miércoles, 29 de junio de 2011

Homeopatía y agua organizada

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en 
Milenio Diario, 29 de junio de 2011


El agua es una sustancia con propiedades asombrosas. Regula la temperatura del planeta, por su gran capacidad de almacenar calor; puede disolver múltiples sustancias, subir por los conductos capilares de las plantas, y se congela de arriba hacia abajo –gracias a que el hielo flota, por lo que en invierno lagos y mares se congelan sólo superficialmente (si no fuera así, probablemente no habría podido existir vida en la Tierra).

Una de sus características más curiosas es la tensión superficial, que hace que su superficie forme una especie de membrana. Por eso algunos insectos pueden “pararse” en el agua sin hundirse, y por eso forma gotas de aspecto esférico.

Puentes de hidrógeno
entre moléculas de agua
La superficie del agua –su interfaz con el aire– es importantísima en la naturaleza. Abarca 70% de la extensión terrestre y influye fuertemente en el clima y el ambiente, mediante fenómenos como la evaporación. Su existencia y propiedades –incluyendo la tensión superficial– se deben a que, como usted quizá recuerde de sus clases de química, aunque las moléculas de H2O en el agua líquida están en constante movimiento, debido a la energía térmica –el calor– que contienen, al mismo tiempo son “pegajosas”. Se unen unas con otras mediante enlaces químicos débiles llamados “puentes de hidrógeno” (a diferencia de los enlaces fuertes que unen a los dos hidrógenos con el oxígeno en una molécula).

(Quizá también recuerde que en el hielo, debido a poca energía disponible, las moléculas no pueden romper la atracción entre ellas, los puentes de hidrógeno, y se quedan fijas. En el vapor, en cambio, hay tanta energía que las moléculas individuales están completamente separadas, sin puentes de hidrógeno que las unan.)

Pero los puentes de hidrógeno, además de hacer que el agua sea tan especial, también generan preguntas interesantes. Los homeópatas, que venden la idea falsa de que diluyendo una sustancia hasta que no quede una sola molécula presente pueden potenciarse sus efectos, afirman que quizá esto se debe a que las moléculas de agua tienen una especie de “memoria”. Al unirse por puentes de hidrógeno, las moléculas podrían formar “moldes” que conserven la información del supuesto remedio.

También hay quien ha afirmado que el agua puede polimerizarse, formando cadenas largas, como un plástico, para convertirse en una sustancia viscosa llamada “poliagua”. O que las moléculas de agua dentro de una célula viva están unidas formando una especie de gel ("agua celular").

¿Cómo saber si estas ideas tienen fundamento? Un reciente estudio publicado en la revista Nature por Igor Stipokin, de la Universidad Estatal de Wayne, en Detroit, utilizó técnicas de espectroscopía avanzadas, junto con modelos computacionales muy detallados, para ver qué tanto la unión de moléculas de agua mediante puentes de hidrógeno puede mantener el orden en la superficie del agua.

Si el estado organizado de la superficie se mantuviera a bastante profundidad, quizá sería posible que hubiera también otros efectos debidos a la unión ordenada de moléculas de agua como los que mencionan los homeópatas. Pero los resultados indican que la capa ordenada de agua tiene sólo una molécula de espesor. La capacidad de los enlaces de hidrógenos para mantener ordenada el agua es muy reducida.

La investigación laboriosa demuestra que los enlaces de hidrógeno bastan para explicar las cualidades del agua, pero no las supuestas propiedades mágicas de la homeopatía, que resultan ser sólo fantasías sin base científica.



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miércoles, 22 de junio de 2011

Drogas, ciencia y política

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en 
Milenio Diario, 22 de junio de 2011



La guerra contra las drogas
Ya pasaron tres semanas desde que se diera conocer el Informe de la Comisión Global de Políticas de Drogas, con su demoledora frase inicial: “La guerra contra las drogas ha fracasado”.

