Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 30 de diciembre de 2015
Navidad y año nuevo son dos épocas especialmente propicias para el dolor y la depresión. Probablemente porque son tiempos en que la soledad, la ausencia de seres queridos y otras experiencias penosas tienden a estar más presentes en nuestra mente que de costumbre.
El dolor, tanto físico como emocional, es una de las experiencias más difíciles de definir. Y también de medir, lo que ha limitado considerablemente su estudio científico. De hecho, el dolor es uno de los ejemplos clásicos de qualia: experiencias subjetivas conscientes, que son intrínsecamente personales y por lo tanto inefables (imposibles de describir) e incomunicables. Otros ejemplos clásicos de qualia son las experiencias de “qué se siente” percibir el color rojo o el sabor del café. Uno no puede describirle a una persona ciega, por ejemplo, qué se siente ver una manzana roja. Y alguien con migraña no puede hacer que quien nunca la ha padecido sepa qué se siente tenerla.
Una discusión científico-filosófica que ha durado décadas es la de si los qualia son entidades reales, o si pueden describirse fisiológicamente al detallar exactamente qué nervios y qué áreas del cerebro se activan al sentir, por ejemplo, el dolor de una aguja pinchando la piel. Pero para eso se requeriría primero poder medir objetivamente dicho dolor. ¿Cómo?
Ha habido numerosos intentos por lograrlo, con “dolorímetros” y “escalas de dolor” de distintos tipos inventados al menos desde 1940, que usan estímulos como calor, presión u objetos punzantes, y que tradicionalmente usaban la valoración subjetiva de los pacientes (qué tanto decían que les dolía) para estimar la intensidad del dolor producido. Por desgracia, estos métodos son tan variables y poco estandarizados que no han sido muy útiles para obtener una medida objetiva y precisa del dolor.
Y ¿por qué querríamos medir el dolor de manera objetiva? En primer lugar por lo mismo que se hacen muchos estudios científicos: por curiosidad, para tratar de entender mejor cómo funciona el mundo. Pero también hay abundantes casos en que saber si una persona siente dolor y la intensidad de éste sería muy útil. Por ejemplo, con pacientes que no pueden comunicarse, niños demasiado pequeños, personas semi-inconscientes o con deficiencias cognitivas. (Incluso, comenzando a especular, para desenmascarar a timadores o hipocondriacos que dicen sufrir dolor sin sentirlo… ¡y ni hablemos de los jugadores de futbol que se tiran al suelo gritando!)
El problema es que, si el dolor es un quale (singular de qualia), no debería ser posible medirlo fisiológicamente. En cambio, si al detectar los cambios precisos que tienen lugar en el cerebro se pudiera saber, e incluso predecir, cuándo una persona está sufriendo dolor (por ejemplo), incluso si el sujeto no lo expresa, ello significaría que los qualia, tal como los han entendido los filósofos, no existen realmente como algo separado, “mas allá” del funcionamiento cerebral.
Un artículo publicado en abril de 2013 en el New England Journal of Medicine por un equipo de neurólogos encabezado por Ethan Kross, de la Universidad de Michigan, en Estados Unidos, llamó mucho la atención al presentar un estudio en que se logró, mediante métodos de visualización de la actividad cerebral (resonancia magnética funcional o fMRI, que detecta qué áreas específicas del cerebro presentan mayor flujo de sangre, y por tanto están más activas), establecer una firma neurológica (un patrón específico de actividad de distintas regiones del cerebro) que les permitió identificar precisamente cuándo un paciente siente dolor.
El estudio empleó a 114 voluntarios sanos de ambos sexos, y los dividió en cuatro grupos, a los que se les realizaron diversos estudios. En un primer experimento, les aplicaron calor en la piel del antebrazo izquierdo con intensidades que iban de lo inocuo a lo doloroso, mientras observaban por fMRI qué áreas cerebrales se activaban. Con base en esos datos, derivaron mediante un algoritmo “inteligente” de computadora (es decir, que es capaz de ir aprendiendo, al comparar datos conocidos con sus resultados, a predecir el resultado de nuevos datos), la “huella digital cerebral” del dolor.
A continuación, en un segundo experimento, aplicaron calor con diversas intensidades a un grupo distinto de voluntarios, y lograron predecir con un 95% de éxito, sólo con base en qué áreas cerebrales se activaron, si los pacientes sentían o no dolor. Es éste el logro que hace interesante al estudio. Se demostró que se puede saber, mediante este método, si un paciente siente dolor, incluso si es incapaz de expresarlo.
Por supuesto, se trata sólo de un estudio inicial; habrá que confirmarlo y ver si los resultados se pueden generalizar a dolores en distintas partes del cuerpo, o de distintos tipos (cutáneo o en órganos internos, por ejemplo), o con diversas causas clínicas. Probablemente, comentan los autores, para aplicarlo en hospitales y otros sitios habrá que generar varias “firmas neurológicas” distintas.
Pero no contentos con eso, los investigadores hicieron otros dos experimentos para investigar otros aspectos de la experiencia dolorosa. En el tercero utilizaron pacientes que habían tenido una ruptura amorosa reciente y aún dolorosa, y aparte del estímulo térmico midieron su respuesta cerebral al “dolor social” mostrándoles una foto de sus ex-parejas (y también la de un amigo cercano, como control). Detectaron que, aunque se activaban áreas cerebrales similares, el patrón de activación era claramente distinto respecto al del dolor físico.
Finalmente, en un último grupo, inyectaron un analgésico potente a los pacientes antes de aplicar el estímulo térmico, y detectaron que, además de disminuir la sensación subjetiva de dolor, la activación de las áreas cerebrales asociadas disminuía también en un 53%. De modo que el método podría también servir para saber si un tratamiento contra el dolor está realmente funcionando.
Como se ve, el avance científico parece, en este caso, estar dejando atrás la noción filosófica de los qualia. Aunque habrá quien replique que lo que se observa es sólo el “correlato” fisiológico de la sensación subjetiva del dolor. De cualquier modo, si el método funciona y ayuda a dar mejor tratamiento a los pacientes que sufren, ¿qué importa la diferencia?
Le deseo que disfrute, no sufra, con el año nuevo.
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