Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 14 de agosto de 2013
En los noventa internet servía para buscar información: páginas web, buscadores, enciclopedias, archivos. Pero la llamada red 2.0 implica interacción: de ser un consumidor más o menos pasivo, el usuario –internauta– pasó a tener participación activa no sólo en la búsqueda de información, sino en su discusión, crítica y distribución.
A través de comentarios en blogs, “me gusta” (likes) en Facebook o retuits en Twitter va evaluando, seleccionando y recomendando –positiva o negativamente– la información. Hoy los lectores no sólo leemos y propagamos de boca en boca: influimos, a veces decisivamente, en cómo circula la información. Y ocasionalmente la convertimos en “viral”, logrando que se difunda como epidemia por todo el ciberespacio, infectando millones de cerebros en todo el mundo.
En un comentario publicado en enero en la revista Science, los investigadores Dominique Brossard y Dietram Scheufele, de la Universidad de Wisconsin, discuten algunos de los retos que la era de las redes sociales presenta para la divulgación científica: la manera en que la ciencia se presenta ante el gran público, y que influye fuertemente en la imagen que una sociedad tiene de ella… y en el apoyo que le da.
El periodismo científico, dicen Brossard y Scheufele, ha visto menguar sus espacios: ante la crisis de los medios informativos, causada por internet, muchos diarios y noticiarios han reducido o eliminado sus secciones de ciencia. Estos espacios han sido sustituidos por blogs (ya sea para público familiarizado con la ciencia –blogs de aficionados o “entendidos”– o para público general), grupos de Facebook o cuentas de Twitter, que no siempre tienen los estándares de las secciones de ciencia de medios profesionales.
Otro problema es que la manera en que la gente accede hoy a esa información, a diferencia del internet 1.0, en que se hacía “navegando” más o menos azarosamente o mediante buscadores simples como Altavista o Yahoo, es a través de Google, que mediante un complejo algoritmo “decide” qué información es más relevante para el usuario que hace una búsqueda. Se corre así el riesgo de privilegiar sólo cierta información, la que Google considera más importante, dejando el resto fuera de la vista de los usuarios.
Pero quizá lo más importante es que el contexto en que la información aparece en las redes sociales puede alterar dramáticamente cómo es interpretada por los lectores. Los autores citan un estudio en que un mismo texto (sobre los posibles riesgos de la nanotecnología) se presentó a dos audiencias distintas: en un caso, los comentarios que acompañaban al texto eran amables y civilizados; en el otro, agresivos y polarizados (incluso con insultos). El segundo grupo de lectores tendió a adoptar, asimismo, una visión mucho más polarizada del tema. “En otras palabras –escriben Brossard y Scheufele–, basta con el tono de los comentarios que acompañan a un texto balanceado sobre ciencia en un ambiente web 2.0 para alterar significativamente la opinión de las audiencias sobre la [nano]tecnología misma”.
En la página web Materia, el periodista Javier Salas comenta sobre el texto de Science, y señala que además de los problemas mencionados, hay que tomar en cuenta que en internet muchas veces el ruido suele tener más lectores que el discurso científico atinado; que la brevedad de tuits y comentarios en Facebook aumentan la posibilidad de distorsionar la información, y que muchas veces se corre el riesgo de acabar hablando sólo para los ya convencidos, pues quienes no gustan de la ciencia no suelen leer blogs, ni seguir páginas de Facebook o cuentas de Twitter, dedicados a ella.
Brossard y Scheufele concluyen señalando que urge más investigación sobre la comunicación pública de la ciencia en la red 2.0. De otro modo, debido a la poca habilidad de científicos y divulgadores para usar adecuada y eficazmente estas nuevas herramientas, la percepción pública de la ciencia y la cultura científica de los ciudadanos pueden salir perjudicadas.
No puedo sino estar de acuerdo.
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4 comentarios:
En general, la web 2.0 nos llegó de golpe a todos los que empezamos a trabajar antes de 1995. En algún momento habíamos unos pocos locos en 2.0, luego llegaron los cuerdos y lo echaron todo a perder.
Que el desarrollo científico-técnico surgido en Europa y luego expandido por todo el mundo en estos dos últimos siglos ha sido fabuloso y cambió la historia de la humanidad de una manera sin precedentes, es incontrastable. Los cimientos intelectuales de ese cambio -la moderna ciencia matemática que se mueve por conceptos- llegaron para quedarse, y su impronta en la cultura humana ya no puede tener retrocesos. En esa línea, entonces, son pensables descubrimientos, inventos e innovaciones sin un límite preciso.