La breve discusión que provocó en nuestro país quedó ya atrás. Por desgracia –y como era de esperarse– los responsables de la políticas nacionales reaccionaron sólo para descalificar superficialmente la propuesta, sustentada en el trabajo cuidadoso de un grupo de 18 expertos y personalidades mundiales, entre ellos Kofi Annan, ex-secretario general de la ONU, los escritores Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa, el primer ministro de Grecia George Papandreou, los expresidentes Fernando Henirque Cardoso, de Brasil, César Gaviria, de Colombia, Ruth Dreifuss, de Suiza y Ernesto Zedillo, de México, y Paul Volcker, expresidente de la Reserva Federal y George P. Schultz, ex-secretario de estado, ambos de EUA.

El informe pone en claro que los 50 años de infructuosa lucha global contra el narcotráfico –y cuatro años y medio de sangrienta guerra en México– han estado fundamentados en creencias e ideologías sin sustento sólido. Exhorta, en el primero de sus cuatro principios, a que las políticas de drogas se basen “en sólida evidencia empírica y científica”, y a que su éxito se mida en por “la reducción de daños a la salud, la seguridad y el bienestar de los individuos y la sociedad”, en vez de las actuales evaluaciones basadas en “el número de arrestos, las cantidades incautadas o la severidad de los castigos”.

Algunas guerras no se hacen
para ganar
El problema de las drogas, sigue el informe, es “un conjunto de desafíos de salud y sociales a ser administrados, antes que una guerra a ser ganada”. Demuestra, con cifras tomadas de estudios de caso en varios países, que cambiar el enfoque del combate a las drogas de la obsesión por reducir los mercados a “reducir sus daños en los individuos, las comunidades y la seguridad nacional” no sólo no aumenta la violencia, sino que mejora los niveles de vida y salud (la prevalencia de VIH/sida entre los adictos, por ejemplo, es mucho menor de 5% en los países que tienen estrategias integrales de “reducción de daños”, como proporcionarles jeringas limpias y usar medicamentos como metadona y buprenorfina para ayudarlos a superar la adicción. En cambio, los países que usan estas estrategias en forma parcial o tardía tienen una prevalencia de VIH de 10 a 15%, y en los que se resisten por completo a implementarlas llega un 40%).

El informe hace énfasis también en que la lucha contra las drogas debe respetar en todo momento los derechos humanos, que tienen “prioridad sobre los otros acuerdos internacionales, incluyendo las convenciones internacionales de control de drogas”. Esto incluye, por ejemplo, dejar de criminalizar a los consumidores y de cargar excesivamente el peso de la ley en los escalones más bajos de la cadena de distribución.

En lo personal, detesto las drogas; no sólo porque me desagradan, sino por los daños objetivos que ocasionan –a la salud del consumidor, a la sociedad mediante accidentes, violencia, fomento del narcotráfico y demás. Pero su prohibición y combate no pueden basarse en ideologías; la información confiable que pueden proporcionar las ciencias –de la salud, sociales y biológicas– son sin duda una fuente mucho más sólida para tomar decisiones.

En todo caso, basta con hacer un cálculo simple: si el costo –medido en dinero o en vidas perdidas– del libre tráfico y consumo de drogas fuera menor que el de la guerra contra el narco en México, lo lógico sería suspenderla. Desgraciadamente, no es tan simple, pues se ha abierto la caja de Pandora y la violencia liberada no retrocederá mágicamente.

Pero no es tarde para un cambio razonado de rumbo. A nivel nacional y global, lo indicado es, como pide la Comisión en la primera de sus once recomendaciones, que se rompa el tabú y se abra la discusión.


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miércoles, 15 de junio de 2011

¿Por qué combatir charlatanes?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en 
Milenio Diario, 15 de junio de 2011



Varios lectores me hicieron notar que últimamente he abordado en este espacio temas que parecen más quejas que “ciencia por gusto”, en particular cuando combato las tonterías seudocientíficas que muchos charlatanes difunden como si fueran hechos.

Tienen razón, en parte. El título de esta columna promete compartir el gozo de la ciencia, la “experiencia científica”, afín a la experiencia estética que nos producen las obras de arte, pero que antes pasa necesariamente por la razón. El asombro que nos produce la imagen que la ciencia nos da del mundo que nos rodea es siempre el asombro de entender… y luego maravillarse por lo que se ha entendido.

