Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
9 de mayo de 2019
A Carolina Santillán y Edilberto Peña. ¡Gracias!
No sólo ahí, claro. También en varias otras ciudades del país, como Guadalajara, San Luis Potosí, Cuernavaca, Morelia, Irapuato, Puebla y Xalapa. Y asimismo en numerosas ciudades de los Estados Unidos y del mundo. Unas 100 en todo el planeta.
Si bien la marcha se originó hace dos años en Estados Unidos como una respuesta a las políticas anticientíficas de Donald Trump –que hacen ver a George W. Bush como un culto mecenas de la ciencia–, se convirtió inmediatamente en un movimiento mundial.
Cada país y cada región, además defender las causas comunes –el valor intrínseco y práctico de la investigación científica y tecnológica, su papel indispensable para el desarrollo y bienestar de las naciones y sus ciudadanos, la necesidad de una inversión y apoyo suficiente en esas áreas, el combate a creencias dañinas y carentes de fundamento científico como el negacionismo del cambio climático o el movimiento antivacunas– le añade también su sabor local, promoviendo causas particulares a sus circunstancias.
En la Ciudad de México, este año, marchamos unas mil 500 personas, en un ambiente festivo, relajado y, por fortuna, relativamente poco politizado (las estimaciones varían entre 700 y 5,000, y se complican porque la cantidad de gente también variaba dependiendo de la hora en que contara). Menos que el primer año; más que el año pasado.
Pero por supuesto, los complicados momentos que vivimos en México, en lo político, lo económico y lo ideológico, motivaron a diversos grupos e individuos a llevar pancartas y consignas mucho más específicas a la realidad nacional.
Algunos para oponerse abiertamente a los recortes en el presupuesto público en ciencia y tecnología, producto de una política de “austeridad republicana” (sigo preguntándome que significado puede tener, en este contexto, el innecesario adjetivo), que no tendría que hacer en el campo de la ciencia y la tecnología, siempre tan castigado, y que contradice las promesas del presidente López Obrador en campaña.
Otros para protestar contra puntos específicos de las políticas impuestas por la actual dirección general del Conacyt, que van desde cambiarle el nombre añadiéndole una H –“¿Chonacyt?”, se pregunta en tuiter, socarronamente, la astrónoma Julieta Fierro– “para incluir a las humanidades” –que siempre han estado incluidas–, hasta cancelar programas exitosos o importantísimos, escatimar fondos para apoyar a instituciones vitales en el sistema científico-tecnológico y su relación con la sociedad (Academia Mexicana de Ciencias, sociedades científicas…) o la pretensión de incluir el llamado “conocimiento tradicional de los pueblos” como parte de la esfera de acción del Conacyt, que por definición es la ciencia.
Otros más, para pedir más apoyo a instituciones de formación o investigación científica, como la Universidad Autónoma Metropolitana (en ese momento todavía en huelga), los Institutos Nacionales de Salud y Hospitales de Alta Especialidad (cuyos investigadores están contratados como burócratas, no como académicos, y que en conjunto ocupan el segundo lugar en producción científica – artículos científicos en revistas internacionales arbitradas– en México, sólo detrás de la propia UNAM), los Centros de Investigación Conacyt y otros.
En la marcha estuvieron investigadores destacados de la talla del biólogo evolutivo y especialista en origen de la vida Antonio Lazcano; el físico Gerardo Herrera Corral, líder del equipo mexicano que participa en el Gran Colisionador de Hadrones del CERN Europeo (quien, por cierto, cargó durante la marcha un grueso y simbólico libro: Física cuántica)toda ; el ecólogo Rodrigo Medellín, famoso, además de su investigación, por su activismo a favor de murciélagos y jaguares, entre otras especies amenazadas; el notable especialista en comportamiento animal Hugh Drummond; la doctora Ana Flisser, experta en cisticercosis; Ana Sofía Varela, joven doctora en química galardonada por la UNESCO, y otros más. Además, por supuesto, de muchos otros investigadores, trabajadores y profesores científicos, además de entusiastas estudiantes de licenciatura y posgrado en ciencias naturales, sociales y médicas.
Y también periodistas científicos y comunicadores de la ciencia, como quien escribe y como Antimio Cruz, quien en su lúcido relato en el periódico Crónica menciona cómo se reunieron grupos provenientes de la propia UAM, la UNAM, el IPN, el Cinvestav, los ya mencionados Institutos Nacionales de Salud, el INAH, el Instituto Mexicano de Tecnología del Agua, el de Investigaciones Nucleares y el de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias, entre otros, así como estudiantes de universidades privadas como la del Valle de México y la Iberoamericana, e incluso un pequeño pero chispeante contingente de científicos gays. Y entre todos corearon goyas, huélums, y consignas como “¡Más posgrados, menos diputados!”, “¡Más doctores, menos senadores!”, “¡Ciencia sí, recortes no! ¡Becas sí, recortes no!”, y “¡México, escucha, la ciencia está en la lucha””
El contingente de la marcha fue relativamente pequeño. Pero, insisto, mayor que el del año pasado. Y aunque quedó opacado, al llegar al Zócalo, al confluir con la salida de la marcha en defensa de la despenalización de la mariguana, mucho más nutrida, y sobre todo por la marcha del día siguiente contra las políticas del actual gobierno (la fecha de la Marcha por la Ciencia fue decidida internacionalmente, y es la misma para todas las ciudades), no cabe duda de que esta tercera marcha refrenda un hecho claro. En México ya existe una porción de la población que está consciente de la importancia que la ciencia y la tecnología tienen para la vida y bienestar de los individuos, las familias, las naciones y el planeta. Y están dispuestos a defenderlas y exigir un mayor apoyo para ellas, más allá de ideologías, simulaciones y recortes.
Y eso, pese a todo, da esperanza.
Un regreso y una explicación
Desde septiembre de 2018, “La ciencia por gusto” dejó de publicarse en Milenio Diario, luego de 15 años ininterrumpidos.
Dicha salida que obedeció, ciertamente, a la crisis editorial, que finalmente llegó a México, y al sabido hecho de que, en revistas periódicos y noticiarios, lo primero que se recorta es la ciencia. Pero también, aparentemente, a que, en su “reestructuración”, Milenio decidió prescindir preferentemente de columnistas críticos con el nuevo régimen político.
En mi última publicación en ese diario, anuncié mi intención de continuar publicando semanalmente esta columna en el blog del mismo nombre. Promesa que cumplí puntualmente, aunque con retraso, durante exactamente… dos semanas. Luego la vida, mi natural tendencia a postergar patológicamente y una depresión moderada le ganaron a mi poca fuerza de voluntad y mi honesto deseo de continuar.
Por ello, ofrezco una sincera disculpa a mis querid@s lectoras y lectores. Durante las aproximadamente 32 semanas transcurridas desde entonces, no ha habido un día en que no piense, con gran culpa, en retomar esta columna.
Dado que ayer, 8 de mayo, se cumplieron exactamente 16 años de que “La ciencia por gusto” comenzó a publicarse en Milenio (luego de haber comenzado, entre 1998 y 2000, en el diario Crónica). decidí que el regreso a la actividad no podía esperar ni un día más. Se lo debía a ustedes y me lo debía a mí.
Lamento haber tomado estas largas, injustificadas y definitivamente no planeadas vacaciones. Y prometo hacer todo lo posible para volver a estar aquí, sin falla, cada miércoles, semana con semana (en tanto busco otro espacio en un medio impreso). Gracias por su paciencia y por seguirme leyendo. Se los agradezco más de lo que imaginan.
Martín Bonfil Olivera
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