Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 18 de febrero de 2018
Hace unas semanas publiqué aquí un texto donde me sumaba a la preocupación de muchos intelectuales por la creciente desconfianza que hay hacia lo que algunos llaman “la autoridad de la ciencia”: la concepción de la ciencia como fuente de conocimiento confiable, necesario y útil sobre el mundo que nos rodea. Esa desconfianza se expresa concretamente, entre otros muchos ejemplos, en el absurdo y peligroso movimiento antivacunas.
En la sección de comentarios de mi columna en el sitio web de Milenio –ese “sótano” que a veces parece más un peligroso callejón que un ágora para discusiones constructivas– hubo varias opiniones donde se me acusaba de ser incongruente.
“Que no se lamenten hoy de lo que sembraron en el vasto campo de la postmodernidad”, me reprochó “Miguel Angel”, añadiendo que yo “solía burlarme de los que hablan de hechos objetivos”, y “decía que todo era un constructo social o mental”. Otro lector/troll, BruceWeinn, comentaba que “el conocimiento es universal; lo que es válido desde que se creó este mundo será válido aun después de que desaparezca este universo”. ¿Cómo, si pienso todo eso, pretendo defender la validez del conocimiento científico sobre las vacunas?
Para empezar, habría que explicar a qué se refiere eso de “posmodernismo”: se trata, según la Encyclopaedia Britannica, de un amplio movimiento filosófico de finales del siglo pasado que se caracteriza “por su amplio escepticismo, subjetivismo o relativismo; que sospecha de la razón y es muy sensible al papel de la ideología”. El posmodernismo, continúa la misma Britannica, duda de que haya tal cosa como una realidad objetiva, de que nuestro conocimiento de ella pueda declararse verdadero o falso, de la utilidad de la lógica y la razón para mejorar la vida humana –e incluso de su validez universal–, y de que se puedan construir teorías generales que expliquen el mundo. Puesto así, suena bastante absurdo y anticientífico, por supuesto, aunque hay que aclarar que se trata de una generalización caricaturesca: hay muchas variedades de pensamiento posmodernista, algunas más extremas que otras.
Pero, curiosamente, mis detractores –y muchos científicos también, así como muchos “escépticos” defensores del pensamiento crítico que luchan contra charlatanerías y seudociencias– parecieran defender la visión opuesta: que existe una única realidad objetiva; que ésta puede conocerse de manera certera, total y absoluta por medio de la lógica y la razón; y que las teorías que generamos por medio de ella representan de manera total, “verdadera” (así, sin matices) al mundo físico.
Esto, lamentablemente, como saben desde hace tiempo filósofos de la ciencia, epistemólogos y otros expertos, es una visión simplona e incorrecta del conocimiento y de la ciencia. Si fuera correcta, las teorías científicas, al ser “verdaderas”, no cambiarían constantemente en ese proceso constante de mejora paulatina que a veces da pie a verdaderas y violentas revoluciones: las verdades no cambian.
¿Quiere decir eso que “todo es un constructo mental”, o social? No el mundo real, en cuya existencia creemos firmemente los científicos, pero sí el conocimiento que podemos tener de él. Pero, si tenemos una mínima formación filosófica, sabemos que los humanos no podemos tener acceso directo a la realidad: todo lo que sabemos de ella pasa a través del filtro de nuestros sentidos, que son limitados y propensos a errores (pese a los instrumentos que usamos para ampliarlos), y a las interpretaciones que nuestros cerebros hacen de la información que los sentidos les proporcionan. No podemos jamás ver un objeto: sólo la luz que se refleja en él (y ni siquiera percibimos la luz, sino sólo los impulsos nerviosos que nuestros ojos generan a partir de ella, y que luego, a través de un intrincado procesamiento cerebral, dan origen a la sensación subjetiva de “ver”).
¿Cómo podemos entonces conocer el mundo, cómo podemos confiar en los modelos que nuestros cerebros o nuestra ciencia generan de él? Aceptando que no se trata de conocimiento absoluto, pero sí confiable en cierta medida. Y más confiable cuanto más precavidos seamos en construirlo. El conocimiento científico no es universal ni eterno: se va construyendo, cambia y depende de nuestras creencias, métodos, cultura… es relativo. Pero eso no quiere decir que sea arbitrario.
Y el reconocer esto no lo invalida ni hace que no se pueda decir que sabemos, más allá de toda duda razonable, que las vacunas funcionan, en una enorme mayoría de los casos, como medida de prevención de enfermedades que salva miles de vidas cada año, y que oponerse a su uso es una irresponsabilidad que raya en lo criminal.
(Y no nos vendría mal a científicos, comunicadores de la ciencia y escépticos y defensores del pensamiento crítico educarnos un poco en filosofía de la ciencia: recientemente Nature, una de las dos revistas científicas más prestigiadas del mundo, publicó un editorial abogando por la urgencia de una educación filosófica para mejorar la formación y la aptitud de los investigadores científicos.)
1 comentario:
Tiene razón el forista de Milenio cuando te acusaba de ser incongruente. Si es una incongruencia defender la validez de los estudios sobre las vacunas y al mismo tiempo defender el relativismo (y el relativismo posmoderno en particular).
Tengo la sospecha que estás confundiendo relativismo y falibilismo. Si es muy razonable suponer que los científicos pueden cometer errores en sus investigaciones y también que esos errores pueden ser enmendados en investigaciones posteriores. O que si cierta afirmación científica es debatible, pueden hacerse más estudios para zanjar el asunto. O que los modelos para explicar ciertos fenómenos pueden ser sustituidos por refinamientos más exactos de estos modelos. O que las teorías científicas pueden sustituirse por otras que representen una mayor aproximación a la verdad (esta era la opinión de Popper). Todos estos puntos de vista son muy razonables. Pero nada de esto implica relativismo. Esto es falibilismo.
El relativismo propiamente dicho sería por ejemplo el que defendía el charlatán de Feyerabend con su "todo vale" y su defensa de seudociencias y creencias mágicas, por decir, cuando defendió la astrología y el vudú. Estas son posturas extremistas muy alejadas de lo que escribí arriba.
En tu artículo escribiste que, respecto a la definición de posmodernismo que da la enciclopedia brítanica, "Puesto así, suena bastante absurdo y anticientífico, por supuesto, aunque hay que aclarar que se trata de una generalización caricaturesca: hay muchas variedades de pensamiento posmodernista, algunas más extremas que otras." Si fuera así, ¿quienes serían esos posmodernos moderados?
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