Pero en el mundo no todo es gozo, y la ciencia también tiene sus aspectos odiosos… sobre todo la falsa ciencia. Basta con ver la cantidad de productos milagro que se ofrecen por televisión para darse una idea de cuántos charlatanes se hacen ricos aprovechándose de la credulidad y buena fe de un público que está en una posición desventajosa para darse cuenta siquiera de que se está insultando su inteligencia.

Mis dos anti-favoritos actuales son las pulseras con holograma (Power Balance y demás) que ofrecen aumentar la fuerza física, mejorar el equilibrio e incrementar el bienestar general (además de feas y de que la misma idea es tonta, son un fraude descarado) y la nueva crema “Teatrical células madre”®, de Genomma Labs (empresa que se caracteriza por prometer cosas inverosímiles), que supuestamente “contribuye a la protección del ADN y retrasa el envejecimiento anticipado de la piel favoreciendo los mecanismos naturales para su regeneración” (si uno revisa la letra chiquita de la etiqueta, la crema dice contener, efectivamente, células madre… ¡de manzana! A menos que quiera uno tener cutis de fruta, la simple idea resulta absurda).

Pero más allá de la falta de respeto y el engaño burdo, los charlatanes tienen un efecto nocivo en la sociedad: fomentan la credulidad, la tendencia a creer cosas sin fundamento. Y una vez abierta la puerta de la creencia acrítica, pueden colarse por ella ideas realmente peligrosas, como la de el VIH-sida no es contagioso o la de que un aparatito con una antena puede “detectar” moléculas de droga o explosivos. Es cuestión de tiempo para que el fraudulento "detector molecular" GT-200, usado por las fuerzas armadas de México en el combate al narco, produzca un accidente grave. Por el momento, al señalar azarosamente, han provocado numerosas violaciones a los derechos humanos de ciudadanos inocentes, que son registrados y hostigados inútilmente.

Sí: las charlatanerías dañan. Vale la pena combatirlas, aunque no siempre sea agradable.




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miércoles, 8 de junio de 2011

¿Celulares asesinos?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en 
Milenio Diario, 8 de junio de 2011


Usted ya se enteró. Por radio, TV, periódicos, por las redes sociales. La noticia la lanzó la Agencia Internacional de Investigación en Cáncer (IARC, siglas en inglés) de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en forma de un comunicado de prensa que fue reproducido por los medios de todo el mundo con titulares que iban de lo escueto (“La IARC clasifica a los campos magnéticos de radiofrecuencia como posiblemente carcinogénicos en humanos”, título del comunicado original de la OMS) a lo alarmante (“Celulares, causa de cáncer cerebral: OMS”, que es como se publicó en Milenio Diario).

Y seguramente, como la gran mayoría de personas en todo el mundo, usted, aunque quizá se habrá alarmado, en la práctica ha ignorado olímpicamente la noticia y ha seguido usando su celular exactamente igual que antes. Ello se explica, en parte, por la natural tendencia de los seres humanos a desdeñar la información que nos resulta molesta o incómoda (vea si no cuánta gente perfectamente informada sobre los riesgos del tabaquismo sigue fumando, o más tristemente, cuántos jóvenes que conocen los riesgos, siguen teniendo relaciones sexuales sin condón). “De algo me he de morir”, “Ya es demasiado tarde, llevo años usándolo”, y excusas como éstas son comunes. Pero también ocurre que los resultados del estudio son en realidad bastante ambiguos, a pesar del peso exagerado que se le ha dado en los medios.

Y es que lo que el comunicado de la OMS dice (hay la promesa de que el reporte completo se publicará pronto en línea, y en la revista Lancet Oncology el 1º de julio) es que el uso continuo e intenso (más de media hora diaria durante 10 años) de teléfonos celulares parece aumentar en un 40 por ciento el riesgo de sufrir un tipo de cáncer en particular, llamado glioma (tumor maligno de las células gliales o “neuroglía”, células no neuronales cumplen funciones de sostén y varias otras en el cerebro).

