miércoles, 25 de diciembre de 2013

¿Navidad y ciencia?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 25 de diciembre de 2013
(Por alguna razón, la columna de hoy no apareció en Milenio... pero aquí está para ustedes.)

A quienes nos dedicamos a la ciencia, sobre todo si no tenemos creencias religiosas, con frecuencia nos preguntan en estas fechas si no encontramos contradicción entre celebrar una festividad cristiana y nuestra convicción racionalista (que insiste en que no existen misterios incomprensibles) y naturalista (que rechaza la existencia de entidades sobrenaturales).

Aunque yo conozco a algunos grinches que se niegan a celebrarla, como el dickensiano señor Scrooge (algunos usando el pretexto de que es sólo un festejo consumista), y a ateos recalcitrantes que, con más humor, sustituyen las figuras del nacimiento por héroes de historieta (saludos, amigos), la mayoría de nosotros reconocemos que, más allá de creer o no en la existencia de deidades que además son tres en uno, en vírgenes que dan a luz o en concepciones inmaculadas, la navidad y otras celebraciones cristianas son parte de las tradiciones del nuestro y muchos otros pueblos. Y que, como tales, son ocasiones para convivir y compartir con personas que queremos y fortalecer los lazos sociales que nos hacen pertenecer a una familia, una sociedad, y en última instancia al género humano (nadie se hace humano en soledad, sino en sociedad, dice Fernando Savater… o algo similar, pues cito de memoria).

También es frecuente encontrar divertimentos científico-navideños, como esos que tratan de explicar cómo Santa Clós puede recorrer el mundo repartiendo regalos gracias a efectos cuánticos (o relativistas, como los hoyos de gusano); cómo es que sus renos pueden volar gracias a la aerodinámica inigualable de sus pezuñas y sus cornamentas, o bien que los peces no beben en el río porque absorben agua a través de su piel. En fin, que no todos los científicos somos nerds ultra-racionales como el señor Spock o Sheldon el de La teoría del big bang (aunque muchos sí tenemos, como él, un lado infantil que conservamos y que nos permite seguir disfrutando de la ilusión de la navidad).

Jacques Monod, uno de los padres de la biología molecular, dice en su libro El azar y la necesidad que la ciencia no puede resolver por nosotros el problema de encontrar un objetivo para la vida humana. En otras palabras, al final la ciencia nos da una visión del mundo que puede ser muy confiable, utilísima y asombrosa, pero que no sirve para todo. A veces, hay que simplemente disfrutar las tradiciones sin pensarlas demasiado. Los festejos navideños nos permiten cerrar ciclos, recapitular, planear, reflexionar y compartir. A veces nos entristecen, pero también, con un poco de voluntad, nos alegran. Vale la pena disfrutarlos. Así que, ¡feliz navidad!

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jueves, 19 de diciembre de 2013

Revistas científicas y calidad

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 18 de diciembre de 2013

¡Sólo ciencia de moda!
Lejos de lo que se piensa, para hacer ciencia lo más importante no es seguir un cierto método. Lo más importante es, luego de observar o experimentar sobre los fenómenos de la naturaleza, proponer explicaciones para ellos y someterlas a prueba, es comunicar las conclusiones a las que se llegue. Gracias a ello, dichas conclusiones serán discutidas, analizadas, revisadas, cuestionadas, e incluso atacadas, destrozadas y desechadas. Tal es el feroz proceso de control de calidad mediante el que la ciencia garantiza que el conocimiento que produce sea lo más confiable posible.

Como dejó claro el historiador de la ciencia Thomas Kuhn, es el consenso de la comunidad científica de especialistas relevantes en un tema la que valida el conocimiento. La ciencia es una actividad eminentemente social.

Más allá de discusiones en pasillos y seminarios, este control de calidad tradicionalmente se lleva a cabo durante el proceso que lleva a la publicación de un artículo (paper) en una revista científica especializada (journal). El autor entrega su manuscrito, que la revista envía a varios árbitros expertos en el tema, ocultando el nombre del autor, para evitar sesgos (el autor tampoco normalmente no conoce se entera del nombre de sus árbitros). Este proceso de “revisión por pares” o colegas puede llevar a la aceptación, la sugerencia de cambios previos a ésta, o al rechazo del artículo. Una revista con un proceso de arbitraje muy exigente aceptará un porcentaje bajo de los artículos que reciba, pero en teoría muy buenos. Así ha surgido la reputación de las revistas científicas más influyentes del mundo.

