A Laura Lecuona, adorada editora y probable fan de ciencia ficción
La semana pasada apareció publicada en el periódico The Guardian una curiosa lista: 60 famosos científicos eligieron “Las diez mejores películas de ciencia ficción”.
La lista no resulta demasiado sorprendente. Está encabezada por Blade Runner, de Ridley Scott (1982), seguida por 2001, Odisea espacial, de Stanley Kubrick (1969), aunque mucha gente considera que el orden debió ser inverso.
El tercer lugar, extrañamente, lo ocupan La guerra de las galaxias y su segunda parte El imperio contraataca, de George Lucas (1977 y 1980), películas a las que muchos consideramos no de ciencia ficción, sino simplemente de aventuras.
Le siguen Alien, nuevamente de Ridley Scott (1979) y Solaris, de Andrei Tarkovsky (1972). El sexto lugar lo ocupan Terminator y su segunda parte T2: día del juicio, de James Cameron (1984 y 1991), seguidas de El día que la tierra se detuvo (también traducida como Ultimátum a la tierra), de Robert Wise (1951) y La guerra de los mundos, de Byron Haskin (1953).
Finalmente, el noveno y décimo lugares los ocupan Matrix, de Andy y Larry Wachowsky (1999) y Encuentros cercanos del tercer tipo, de Steven Spielberg (1977).
Con satisfacción me doy cuenta de que las he visto todas (algunas varias veces), excepto los filmes de Wise y Haskin, quizá porque ambos se estrenaron mucho antes de que yo naciera (soy de los que prefieren ver cine en el cine).
A propósito de la inclusión de La guerra de las galaxias en la lista, ya he comentado aquí por qué no creo que se trate de ciencia ficción (y no sólo yo: el mismo The Guardian comenta que los filmes de Lucas “entraron a la lista probablemente más por razones de nostalgia que de ciencia”). Simplemente, porque no sólo no contiene elementos científicos basados en lo que actualmente se conoce (más allá de postular un “hiperespacio” para explicar los viajes interestelares, o presentar robots), sino que además incluye elementos místicos, como la famosa “fuerza”, que nada tienen que ver con una visión científica del mundo.
Hace unos días una querida amiga me hizo notar que una película reciente, que mucho disfruté, puede también ser considerada como ciencia ficción, aunque no lo parezca. Se trata de la bella Eterno resplandor de la mente sin recuerdos, de Michel Gondry, con guión de ese genio llamado Charlie Kaufman y la controvertida actuación de Jim Carrey.
Más allá de lo fascinante del guión, en el que un científico ha descubierto la manera de borrar selectivamente los recuerdos dolorosos y lo ofrece a parejas separadas (¡quién no ha deseado, en algún momento de desamor, disponer de algo así!), y del mensaje cursilón del final, en el que el amor triunfa a pesar de todo, lo interesante de la cinta es que es perfectamente plausible.
En efecto: lo que hace el supuesto tratamiento es destruir selectivamente las neuronas (¿o serán las conexiones entre neuronas?) en las que están almacenados los recuerdos. Como dice el terapeuta, “estrictamente, se trata de daño cerebral”. Lo interesante es pensar lo que esto implica: nuestros recuerdos –y por extensión nuestras mentes y personalidades– no constan de nada más que del funcionamiento de nuestras células cerebrales y sus conexiones.
Esta visión contrasta con la idea más popular –y ciertamente más sencilla– de que el cerebro es sólo una especie de receptáculo que aloja a la mente (o alma, espíritu o como quiera usted llamarlo). Desgraciadamente, este punto de vista, conocido como dualismo, no sólo no explica nada (¿cómo funciona entonces la conciencia?), sino que requiere aceptar que existen entidades inmateriales, sobrenaturales, de las cuales nunca ha habido pruebas, y de cuya presencia nunca se ha necesitado hasta ahora en la investigación sobre el funcionamiento del cerebro y la mente.
Como toda buena ciencia ficción, Eterno resplandor... partiendo de lo que sabemos hoy, nos hace pensar acerca de los límites de nuestro conocimiento, y al mismo tiempo acerca de lo que somos... como toda buena ficción, finalmente no trata acerca de la ciencia, sino de seres humanos enfrentados a los panoramas que ésta nos revela.
Posdata: Curiosamente, The Guardian también hizo una encuesta entre científicos para elegir a los diez mejores autores de (libros de) ciencia ficción, sólo que esta lista, al parecer, no fue interesante para los medios.
De cualquier modo, para quien le interese, aquí van los diez nombres de estos autores seguidos del nombre de alguna de sus obras más conocidas. Cualquiera de ellas es garantía de calidad: Isaac Asimov (Fundación), John Wyndham (El día de los trífidos), Fred Hoyle (La nube negra), Philip K Dick (¿Sueñan los robots con ovejas eléctricas?, en la que se basó Blade runner), H. G. Wells (La guerra de los mundos, en la que se basó la película), Ursula K. Le Guin (La mano izquierda de la oscuridad), Arthur C. Clarke (autor de la novela 2001 Odisea espacial, luego de haber escrito con Kubrick el guión de la cinta), Ray Bradbury (Las crónicas marcianas), Frank Herbert (Dunas), y Stanislaw Lem (Solaris, novela en que se basó la cinta de Tarkovsky). Afortunadamente, de esta lista sólo me falta leer a Le Guin y a Hoyle (aunque ya compré La nube negra). ¡Provecho!
3 comentarios:
Oyeme y porqué no mencionaste en esta columna a Douglas Adams y La guía del autoestopista galáctico!!..¿No que eres fan de Dr. Who?..Je je.. Prox 25 de Mayo Dia de la toalla...¡¡Que no cunda el pánico!! jijiji..
P.D. El releer esta entrada me hizo sentir nostalgia. Sniff.
A mí también me agradó y se me hizo muy interesante Eterno Resplandor. De hecho el grupo de Sacktor y el de Lisman han comenzado a demostrar que la carencia de ciertas proteínas borran las memorias antes establecidas en regiones cerebrales específicas... ya no será ciencia ficción!
Qué vergüenza, debí mencionar a Adams, sólo que -aunque soy super fan de las novelas de Hitchhiker's, desde los 80, no había visto la película (no está mal, no está genial).
De Eterno Resplandor, pues no sé si algún día pueda hacerse realidad, porque aunque sí hay proteínas y cosas específicas, los recuerdos no parecen estar "almancenados" en ningún lugar específico, sino ser una propiedad del sistema, así que sin destruir al sistema, quizá no se puedan eliminar (si es así, sería como querer quitarle la "temperatura" al cerebro... no se puede, es parte estructural del mismo).
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