Pero esa es una manera de leer el estudio. El comunicado dice, literalmente, que se halló, luego de revisar cientos de trabajos científicos, evidencia limitada de riesgo para glioma (y neuroma acústico, un  cáncer del nervio auditivo), y –aquí viene lo importante- evidencia inadecuada para todos los demás tipos de cáncer. Es decir, el uso de celular no parece causar ningún tipo de cáncer, excepto, en circunstancias muy especiales, glioma, e incluso eso es dudoso (la clasificación que se le dio al riesgo, 2B, es la misma que se le da al consumo de café o a trabajar de noche; se clasifica en el grupo 1 a los agentes que definitivamente causan cáncer; en el grupo 2A a agentes que probablemente causan cáncer; en el 2B, a los que posiblemente puedan causarlo; en el 3 a aquellos sobre los que no hay datos suficientes, y finalmente en el grupo 4 a los que probablemente son inocuos).

Lo curioso es que esta información ya se conocía desde el año pasado, cuando se liberaron los resultados de Interphone, un estudio internacional en el que participaron 13 países y se estudió el uso de celulares de más de 10 mil sujetos (la mitad con cáncer cerebral) durante 10 años. Se concluyó que no se encontró relación entre celulares y tumores cerebrales (aunque se necesitarán más estudios para descartarla completamente). No queda claro por qué la IARC decidió cambiar la forma de presentar los resultados y resaltar el único caso en que hubo algún posible efecto negativo.

Y es que, además de los estudios epidemiológicos, que buscan una correlación entre el uso de estos aparatitos y el cáncer, y los estudios de laboratorio en animales y cultivos celulares, para tener un caso sólido contra los teléfonos móviles se necesitaría tener un mecanismo causal. Los celulares son emisores de radio; pero la radiación que emiten (microondas de baja frecuencia) no tiene la capacidad de ionizar átomos (arrancarles electrones). Y para causar cáncer se necesita radiación ionizante (como los rayos ultravioleta o X), que pueda alterar el ADN de las células y hacer que éstas comiencen a reproducirse descontroladamente. Otra posibilidad es que la radiación del celular caliente los tejidos, pero tampoco se halló evidencia de esto. Y usando el sentido común, ¿cuántas veces se ha quemado usted la cara con su celular, o a cuántos usuarios compulsivos de celular con cáncer en la cara conoce? (Y por cierto, si le llegó a usted el absurdo email que supuestamente muestra cómo un huevo colocado entre dos teléfonos celulares se cuece, es un engaño total.)

Como expresa el bloguero de ciencia PZ Myers, probablemente se trate “simplemente de tonterías sensacionalistas”. Pero si usted de todos modos quiere tomar precauciones, aquí van algunas: reduzca el tiempo de uso de su celular; use más el altavoz y los mensajitos; use un dispositivo de “manos libres” (con alambre, pues los de tecnología Bluetooth también emiten ondas de radio, aunque menos intensas); hable sólo en zonas donde haya buena recepción (pues el aparato aumenta su potencia cuando hay baja intensidad de señal), y evite que niños y adolescentes lo usen (pues en ellos el riesgo podría ser mayor, pues su sistema nervioso todavía no está completamente desarrollado). Quizá también sería bueno que las autoridades obligaran a los fabricantes, como ya se ha propuesto en algunas partes de Estados Unidos, a informar sobre la tasa específica de absorción (la cantidad de radiación, en watts por kilogramo, absorbida por el tejido vivo) de cada teléfono, que varía mucho; así, el consumidor podría comparar y elegir el teléfono de menor tasa posible. (Tristemente, la asociación estadounidense de fabricantes de teléfonos celulares ya ha tomado medidas para prohibir a sus miembros anunciar celulares “más seguros”, con el fin de evitar la “competencia desleal”.)