Pero, despejemos rápidamente un espejismo: cuando hablamos de un desarrollo casi sin límites de la revolución científico-técnica moderna, debemos tener muy claro dos cosas: a) que la misma está al servicio de la gran industria, del gran capital, y b) justamente por lo anterior, sus beneficios no llegan a la totalidad de los seres humanos. Por el contrario, si bien la potencialidad de la acción humana hoy por hoy podría resolver de cuajo problemas que aún continúan siendo endémicos (el hambre, muchas enfermedades, el trabajo forzado, muchas formas de los miedos más primitivos), la realidad nos confronta con que los avances de las ciencias no se reparten con equidad.
Hablando de espejismos, entonces, cuando mencionamos el desarrollo de la tecnología moderna, no olvidemos que una cuarta parte de la humanidad no dispone de energía eléctrica, y un 20% no tiene acceso a servicios de agua potable. Ni mencionemos ya que las dos primeras causas de muerte, pese a la diosa-ciencia, siguen siendo el hambre y las diarreas. Y la tercera causa es la violencia (dos muertos por minutos a nivel mundial por un arma de fuego, lo cual lleva a preguntar entonces por el sentido del desarrollo tecnológico: ¿sirve para matarnos?, ¿para perpetuar injusticias que nos matan?)
Se habla hoy con insistencia de la "era de las comunicaciones", pero ante ello no debe dejar de recordarse que un tercio de la población del planeta está a no menos de una hora de marcha del teléfono más próximo; y el Internet apenas si lo usan un 10% de los habitantes del orbe.
Los seres humanos vivimos de espejismos, de ensoñaciones. Y la ciencia lo sabe. En los albores de la psicología social, a principios del Siglo XX, ya Gustave Le Bon lo anticipaba: "La masa no tiene conciencia de sus actos; quedan abolidas ciertas facultades y puede ser llevada a un grado extremo de exaltación. La multitud es extremadamente influenciable y crédula, y carece de sentido crítico". Y todo el desarrollo de distintas ciencias sociales no hizo sino corroborar y ampliar ese saber posteriormente; la sociología, la semiótica, la psicología de la comunicación, lo saben y lo enseñan con claridad meridiana. Pero más aún lo saben los factores de poder. Si no, no sería posible el auge impresionante y siempre creciente de los medios de comunicación de masas, uno de los grandes y más notorios símbolos de la explosión científico-técnica del siglo XX, siempre al servicio de los poderes opresores: "En la sociedad tecnotrónica el rumbo lo marca la suma de apoyo individual de millones de ciudadanos incoordinados, que caen fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotarán de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón" (Zbigniew Brzezinsky, asesor presidencial de James Carter e ideólogo ultra conservador, mentor de los tristemente célebres Documentos de Santa Fe).
Así que, el tratar de divulgar la ciencia y la tecnología a la mayoría es un trabajo arduo y difícil, pero de acuerdo a las líneas arriba citadas, ¿realmente estamos tratando de difundir la ciencia y tecnología o solo estamos siendo sucedáneos de la publicidad del sistema capitalista voraz que solo nos muestra “cosas” que nunca alcanzaremos a obtener?, esa es la gran pregunta..
Ser parte de la enorme corriente que lleva la humanidad, y aun asi, conservar una digna individualidad, de acuerdo, ese si que es un reto.
En un comentario mucho mas sencillo y de mucho menos alcance, ya en su momento le dedia al Tocayo algo que el retoma: la brevedad de 140 caracteres puede inducir a errores de comunicacion. Yo lo diria asi: si vale la pena decir algo, no deberiamos estar limitados por el numero de teclazos para: fundamentar la idea, motivarla, proyectarla y tal vez anticipar alguna proyeccion. Si la idea es buena y vale la pena, tendria que tener su espacio necesario... si tiene un "corsé" limitandola, opino que con frecuencia sera no una idea, sino un manifiesto: solo la conclusion de esa idea. Y tendra tono absoluto, irrevocable y no sujeto a otra vision...
La sujeccion del tuiter a 140 teclazos, hace, provoca que las ideas choquen, que inicien pleitos... violentos los muchachos, y se gruñen...
Interesante e inacabable tema este de la comunicacion en la actual internet.
Muy productiva la información que nos compartes es todo un gusto haberte visitado.
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