Martín Bonfil Olivera
Hace unos días asistí al simposio anual sobre la democracia que organiza la Kent State University, de Kent, Ohio. El tema fueron las relaciones entre ciencia y religión en una sociedad democrática.
El simposio conmemora los hechos ocurridos el 4 de mayo de 1970, cuando 4 estudiantes murieron asesinados por miembros de la Guardia Nacional estadounidense (la misma que patrullará la frontera con México), en medio de fuertes disturbios en protesta contra la guerra de Vietnam. Para convertir esa amarga experiencia en algo positivo, la universidad creó un Centro para el Manejo de Conflictos y el Simposio sobre Democracia, con el lema “Indagar, aprender, reflexionar”.
Y precisamente la reflexión sobre las relaciones entre ciencia y religión es urgente en la sociedad estadounidense, que enfrenta fuertes discusiones respecto a la educación científica. El intento de grupos fundamentalistas religiosos por imponer ideas creacionistas en las clases de biología, y descalificar la enseñanza de la teoría de la evolución por selección natural (columna vertebral de toda la biología) es el mejor ejemplo.
Durante el simposio se discutieron los problemas que surgen cuando el respeto que toda sociedad democrática debe garantizar a las creencias, valores y formas de comportamiento individuales o colectivas entra en conflicto con la convicción, también profundamente democrática, de que todo individuo debe recibir la mejor educación posible, incluyendo el conocimiento científico actualmente aceptado, sin importar si éste contradice creencias religiosas o de otro tipo.
En nuestro país el creacionismo no es problema, pero la enseñanza básica no está exenta de disputas. El artículo 3º constitucional expresamente excluye la religión de la enseñanza oficial, y exige la inclusión de la ciencia. Esto es resultado de nuestra historia, especialmente de la guerra de reforma y el conflicto cristero, en los dos siglos pasados. No es casual que la ciencia haya quedado incluida en la Constitución y la religión no; la primera ha demostrado ser parte del bagaje cultural con el que todo ciudadano debe contar para ser plenamente libre, mientras que la segunda, sin disminuir su importancia, ha mostrado encajar mejor en la esfera de lo privado.
Son temas que se siguen discutiendo, sin duda. Será interesante ver qué rumbo toma la política educativa en el próximo sexenio.
comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx
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