Publicado en Milenio Diario, 4 de noviembre de 2009
Hace un mes critiqué el fraude que cometen quienes prometen la cura a prácticamente cualquier enfermedad mediante una máquina llamada SCIO (a cambio, claro, de una buena lana).
Como ocurre siempre que se ataca a seudociencias y charlatanerías, recibí algunos correos de felicitación y otros (no muchos, por suerte) que me acusaban de dogmático, intolerante y de descalificar “otras” formas de racionalidad, “que tienen el mismo derecho a ser respetadas que la visión científica del mundo”.
Es común que se acuse de intolerante tanto a la ciencia misma como a quienes nos dedicamos a practicarla, comunicarla o promoverla. Pero hay que recordar que la ciencia se dedica a estudiar la naturaleza, a producir conocimiento confiable que nos permita entenderla y quizá predecirla. Cuando se habla de la intolerancia de la ciencia, normalmente lo que se cuestiona es su negativa a reconocer como científicas disciplinas como la astrología, el estudio de fenómenos paranormales, las terapias milagrosas basadas en principios que “van más allá de la ciencia” o las teorías de complot.
Esta exclusión se debe en parte a que los métodos de estas disciplinas no resultan lo suficientemente rigurosos, o sus datos no parecen confiables (si es que no son, de plano, engaños burdos). A veces lo que no es aceptable son sus objetos de estudio, pues la ciencia sólo estudia fenómenos naturales, no sobrenaturales.
En ciencia para que una afirmación sea aceptada tiene que pasar un complejo proceso de evaluación entre colegas que involucra la revisión de los datos y los métodos, y la discusión de los resultados. Las razones por las que los científicos aceptan una afirmación tienen que ver con su coherencia lógica, su plausibilidad dentro del conocimiento científico existente, la reproducibilidad de los experimentos en que se sustenta y otras razones (entre las que no se excluye una cierta dosis de política y de ideología).
Sin embargo, nada hace más feliz a un verdadero científico que descubrir que algo que se sabía es incorrecto. Encontrar errores e inconsistencias en las teorías científicas obliga a los investigadores a encontrar explicaciones aun mejores. Es la fuerza que impulsa el avance de la ciencia.
Pero para que el proceso funcione, tiene que estar sometido a un rigurosísimo control de calidad. La primera obligación de un científico es no engañarse a sí mismo. La ciencia tiene un compromiso irrenunciable con la realidad. Si a veces eso suena como intolerancia, se trata no de un problema del método de la ciencia, sino de las disciplinas que intentan hacerse pasar como ciencia… sin serlo.
5 comentarios:
Completamente de acuerdo contigo. Sin embargo en nuestra sociedad, por desgracia, manda el dinero y estoy seguro que esas maquinitas "masaja-pies", pomadas para eliminar "de una a tres tallas" y demás chunches deben venderse a manos llenas.
Y ya me voy que tengo que alinear mis chacras...permiso.
Hulda Clark, mujer que vendía el sincrómetro para detectar cáncer (WTF?)y que decía tener la cura para todas las enfermedades, murió hace poco de......... cáncer
Que comentario tan macabro y adecuado! jeje
Totalmente de acuerdo con lo que comentas en la columna Martín, eso que tan bién describes como "el control de calidad" en ciencia es algo que casi nadie fuera de la ciencia lo entiende y nos llaman dogmáticos. Lo que me sorprende es que tengas dificultades para entender algo tan simple, cuando está tan claro.
Saludazos!
UPS!
Fe de erratas:
En mi comentario anterior debe decir:
Lo que me sorprende es que tengan dificultades para entender algo tan simple, cuando está tan claro
;)
me encantaron tus dos ultimas columnas!!..
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