Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 10 de junio de 2015
No hay área en que el poder de la ciencia y de sus aplicaciones tecnológicas quede más claro que la de la salud. Las modernas técnicas médicas para diagnosticar, curar o dar terapia a distintas afecciones son sorprendentes: de los rayos X a la tomografía computarizada, de los antibióticos y vacunas a las modernas quimioterapias contra el cáncer o el VIH. Y lo que viene.
Recientemente circuló una buena noticia: ha llegado la hora de los virus, gracias a un innovador sistema de diagnóstico.
Hasta hoy, cuando se sospecha que un paciente padece una infección viral se confía en el diagnóstico clínico a partir de los signos y síntomas. Si se quiere estar más seguro, se realiza un análisis inmunológico para detectar si la sangre del paciente presenta anticuerpos específicos contra el virus del que se sospecha; si se hallan, el diagnóstico queda confirmado. Así funciona, por ejemplo, la prueba elisa para detectar el VIH.
Estas técnicas funcionan gracias a que nuestro sistema inmunitario fabrica anticuerpos específicos contra cada agente infeccioso. Las células inmunitarias toman fragmentos de las moléculas de los invasores –virus, bacterias, hongos, parásitos– y, usándolos como una especie de molde, fabrican los anticuerpos: proteínas cuya forma se adapta exactamente a la de las moléculas extrañas, lo que les permite adherirse a ellas y neutralizarlas.
Estos anticuerpos –que tardan alrededor de 14 días en fabricarse– pueden permanecer años, o incluso de por vida, en nuestra sangre, proporcionándonos protección. Por eso funcionan las vacunas. (Por otro lado, el sistema inmunitario guarda una memoria de los organismos invasores, por lo que, incluso si la cantidad de anticuerpos en la sangre disminuye, ante una nueva infección la producción de anticuerpos puede reactivarse de manera inmediata.)
Pues bien: el inmunobiólogo Stephen J. Elledge, de la Universidad de Harvard, y su equipo de investigación se propusieron desarrollar un método para buscar no sólo un virus a la vez, sino todos los virus que han infectado a una persona. Para lograrlo, usaron la imaginación y la biología molecular.
Primero, buscaron en bases de datos internacionales la lista de todos los genomas conocidos de virus que infectan a nuestra especie: 206 especies, con mil variedades o “cepas” en total. Con base en ello, fabricaron 110 mil fragmentos de ADN, y a partir de éstos generaron una “biblioteca” de las proteínas de los virus. (El proceso fue un poco más complejo, pues involucró insertar estos fragmentos de genes en bacteriófagos –virus que infectan bacterias– modificados genéticamente. Pero no compliquemos innecesariamente las cosas.)
Para su sistema de diagnóstico, que Elledge y su equipo bautizaron VirScan, se combina sangre –suero, más precisamente– de cada paciente con esta “biblioteca” de proteínas virales. Si la sangre contiene anticuerpos contra alguno de los virus presentes en la biblioteca, quedarán unidos al fragmento de proteína correspondiente. Esto se puede detectar mediante métodos sencillos y confiables. Así se sabe inmediatamente si el paciente presenta anticuerpos y contra cuáles virus. Y por tanto, si ha estado o está infectado por ellos.
El sistema, que aún falta desarrollar para su uso comercial, tendría un costo de unos 25 dólares por prueba, y no necesita más de una gota de sangre del paciente. Usándolo, Elledge y su grupo examinaron a 569 pacientes de cuatro continentes (peruanos, sudafricanos, estadounidenses y tailandeses). Hallaron que, en promedio, cada sujeto había sido infectado por 10 virus, aunque dos de ellos habían sufrido 84 infecciones. Se halló también que los pacientes estadounidenses tenían un promedio menor de infecciones. Los virus más comúnmente hallados resultaron ser los del herpes y el resfriado común; nada sorprendente.
¿Qué promete VirScan, y sus futuras mejoras? En primera, detectar fácil y rápidamente, a bajo costo, numerosas infecciones asintomáticas que gran parte de la población padece sin saberlo, como la hepatitis C. Podría también ayudar a detectar rápidamente nuevos virus que causen brotes epidémicos, si se parecen inmunológicamente a virus conocidos. También podría ser útil para establecer si algunas enfermedades cuyas causas aún no entendemos completamente, como el síndrome de fatiga crónica o el asma, están relacionadas con infecciones por virus, como se sospecha. Y nada impide aplicar la misma idea para buscar bacterias, hongos o parásitos que también causan enfermedades en humanos.
Asimismo, el método se podría adaptar para estudiar la prevalencia de virus en animales, tanto silvestres (por ejemplo en las poblaciones de murciélagos, que son un reservorio natural de virus poco conocidos) como domésticos (para evitar epidemias en aves o ganado).
Aunque el método tiene sus peros –no distingue, por ejemplo, si una persona sufrió una infección por un virus o simplemente fue vacunada contra él; y hay muchos virus que probablemente no están incluidos en la biblioteca, por lo que no es infalible–, resulta enormemente prometedor.
Pero, más que eso, el método es testimonio de que la creatividad científica, aunada a las herramientas que la propia ciencia ha producido, siempre sigue dando sorpresas.
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