Milenio Diario, 11 de abril de 2007
Soy libra con ascendente escorpión. Eso, según los astrólogos, me convierte en alguien muy interesante. Buen dato para iniciar una conversación, pero no creo una palabra: estoy seguro de que mi encantadora personalidad no es consecuencia de influencias astrales.
Sí, ya lo sé: la astrología tiene una larga historia que se remonta al menos hasta los sumerios (¿o eran los asirios?); de ella nació la astronomía, y miles de personas en el mundo –de todo hay en la viña de Darwin– creen que los astros controlan sus vidas.
La verdad es que tal creencia carece de todo fundamento. Es imposible que un objeto a miles de años luz influya en lo que sucede en la Tierra: es mayor la atracción gravitacional de un coche estacionado junto a nosotros, por ejemplo, que la de cualquier astro cercano. Las estrellas que forman las “constelaciones” de la bóveda celeste en realidad no están en un mismo plano, sino muy distantes entre sí: vistas desde otro ángulo no tienen ninguna relación.
Dos gemelos nacidos con instantes de diferencia pueden tener vidas radicalmente distintas. Por ejemplo, uno puede morir de niño y el otro no. Existen cantidad de estudios rigurosos que una y otra vez revelan que, si las estrellas influyen en nuestras vidas, es sólo a través de las decisiones que tomamos basados en tal creencia.
La astrología llega a ser peligrosa: se dice que Ronald Reagan solía consultar a un asesor astrológico antes de tomar decisiones de Estado. También es triste: cientos de incautos con problemas serios recurren, desesperados, a estafadores que se hacen pasar por videntes, psíquicos y adivinos, y que constantemente se anuncian en radio, televisión y prensa.
Estos vivales deberían ser acusados de fraude: venden un producto falso. Pero comprobarlo sería difícil. Por eso es ingeniosa la solución adoptada por la Procuraduría Federal del Consumidor, al decretar que los “servicios de adivinación, psíquicos y horóscopos” están obligados, desde el 1 de abril, a modificar su publicidad y “señalar que se trata de un servicio de entretenimiento, (y) que la interpretación y uso del servicio es responsabilidad exclusiva del consumidor”.
Ya lo sabe: si usa uno de estos abusivos servicios, recuerde que es sólo por diversión. A $60 pesos por mensaje de texto o $52 por minuto de llamada, le saldría mucho más barato ir al cine. O contratar un payaso.
Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx
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