. La razón de que todos asociemos el olor del mercaptano con las fugas de gas se remonta a una tragedia ocurrida en 1937 en el poblado de New London, Texas.

En marzo de ese año, la New London School, una escuela rica de una región petrolera, sufrió una fuga del gas que utilizaba para su calefacción. Una chispa encendió la mezcla de gas y aire: la explosión causó, según testigos, que las paredes se abombaran y el techo de la escuela saltara momentáneamente por los aires para volver a caer sobre el edificio, cuya ala principal quedó destruida. Murieron alrededor de 300 niños.

El gobierno de Texas decidió buscar una solución al riesgo de las fugas de gas, y ordenó que de ahí en adelante se adicionara con mercaptanos. Así, cualquier fuga podría ser detectada con facilidad. La idea se extendió rápidamente por todo el mundo, y es por ello que el olor que se propagó por una amplia zona alrededor de Polanco el pasado jueves causara pánico.

Los mercaptanos o tioles son compuestos químicos muy similares a los alcoholes, pero en vez de oxígeno tienen azufre. Su nombre deriva del término latino mercurium captans, “que captura mercurio”, pues dicho metal se une fácilmente a estas moléculas. El etilmercaptano o etanotiol, que es el que normalmente se usa para dar olor al gas, es relativamente inofensivo a bajas concentraciones, aunque en dosis altas puede ser tóxico. El olor en Polanco se debió a un tambo lleno de la sustancia que alguien dejó abandonado y abierto en un terreno perteneciente a una empresa vidriera.

No hubo pues gran riesgo, pero sí miedo. Queda la duda de si, como se insiste tanto respecto a la muerte de Juan Camilo Mouriño y José Luis Santiago Vasconcelos, se trató sólo de otro “accidente”.

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miércoles, 5 de noviembre de 2008

¿Gasto o inversión?

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 5 de noviembre de 2008

"México requiere creadores, no sólo servidores”, dijo el ex rector de la UNAM José Sarukhán, en Xalapa (La Jornada, 30 de octubre).

No se refería a creadores artísticos, sino a investigadores científicos, ingenieros y expertos en humanidades. Universitarios formados en la disciplina de la academia y la investigación.

Los científicos son profesionales que, además de su alto grado de especialización, requieren una fuerte dosis de creatividad para ser eficaces. Ruy Pérez Tamayo, el famoso patólogo mexicano, define a la ciencia como una “actividad humana creativa cuyo objetivo es la comprensión de la naturaleza y cuyo producto es el conocimiento”.

Es por eso que no pueden formarse buenos científicos —ni ingenieros, ni humanistas— en escuelas que no realicen investigación. La educación vista como simple instrucción no basta para ello.

La crisis económica global amenaza con reducir, en nuestro país, el presupuesto dedicado a ciencia y tecnología. Sobre todo, como suele suceder, el destinado a la academia y la investigación (y todavía más si se trata de investigación de la llamada “básica”).

El absurdo denunciado por Marcelino Cereijido, destacado investigador argentino-mexicano, de considerar el presupuesto destinado a ciencia y tecnología como gasto superfluo, en vez de inversión estratégica, sigue vigente. “Ya invertiremos en ciencia cuando hayamos resuelto los problemas actuales”, pensamos, ignorando que es precisamente la investigación científica el primer paso para llegar a resolver esos problemas.

La cadena que va de la producción de conocimiento científico —labor académica— a las aplicaciones tecnológicas, una industria más sólida, y finalmente una economía más vigorosa, con la consiguiente derrama social, sigue siendo ignorada por las políticas gubernamentales.

Afortunadamente, se levantan ya voces para tratar de cambiar las cosas. Instituciones como la UNAM, el Foro Consultivo Científico y Tecnológico, la Academia Mexicana de Ciencias y otras han pedido evitar la disminución, e incluso aumentar la inversión en estos rubros. Se solicita un aumento del presupuesto del Conacyt para 2009, con el fin de reforzar la planta científico-técnica de nuestro país. Habrá que ver si quienes deciden la repartición del dinero público tienen bien claras sus prioridades.

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