Conclusión: para estar seguros de si hay riesgo o no, habrá que esperar a que haya más datos. Por lo pronto, la precaución no está de más… pero el miedo sí.
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miércoles, 1 de junio de 2011

Internet, Twitter y ciencia

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en 
Milenio Diario, 1 de junio de 2011


El proceso de revisión por pares
Hace varios meses, el 2 de diciembre de 2010, apareció en las noticias científicas de todo el mundo –y en esta columna, unos días más tarde– la intrigante posibilidad de que investigadores de la NASA, encabezados por la oceanóloga Felisa Wolfe-Simon, hubieran descubierto una nueva forma de vida. No en otro planeta, sino en un lago de California: se trataba de bacterias que, aparentemente, utilizaban arsénico en vez de fósforo para construir sus moléculas.

El anuncio se había hecho el 29 de noviembre a través de una conferencia de prensa en internet, con la publicación simultánea –pero preliminar– del trabajo en la versión digital de la revista Science. Esta estrategia de la NASA llamó la atención de los medios, pero debido a su potencial importancia –de confirmarse, el descubrimiento sería revolucionario–, el interés creció desproporcionadamente, en parte porque la noticia se difundió casi viralmente a través de las redes sociales en internet.

Sin embargo, el espectacular descubrimiento tenía problemas. Lo cual no es raro en ciencia, donde todo conocimiento puede ser cuestionado una y otra vez. Lo raro fue la manera en que ocurrió. Normalmente, los científicos habrían esperado a que el artículo apareciera en la versión “oficial”, en papel, de la revista, para enviar cartas comentando o criticando el trabajo.

Pero su gran difusión ocasionó que la comunidad científica comenzara a discutir en internet. El 4 de diciembre una experta microbióloga canadiense, Rosie Redfield, hizo en su blog una detallada y demoledora crítica del artículo, mostrando sus muchos errores metodológicos y conceptuales (los experimentos realizados, que resultaron ser bastante inadecuados, en realidad no demostraban convincentemente que las bacterias realmente usaran el arsénico, y es imposible que moléculas con arsénico en vez de fósforo sobrevivan más allá de unos segundos). El texto se difundió rápidamente en Twitter, dando origen a la “etiqueta” #arseniclife (vida arsénica; los hashtags o etiquetas en Twitter sirven para identificar temas de moda y poder seguir los comentarios que se hagan al respecto), que hasta el momento identifica una continua discusión científica del tema.

El próximo 3 de junio, el artículo de Wolfe-Simon será oficialmente publicado en Science, junto con ocho “comentarios técnicos” y una respuesta de Wolfe-Simon. Pero internet parece haber ya rebasado irremediablemente a los medios tradicionales en ciencia: como los comentarios aparecieron antes en la red, ¡Rosie Redfield ha publicado ya una contrarréplica a Wolfe-Simon!

Revisión por pares tradicional
Como señala el bloguero de ciencia Carl Zimmer, este fenómeno –la discusión pública amplia de un artículo científico en las redes sociales– marca un hito en la forma como se hace la ciencia. A diferencia del sistema tradicional de “revisión por pares” (peer review), que se hace enviando los trabajos a varios árbitros expertos para que los juzguen antes de publicarlos, lo que está ocurriendo ahora es la discusión posterior a la publicación (post-publication peer review), de modo mucho más amplio y abierto.

Revisión por pares
post-publicación
Podría parecer que esto amenaza el método tradicional de control de calidad en ciencia. Pero sólo aparentemente: en realidad, en ciencia las discusiones nunca terminan, y la publicación de un artículo, que usualmente marca a un descubrimiento como “oficial”, es (como nos recuerda John Rennie, ex-editor de la revista Scientific American, en un artículo reciente) sólo una etapa más en el interminable proceso de discusión, refutación, verificación y corrección que es la esencia del método científico. Desgraciadamente, la tendencia a lo inmediato en los medios hace que los periodistas científicos –incluyendo a este columnista– y el ciudadano común tienda a olvidar esto, y presentemos –o concibamos– la ciencia como una serie de “descubrimientos” puntuales y revolucionarios, cuando en realidad se trata de un proceso continuo, evolutivo.

Las redes sociales están cambiando la forma en que nos comunicamos y relacionamos; nuestros hábitos y modales. No extraña que modifiquen también la manera en que se comunica la ciencia. Habrá que esperar para ver si el cambio es para mejorar.

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