miércoles, 24 de mayo de 2006

Darwin, al museo

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario

La educación es un arma poderosa. Por eso las luchas religiosas, que antes solían resolverse mediante conflictos armados, hoy se dan en el ámbito educativo.

En México, la Guerra de Reforma (1857-1861) y la Cristera (1926-1929) son buenos ejemplos de que religión y política no conviven tan armoniosamente como a veces se cree. Las limitaciones constitucionales a las libertades políticas de los religiosos en México –que se han ido eliminando desde 1993, en el sexenio de Carlos Salinas– tenían pues justificación histórica: impedir que volviera a haber conflictos armados debido a la religión.

Pero hoy la lucha por promover el pensamiento y los valores religiosos se da en la escuela. Aquello que queda plasmado en los libros de texto gratuitos, leídos por todos los estudiantes de primaria de la nación, pasa a formar parte de la cultura compartida por todos los mexicanos. Por eso nunca cesan las disputas sobre el contenido de estos textos.

Nuestros vecinos del norte afrontan problemas equivalentes, aunque distintos. Allá el tema es la inclusión de visiones religiosas disfrazadas de ciencia en las clases de biología (el “diseño inteligente”) y la lucha por descalificar la biología darwinista como “sólo una teoría más”.

Ante ello, el Museo Estadunidense de Historia Natural, en Nueva York, armó una magna exposición –que pude visitar recientemente– titulada simplemente “Darwin”.La exposición presenta la vida de este naturalista: su formación, el largo viaje que realizó alrededor del mundo en el barco Beagle (1831-1836), su posterior retiro a una apacible casa en el pueblo de Down, su muerte en 1881 (¡todo acompañado de pertenencias originales de Darwin!). Y a la vez muestra la génesis de su obra –vida y obra que se entrelazan– y cómo la publicación en 1959 de El origen de las especies no es resultado de la simple ocurrencia de un individuo, sino de toda una vida de observación, recolección y estudio de especímenes, planteamiento de preguntas y reflexión profunda en busca de respuestas.

Lejos de ser “sólo teorías”, la ciencia se basa en evidencia comprobable, y por ello es útil para la sociedad. Y por ello ha merecido un sitio en la enseñanza pública. La exposición sobre Darwin es muestra de que el pueblo estadunidense tiene claro que sus estudiantes merecen conocer la mejor ciencia posible. ¿Tendrán nuestras autoridades educativas las cosas igual de claras?

mbonfil@servidor.unam.mx

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