Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 20 de agosto de 2017
La vida está hecha de experiencias, no de contenidos educativos.
Cuando se habla de ciencia, tendemos a pensar automáticamente en aburridas clases en la escuela. De balanceo de ecuaciones por óxido-reducción.
Pero en realidad la ciencia es, antes que nada, una forma de ver el mundo. Una forma de verlo muy especial: una perspectiva, una actitud, que nos permite apreciarlo (lo que ya es bastante) y además comprenderlo. Y no sólo a nivel de generarnos narrativas que lo expliquen, que nos ayuden a darle sentido e interpretarlo; la ciencia, cuando aborda la naturaleza, lo hace de manera metódica y cuantitativa, y produce explicaciones detalladísimas y precisas que más allá de revelar los aspectos más profundos de lo pasa, nos ayudan a predecirlo y a controlarlo.
Y más aún: además de ayudarnos a ver los fenómenos naturales, maravillarnos con ellos y entenderlos a profundidad, la ciencia nos permite participar, involucrarnos para intervenir en ella… para bien o para mal. Su poder es tal que puede modificar el mundo y ayudarnos a tener más salud, más bienestar, más justicia… o bien, destruir hábitats, favorecer la desigualdad, contaminar o dañar seriamente el ambiente a nivel global.
Es por eso que en toda sociedad moderna es importantísimo que los ciudadanos posean una mínima cultura científica que les permita involucrarse con la ciencia, apreciarla, entenderla y hacerla suya; apropiársela y participar. Entre otras cosas, para que las decisiones sobre temas que involucran a la ciencia y la tecnología, y sus efectos en el ambiente y la sociedad, no sean tomadas sólo por científicos, funcionarios de gobierno, directivos de empresas o peor, militares, sino por los ciudadanos, debidamente informados y después de una reflexión meditada (lo mismo que se espera de un buen ciudadano en una democracia, pues).
Pero para ello es indispensable que esos ciudadanos reciban, desde la infancia, una educación que incluya a la ciencia, no sólo como conocimientos y contenidos, sino también como las experiencias, perspectivas, actitudes, habilidades y valores que forman parte de ella.
Y por eso escandaliza la noticia, que ha causado furor en días recientes en las redes, de un supuesto memorándum de la Secretaría de Educación del Estado de Coahuila –de cuya autenticidad no hay razones para dudar– fechado el 11 de agosto y que da indicaciones a los directores de escuelas primarias, “por instrucciones del Secretario de Educación Jesús Juan Ochoa Galindo”, con motivo del eclipse parcial de sol, para que mañana lunes 21 de agosto “instruyan a las y los maestros (sic) de grupo de los planteles educativos a permanecer en sus salones con todas las alumnas y los alumnos, no permitiendo por ningún motivo la salida a los patios escolares y al aire libre”.
“Las citadas medidas –continúa el memorándum– son con el objetivo primordial de evitar daños oculares permanentes al observar dicho fenómeno sin la precaución debida, así como prevenir riesgos innecesarios en las niñas y los niños”.
¿En serio? ¿“Riesgos innecesarios”? ¿Qué tal si, en vez de privar a los niños de una experiencia que pocas veces podrán repetir en su vida, la Secretaría de Educación de Coahuila hubiera tomado medidas pertinentes y oportunas para dotar a maestros y alumnos de la información y los medios para observar de manera segura y disfrutable el fenómeno? ¿Para convertir la ocasión en una vivencia fascinante que podría detonar su interés por entender por qué se produce un eclipse, y cómo lo sabemos, combatir el prejuicio de que la ciencia es aburrida e irrelevante y –quién sabe– quizá despertar una o dos vocaciones científicas? No estamos hablando de lentes especiales o vidrios de soldador: basta con papel y una caja de zapatos, y muchos otros métodos indirectos que están a la distancia de una búsqueda en Google, para poder lograrlo sin gastar un peso.
En Nuevo León hubo rumores de una prohibición similar, que fueron ya desmentidos por el gobierno estatal. En Guanajuato, las autoridades educativas fueron más allá y emitieron un comunicado público dirigido a los maestros que dice: “si tus alumnas y alumnos desean satisfacer su curiosidad científica, aliéntalos a hacerlo de la manera más segura, ya sea usando lentes especiales o algún proyector, y promueve que no observen al sol en ningún momento” (énfasis del original). ¡Qué diferencia!
Muchas organizaciones de astrónomos aficionados, incluyendo a la Sociedad Astronómica de México, e instituciones educativas como la UNAM y muchas otras, han puesto ya a disposición del público –de manera quizá un poco tardía– la información necesaria para realizar observaciones seguras, además de organizar eventos de observación donde se podrá disfrutar el fenómeno.
La construcción de una cultura científica en nuestros ciudadanos comienza con la posibilidad de disfrutar experiencias que detonen el asombro. Por el contrario, hechos como el ocurrido en Coahuila sólo sabotean los esfuerzos por construir una cultura científica en nuestra población, refuerzan los prejuicios y fomentan las supersticiones y desconfianza frente a fenómenos naturales como el eclipse. Y, en última instancia, van justo en contra lo que deberían ser los objetivos de una Secretaría de Educación. ¡Qué vergüenza!
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