Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 24 de junio de 2015
Gran revuelo y discusión ha causado la nueva carta encíclica (circular enviada por el papa a todos los obispos del mundo y a la grey católica) titulada Laudato si’, presentada por el papa Francisco el pasado 18 de junio.
La llamada “encíclica verde” postula la urgencia de proteger el ambiente (“medio ambiente” es una expresión redundante) al mismo tiempo que a las personas. Aborda temas como contaminación, cambio climático, escasez de agua, pérdida de biodiversidad, deterioro de la calidad de vida humana y degradación social, inequidad y la insuficiente de la respuesta que se ha dado a estos problemas.
También adopta sin reservas la interpretación, que comparten todos los expertos serios sobre clima del mundo: que está ocurriendo un cambio en el clima del planeta debido a la acumulación en la atmósfera de gases de invernadero, principalmente dióxido de carbono, producto de la actividad humana (sobre todo, la quema de combustibles fósiles). Plantea además que el deterioro ambiental es producto “la degradación humana y social”, y señala que ambos problemas afectan sobre todo a los más pobres.
Las expresiones de aprobación han sido casi unánimes (aunque las críticas que la encíclica incluye a “la lógica de las finanzas y de la tecnocracia” en la que “la responsabilidad social y ambiental de las empresas suele reducirse a una serie de acciones de marketing e imagen” le ha granjeado críticas por parte del sector empresarial y conservador, críticas que seguramente el papa enfrentará ante los legisladores republicanos de Estados Unidos cuando se presente en el Capitolio en septiembre). Se elogia al papa como el nuevo campeón del ambientalismo.
No en balde el primer borrador de Francisco fue enriquecido con “un vendaval” de más de 200 propuestas “de gente de todo el mundo: científicos, activistas, filósofos, empresarios, políticos”. Tampoco es casualidad que Francisco, Jorge Mario Bergoglio, haya estudiado en una escuela secundaria industrial de la que se graduó como técnico químico (trabajó un tiempo realizando análisis de alimentos). Ni que sea jesuita, miembro de una de las órdenes religiosas que más valoran el conocimiento.
Pero todo esto no quiere decir que el Vaticano se haya convertido en un aliado de la ciencia. A pesar de las posiciones progresistas de Francisco, la postura de su iglesia sigue estando basada en un conocimiento revelado, dogmático, en el que la Tierra y los seres que la habitan fueron puestos ahí por Dios para servir al ser humano. Esta visión ha ayudado a justificar mucho del deterioro ambiental que nuestra especie ha causado a lo largo de siglos (aunque, para ser justos, Francisco ofrece ya una postura más moderna: “Hoy la Iglesia no dice simplemente que las demás criaturas están completamente subordinadas al bien del ser humano, como si no tuvieran un valor en sí mismas y nosotros pudiéramos disponer de ellas a voluntad”).
Por otro lado, no hay que olvidar que la visión católica –y la de todas las religiones– es esencialmente sobrenatural: se basa en la creencia en espíritus, dioses, milagros, proyectos divinos y fenómenos que están más allá del plano físico de existencia y de las leyes de la naturaleza. La ciencia, en cambio, tiene por necesidad una visión radicalmente naturalista: rechaza cualquier suposición sobrenatural –incluyendo la idea de que la naturaleza tiene un “propósito”– y busca explicaciones sólo a partir del mundo físico. Por esta razón, aunque en un momento dado puedan compartir puntos de vista, la visión religiosa es fundamentalmente incompatible con la científica.
Las justificaciones que ofrece Francisco en su encíclica parten de “mandatos divinos” y citas de la Biblia, como autoridad principal, a las que añade la evidencia científica sólo como complemento. Y cuela posturas religiosas que no vienen al caso, como la oposición radical a la interrupción voluntaria del embarazo: “tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto”.
En los últimos días, el arzobispo primado de México, Norberto Rivera, y el semanario católico Desde la fe lanzaron ataques estridentes contra el dictamen de la Suprema Corte en que declara anticonstitucional cualquier ley que limite el derecho al matrimonio de parejas del mismo sexo en todo el territorio nacional. Tildaron al a Corte de “miope”, declararon que “fue una victoria pírrica para los homosexuales del país” y afirmaron falsedades como que “se trata de negar que el matrimonio sirva para la procreación”, y que “se pretende destruir el verdadero matrimonio y así destruir la familia”. “No seamos ingenuos –concluye el editorial de Desde la fe–, es una pretensión destructiva al plan de Dios. No se trata de un mero proyecto legislativo, sino de una movida del Padre de la Mentira (Satanás), que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios”.
Puede que Francisco sea un papa liberal y moderno, un papa del siglo XXI. Es de agradecer el apoyo que su encíclica ofrece a la defensa global del ambiente (sobre todo en vísperas de la COP 21, la Conferencia sobre Cambio Climático de París, que se celebrará en diciembre próximo). Pero no deja de ser un papa, y forma parte de la misma iglesia que sostiene posturas tan cuestionables como las de Rivera.
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