Sin embargo, el proceso ha sufrido distorsiones. Hace nueve días el biólogo celular estadounidense, y ganador del premio Nobel de este año Randy Schekman (de cuyo descubrimiento hablamos aquí hace algunas semanas) publicó en el influyente diario inglés The Guardian un texto donde ataca a las que llama “revistas científicas de lujo”, como Nature, Science y Cell, pues, afirma, “distorsionan a la ciencia” y fomentan “los trabajos que lucen más, no los mejores”.

Schekman describe cómo el afán de estas revistas por tener cada vez más suscriptores y presencia mediática las lleva a publicar los artículos que abordan temas más llamativos o polémicos, no necesariamente los más relevantes científicamente. Y añade que la tendencia mundial –muy marcada en México­– a evaluar y recompensar el trabajo de los investigadores científicos no con base en la calidad de sus trabajos, sino al “factor de impacto” de las revistas donde publican (un parámetro que refleja el promedio del número de citas que reciben los artículos que se publican en ellas, lo cual puede tener relación con la calidad de los mismos, pero también puede reflejar que son erróneos o provocativos, señala Schekman) está provocando que la meta ya no sea hacer buena ciencia, abordar problemas relevantes y producir conocimiento sólido, sino publicar en revistas prestigiosas.

El artículo de Schekman ha provocado mucha discusión en el mundo científico. Aunque en general se reconoce que los problemas que señala son reales, muchos piensan que exagera. Y la solución que propone, las revistas de “acceso libre” –open access–, ya existentes, no está libre de problemas, pues aunque no cobran a los lectores, sí hay que pagar para publicar en ellas, lo que puede llevar a aceptar el mayor número de artículos posible, independientemente de su calidad.

Como la democracia, la evaluación de la calidad en ciencia y la revisión por pares tienen defectos, incluso graves. Pero son lo mejor que tenemos. Afortunadamente, los científicos saben bien que la discusión amplia y sin cortapisas produce una inteligencia colectiva que puede generar mejores propuestas. La discusión está abierta.

[Corrección 25 de diciembre: Mi querido amigo Enrique Espinosa me aclara que en la gran mayoría de las revistas arbitradas del área de las ciencias naturales, el proceso de peer review no es de doble ciego: los autores del artículo no saben el nombre de sus árbitros, pero éstos sí conocen los nombres de los autores. Una sorpresa para mí, que siempre di por hecho lo contrario. Al parecer, en humanidades y ciencias sociales es más frecuente el peer review de doble ciego, que a mí me parece evidentemente más conveniente, pues evita sesgos. Gracias por la aclaración, Enrique!]

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miércoles, 11 de diciembre de 2013

Otra vez agua en Marte

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 11 de diciembre de 2013

La noticia de ayer, aparecida en todos lados, nuevamente viene de Marte: el robot explorador Curiosity, de la NASA, que llegó al cráter Gale del planeta rojo hace 16 meses, analizó rocas en un sitio llamado Bahía Yellowknife y descubrió, según publica Milenio Diario, “evidencia directa de que existió un lago de agua dulce en ese planeta”.

Otros medios informaron algo similar; sin embargo, no faltó el noticiero televisivo que se lanzó a anunciar que Curiosity “había descubierto que hubo vida en Marte” (!). Más allá del poco rigor periodístico (y que nunca falta; quizá haya que atribuirlo a la escasez de periodistas científicos formados profesionalmente en nuestro país y al poco interés de los medios –sobre todo los televisivos– en pagarles un sueldo adecuado), cabe preguntar, ¿qué descubrió realmente Curiosity en esta ocasión?

La respuesta la da el artículo publicado en la revista Science por John Grotzinger, del Tecnológico de California (Caltech), y sus colegas (el equipo que supervisa la misión Curiosity consta de más de 400 especialistas). Se descubrieron “rocas sedimentarias de grano fino, que por inferencia representan un antiguo lago”.

La rocas sedimentarias, recordará usted de la secundaria, son las que se forman cuando se depositan pequeños granos rocosos, normalmente suspendidos en agua, que con el tiempo van convirtiéndose en un sedimento que finalmente se cementa y solidifica. Su presencia, por tanto, permite suponer que hubo agua (Curiosity y otras misiones han hallado otras evidencias de la presencia de agua en el pasado remoto de Marte). Y donde hubo agua, podría haber habido vida. Pero de ahí a suponer que la hubo hay un abismo.

