Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 21 de octubre de 2015
Por fin pude ir a ver la magnífica cinta El marciano (The martian, del gran director Ridley Scott, desastrosamente traducida como “Misión rescate” para su exhibición en México). Como expresé en Twitter, mi opinión es que se trata de “Un hermoso himno al poder de la ciencia y la tecnología”. La disfruté enormemente.
Sin embargo, han surgido, como inevitablemente ocurre cada vez que se estrena una película exitosa de ciencia ficción, críticas a la ciencia presentada en la cinta. Espero que usted ya la haya visto, para poder comentarla aquí sin venderle trama.
Uno de los principales reproches es que la tormenta de arena que ocurre en Marte, y que desata toda la acción de la película, sería… imposible. La atmósfera marciana es unas 100 veces más tenue que la terrestre, por lo que aún los vientos más intensos serían una simple brisa comparados con los terrestres. (Pero bueno: ¿qué sería de las artes escénicas y la narrativa de ficción si renunciamos a la necesaria suspensión de la incredulidad?)
Hay otros errores menos importantes, porque la trama no depende mayormente de ellos, como la gravedad marciana. El diámetro de Marte es sólo un 53% del de la Tierra, y su masa es sólo un 10% de la de ésta. Como consecuencia, su gravedad es sólo un 38% de la terrestre: el astronauta Mark Watney, personificado por Matt Damon en una actuación ampliamente reconocida como brillante, no hubiera podido caminar normalmente, como se muestra en la cinta, sino a saltitos, como los astronautas que pisaron la Luna.
También se ha comentado que las exclusas de aire reales son mucho más complicadas que las que aparecen; que para obtener agua hay métodos más sencillos (como simplemente excavar, ahora que se sabe que en Marte existe agua subterránea), y otros detalles similares.
Por otra parte, los críticos científicos han señalado muchos aciertos, principalmente la notable recreación del paisaje marciano, la factibilidad de cultivar papas en el regolito marciano (como se denomina a la capa de material suelto que cubre la roca dura del suelo de Marte y otros astros como la Luna); lo correcto aunque excesivamente vistoso de los trajes espaciales, o la manera realista en que se muestran las discusiones y el modo de trabajar del personal de la NASA.
Pero yo creo que la principal virtud de la cinta –y de la novela de Andy Weir en que se basa, aunque no la he leído– es que muestra que la ciencia bien aplicada funciona. Sirve para resolver problemas y da resultados.
En este sentido, El marciano es una película que habla a favor de la ciencia y la tecnología como herramientas de supervivencia para la humanidad. No por algo la frase I'm gonna have to science the shit out of this, que yo traduciría libremente como “voy a tener que usar la ciencia para resolver esta mierda”, se ha convertido en el mensaje clave de la película.
El marciano nos recuerda, como ya antes lo hicieron películas como Apolo 13 y novelas como Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, o La isla misteriosa, de Julio Verne, que el conocimiento científico y técnico es lo que ha separado a la raza humana de los demás animales, y la herramienta que nos ha permitido sobrevivir. Sólo usándola podremos perdurar como especie.
Cierto: la cinta tiene también un aspecto de “película positiva” que puede verse como frívolo. Peca de optimista (claro: es cine comercial). Incluso puede verse como parte de una campaña publicitaria de la NASA para, a través de una mejor imagen pública, y del apoyo que ésta conlleva, conseguir más fondos, ante las constantes amenazas de recortes por parte del gobierno estadounidense. Lo cual me parece perfecto.
Pero más que nada, en mi opinión la cinta puede leerse como un magnífico ejemplo de divulgación científica en forma narrativa: un relato fascinante que nos mantiene pegados a la butaca y que al mismo tiempo nos muestra cómo el conocimiento científico y tecnológico puede salvar nuestra vida. Coincido con Jim Erickson, del laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA, entrevistado en Tech Insider, en que la cinta –y la novela– “nos dicen que tener a alguien en Marte no es ciencia ficción, sino algo alcanzable. Sólo tenemos que hacerlo”.
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4 comentarios:
Respecto al título, está esto, entre cuento y ensayo, que escribió Guillermo Sheridan, y que aparece en su recopilación "Lugar A Dudas":
Debe existir en México, en algún barrio sombrío, en algún cuarto piso de un edificio construido en los cincuenta, una oficina taciturna. (...)
Sobre dos escritorios arcaicos H. Steele y Compañía hay fotonovelas rosas, oficios amarillentos, tazas despostilladas, clips oxidados, lápices mochos. Entre ellos, está el librero derruido donde yacen diccionarios de una decena de lenguas modernas. Varias moscas revolotean estúpidamente en círculos, ofreciéndole sus respetos a un foco cochambroso.
Bueno, lo que yo creo es que a esta oficina asisten regularmente, desde hace décadas, un par de empleados calvos: Menchaca y Camacho. Llegan a las diez, se colocan con esmero una visera en la frente y ligas en los morcillos, miran los tinacos un rato y esperan. De pronto, entra un chícharo y les entrega un oficio cuya copia firman de recibido.
El oficio dice: “C. Menchaca: favor de poner a la brevedad nombre en español a la producción británica titulada Hamlet, cuya sinopsis se anexa, para su futura exhibición nacional. Atte.” Los hombres leen el oficio varias veces. Luego se ponen a consultar el diccionario inglés-español durante un par de horas.
-Ham-let... ¡«El jamón dejado»!
Los dos hombres se quedan viendo. No hay en todo su rostro ni gota de expresión. Vuelven a mirar el diccionario. Deciden leer la sinopsis. Con un lápiz rojo, van marcando las palabras clave (asesina, muere, ama, ambiciona, etcétera).
-¿«Pasiones brumosas»?
-No... ¿«Brumas de pasión»?
Silencio prolongado. Una mosca deja de volar y cae muerta al suelo con un diminuto estrépito. Los hombres ven el reloj. Se levantan y salen. Regresan con un paquete. Se comen una torta de pierna y se beben un Lulú colorado. Vuelven a leer la sinopsis.
-¿«Aristócratas vengativos»?
-¿«El castillo del odio»?
-¿«Amor a la danesa»?
-¿«Almas podridas»?
La deliberación se prolonga por tres horas. La tarde se acomoda entre los tinacos y los calzones. De pronto Camacho grita:
-¡Lo tengo! ¡Lo tengo!
Un mes más tarde se estrena en el cine Bucareli Un príncipe en apuros.
Cuando se sienten rebasados por el problema, acuden a varios conceptos salvadores que constituyen una especie de canon del traductor de títulos de películas en México. El primero es «apuros». Este concepto puede abarcarlo materialmente todo porque el apuro es lo que en teoría literaria se llama la trama. Como las películas (a menos que sean francesas) suelen contener una situación dramática que debe resolverse, lo de apuros funciona muy bien. También al espectador le funciona: «apuros» garantiza que hay trama. Todos quedan satisfechos. Así, el Titanic es «Un barco en apuros» mientras que «Un puente en apuros» será el del río Kwai. (Una variante para esta solución es «enredos». Si es una película sobre un terremoto se le pone «Los enredos de un subsuelo».)
Genial Sheridan...!!!
Apestosas "traducciones "...!
Genial Sheridan...!!!
Apestosas "traducciones "...!
Buena película... aunque termine siendo una hazaña más de los norteamericanos.
A ver si un día alguien escribe "Terrícola, ¡vete a casa!" en respuesta a "Marciano ¡vete a casa!" (comedia de CF muy buena).
https://es.wikipedia.org/wiki/Marciano,_vete_a_casa
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