Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 16 de diciembre de 2015
Hace unos días compré, por 25 pesos, un billete de la Lotería Nacional con el que, si le pego al número premiado, podría ganar unos 300 mil pesos. Lo compré no por hábito, sino porque me hizo gracia que la ilustración, que muestra el bien conocido logotipo del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), que celebra su 45 aniversario.
Mi gesto podría parecer supersticioso: apostarle a ganarse la lotería es el ejemplo clásico de dejar las cosas a la suerte. Pero lo cierto es que alguien, inevitablemente –salvo casos de excepción– gana en cada sorteo de la Lotería. ¿Por qué no yo? Por otro lado, si no compro nunca un billete es seguro que jamás ganaré premio alguno.
Pues bien: uno de los principales problemas que tiene la ciencia, o más bien la percepción que muchos tenemos de ella, es que se trata de una actividad que puede planearse. Que uno puede decidir que va a dedicar tantos millones de dólares a desarrollar un maíz resistente a las sequías, o a producir la vacuna del sida o del resfriado común, o a generar baterías que permitan tener autos eléctricos seguros y baratos, o celdas solares más eficientes, y el resultado se obtendrá inevitablemente, con sólo dedicarle suficiente dinero y trabajo.
Esta visión, que comparte no sólo el ciudadano común, sino también los gobernantes y tomadores de decisiones, proviene de no entender el carácter fundamentalmente darwiniano de la investigación científica (y quizá de ver, cuando eran niños, demasiadas caricaturas en las que aparecen científicos que producen la máquina del tiempo o la fórmula de la invisibilidad con sólo pasar unos minutos metidos en su laboratorio secreto).
En realidad, un investigador puede decidir qué investigar, y puede soñar qué le gustaría descubrir, pero nunca puede saber con certeza qué hallará. La historia de la ciencia está llena de ejemplos de descubrimientos producidos totalmente al azar. Y en la práctica cotidiana de la investigación científica, los investigadores continuamente tienen que improvisar ante datos inesperados, problemas no previstos y hallazgos casuales que pueden llevar a resultados totalmente distintos de los que buscaban en un inicio… y que a veces resultan de mucha mayor importancia.
Por eso, cuando se juzga a la investigación científica con criterios eficientistas, como si fuera una labor comercial, se comete una gran injusticia. Igual que ocurre en la evolución biológica, y en todos los procesos darwinianos, en ciencia se necesita explorar azarosamente una gran cantidad de posibles rutas para hallar la opción óptima que permita avanzar. Hay que comprar muchos boletos, en forma constante, para ganar, de vez en cuando, premios grandes que paguen con creces todo lo invertido.
Los países ricos e industrializados lo saben: son lo que son gracias a que apoyan a una gran cantidad de científicos para que realicen investigación en una amplia gama de temas. Los países que sólo apoyan unos cuantos proyectos que prometen resolver los “grandes problemas nacionales” son como yo, que creo poder ganar la lotería comprando sólo un boleto muy de vez en cuando. Como dijera hace algunas décadas el doctor Ruy Pérez Tamayo, lo importante no es apoyar la “mejor” ciencia, sino apoyar toda la ciencia, siempre que esté bien hecha.
Creo que el Conacyt, en estos 45 años, y a pesar de sus fallas y carencias, de las críticas que ha recibido y de lo mucho que podría mejorar, ha logrado impulsar el desarrollo, perfeccionamiento y calidad de una gama amplia de proyectos de investigación científica y tecnológica en México. Sin Conacyt, la situación de la ciencia en nuestro país, y del país en general, sería mucho peor. ¡Felicidades!
(Ahí les aviso si me gano la lotería.)
¿Te gustó?
Compártelo en Twitter:
Compártelo en Facebook:
Contacto: mbonfil@unam.mx
Para recibir La ciencia por gusto cada semana
por correo electrónico, ¡suscríbete aqui!
3 comentarios:
No deja de ser una calamidad económica y social que el estado intervenga en la investigación científica. Podrá decirse que, por ejemplo, sin el gobierno de EU no habría NASA, y sin NASA, nos perderíamos de muchos beneficios prácticos que ha traído la investigación espacial. Sin embargo, también habría que preguntar cuánto nos costaron, cuánto dejamos de hacer porque el gobierno nos quitó dinero para invertirlo en la NASA, cuánto sufrimiento humano causaron esos impuestos del gobierno, etc.
Mi fe libertaria me dice que el libre mercado lo haría mejor:
https://studentsforliberty.org/wp-content/uploads/2009/05/Horn_Science-and-the-Free-Market.pdf
Yo prefiero no meter a la fe en cuestiones de ciencia. En el mundo actual, desde hace muchas décadas, el principal financiador de la investigación científica, en todo el mundo, ha sido el Estado. Y por suerte, porque si sólo se hiciera la investigación científica que los accionistas o dueños de las compañías privadas consideran redituable, no tendríamos transistores, computadoras ni muchas cosas sin las que la vida moderna sería impensable.
Confiar más en el estado que en los empresarios también es una forma de fe, Martín. El problema con el intervencionismo es que distorsiona los precios, y luego no sabemos cuánto nos cuestan realmente las cosas, cuánto hicimos y cuánto dejamos de hacer. Es decir, no podemos COMPARAR lo que hace el gobierno con lo que HUBIERAN hecho los empresarios si aquél no les hubiera arrebatado el dinero, fijado tarifas, complicado la vida, etc.
Publicar un comentario