Milenio Diario
22 de noviembre de 2006
La semana pasada murió Milton Friedman, el llamado gurú del neoliberalismo económico, que en 1976 recibió el Premio Nobel de Economía (o, más propiamente, de “ciencias económicas”).
Las ciencias son nuestras fuentes más confiables de conocimiento, si no totalmente objetivo, al menos preciso y confiable, sobre la naturaleza. Leyes como las que nos revela la física no dependen de que nos guste o no que las cosas sean así. ¿Qué tan científica, en este sentido, es la economía?
Entre las mismas ciencias naturales la exactitud y el poder de predicción varían. La física es la más exacta y predictiva. Y aunque lo logra gracias a que asume simplificaciones extraordinarias para formular sus modelos, lo cierto es que nos permite poner objetos en órbita o hacerlos aterrizar en astros lejanos con precisión milimétrica.
Con la química, las cosas comienzan a cambiar: los sistemas se vuelven mucho más complejos, y aunque la exactitud es alcanzable, el poder de predicción se reduce: hay que probar para ver qué pasa. Y peor con la biología: los sistemas vivos, en su increíble complejidad, resultan prácticamente imposibles no sólo de predecir, sino incluso de definir con alta precisión.
Las ciencias médicas –rama de las biológicas– no son ajenas a esta complejidad: por eso es tan difícil para un médico asegurar que un tratamiento será efectivo. Y sin embargo, seguimos confiando más en la medicina científica que en los curanderos o en la magia, y por muy buenas razones.
Pero la economía es otro asunto. No dudo que los estudios de los economistas sean rigurosos, pero las predicciones que logran normalmente dejan mucho que desear. (Por cierto, el de economía no es uno de los premios originales de Alfred Nobel: fue establecido en 1968 por el Banco de Suecia.)
Cuando leo a un columnista ex-perto en economía hablar de “la inmensa sabiduría del mercado”, o cuando leo (MILENIO Diario, 17 de noviembre) que las Confederaciones de Cámaras Industriales y Patronal buscan eliminar en nuestro país derechos laborales como el aguinaldo, las primas vacacionales y el reparto de utilidades con el pretexto de que “inhiben la inversión extranjera”, me pregunto si las teorías de Keynes, hoy tan criticado, eran realmente menos “correctas”, o si debemos aceptar el actual neoliberalismo salvaje sólo porque resulta más “científico”, a pesar de los daños que cause al nivel de vida de los ciudadanos.
Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx
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