Curiosity ha estado tratando de detectar, por métodos fisicoquímicos de análisis, la presencia de carbono proveniente de materia orgánica en la superficie de Marte. Pero no ha logrado pruebas claras: por un lado, hay materia orgánica que se forma en el espacio por procesos químicos, sin necesidad de vida, y que cae en Marte. Por otro lado, la materia orgánica que pudiera haber quedado como prueba de la existencia de antiguas bacterias en Marte probablemente habría sido ya destruida por los rayos cósmicos y ultravioleta, u oxidada por los percloratos que abundan en el suelo marciano.

De cualquier modo, los datos reportados en el artículo permiten suponer que, si hubiera habido vida en Marte, un lugar factible habría sido el lodoso fondo del lago que quizá existió en el cráter Gale. Y es más:, las bacterias que hubieran vivido ahí probablemente habrían tenido que ser quimiolitótrofas, es decir, capaces de utilizar para sus funciones metabólicas la energía que se libera en reacciones químicas, cuando ciertas moléculas inorgánicas se oxidan y otras se reducen (existen bacterias así en la Tierra, que no realizan la fotosíntesis ni se alimentan de compuestos orgánicos producidos por otras formas de vida… pero normalmente se hallan sólo en ambientes muy raros, como las grandes profundidades del subsuelo).

De cualquier modo, sin exageraciones, la evidencia de que Marte podría haber albergado agua, y quizá vida, se acumula. Si llegara a confirmarse esto último, eso querría decir que la vida podría existir también en muchos otros sitios en el universo. Que quizá no estamos tan solos. Al final, la emoción sí se justifica.

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miércoles, 4 de diciembre de 2013

La caperucita evolutiva

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 4 de diciembre de 2013

Sin duda, la teoría de la evolución por selección natural –que acaba de cumplir 154 años de haber sido publicada en el clásico de Charles Darwin, El origen de las especies– es uno de los productos intelectuales más grandiosos de la humanidad. Pero además de permitirnos entender cómo surge la asombrosa variación y adaptación en el reino viviente, la poderosa idea de Darwin puede también aplicarse en otras áreas.

En particular, el biólogo inglés Richard Dawkins la aplicó a la cultura, al proponer el concepto de que las ideas evolucionan al transmitirse de un cerebro a otro, como virus, modificándose y adaptándose en el proceso. Algunas se extinguen; otras prosperan. Teorías científicas, chistes, chismes, modas, tradiciones, costumbres, religiones y métodos artesanales son ejemplos de lo que Dawkins llamó “memes”, las unidades de la evolución cultural (por contraposición a “genes”, que transmiten la información genética).

El concepto de memes, publicado en su libro de 1977 El gen egoísta, fue en general ignorada o vilipendiada durante décadas, hasta que el surgimiento de internet y las redes sociales han dejado claro que al menos algunas ideas pueden tener un comportamiento evolutivo y viral (y no, “memes” no son sólo las viñetas a línea en blanco y negro acompañadas de una frase chistosa).

Árbol filogenético construido al comparar
relatos de Asia y África con
las variantes de La Caperucita Roja y
El lobo y las siete cabritas
Hoy hay estudios que investigan la evolución de productos culturales como la tecnología, los lenguajes y las tradiciones orales o escritas. Hace un mes se publicó en la revista PLOS One un curioso artículo sobre la evolución del cuento de la Caperucita Roja. En él, el antropólogo Jamshid Tehrani, del Centro para la Coevolución de la Biología y la Cultura de la Universidad de Durham, en Inglaterra, estudió 58 variantes del famoso cuento utilizando los mismos métodos que usan los biólogos para clasificar especies y averiguar su grado de parentesco evolutivo: la filogenética (los especialistas hablan ya de “filomemética” para referirse a este tipo de estudios).

Tehrani encontró que entre las muchas variantes de la historia de la Caperucita que existen en distintos países y tradiciones de Europa, Asia y África, en las que el personaje puede ser niño o niña, o un grupo de ellos, y el antagonista un lobo, un ogro o un tigre, y sólo fingir la voz o bien disfrazarse, sólo algunas están relacionadas con la Caperucita; otras descienden, por un proceso de variación y selección, del más antiguo cuento de El lobo y las siete cabritas. De hecho, La Caperucita parece ser una variante de El lobo, surgida unos mil años después de que éste apareciera, en el siglo I.

Me parece fascinante poder entender cómo las manifestaciones culturales se van adaptando a sus ambientes psicológicos, naturales, sociales, étnicos. Me encanta la memética. ¿Y a usted?

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