Milenio Diario
La ciencia por gusto
Martín Bonfil Olivera
La semana pasada afirmé que "si la racionalidad juega un papel central en la ciencia, también debe jugarlo en la democracia". En teoría, las decisiones de los ciudadanos deberían tomarse racionalmente, con base en información confiable sobre los candidatos y sus propuestas.
Pero no es así. Cada vez más, en todo el mundo, las campañas electorales son, en vez de propuestas argumentadas en forma racional, sangrientas competencias publicitarias que manipulan las emociones de los electores. Es al profundo y antiguo cerebro reptiliano, que gobierna instintos y emociones, al que se dirigen las campañas, y no a la evolucionada corteza de primates que nos hace humanos.
El escéptico profesional Michael Shermer comenta, en su columna en Scientific American, una interesante investigación llevada a cabo por el psicólogo Drew Westen, de la Universidad Emory, en Atlanta, en que explora cómo maneja el cerebro las preferencias electorales.
Westen mostró a sujetos demócratas o republicanos citas en que los candidatos a presidente en 2004, John Kerry o George Bush, se contradecían flagrantemente. Los demócratas tendieron a minimizar las contradicciones de Kerry, mientras que las de Bush les parecían imperdonables; lo contrario ocurrió con los republicanos. El cerebro de los sujetos fue monitoreado con resonancia magnética funcional. Resultó que las áreas asociadas con la racionalidad (corteza prefrontal) permanecían inactivas, y las que se activaban eran las asociadas con las emociones (amígdala y giro cingulado). Al parecer, son efectivamente las emociones las que controlan nuestras preferencias electorales. Pero no tiene que ser así.
Algo similar ocurre en ciencia: las emociones tienden a hacer que los investigadores prefieran los resultados que apoyan sus teorías favoritas y desprecien los que las contradicen. Sin embargo, mediante la discusión abierta y comunitaria (verdadera inteligencia colectiva) y la crítica fundamentada, la comunidad científica supera sus sesgos emocionales y toma decisiones racionales.
No estaría mal, opina Shermer, que la política adoptara algunos de los mecanismos de la ciencia para intentar que la racionalidad predomine sobre las emociones. Quizá si esto ocurriera, una campaña basada en el miedo no hubiera tenido el éxito que, tristemente, parece haber tenido en nuestro pobre país.
Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx
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