miércoles, 19 de octubre de 2005

Ciencia, seudociencia y el criterio de Heisenberg

Octubre 19, 2005

La ciencia por gusto - Martín Bonfil Olivera
Ciencia, seudociencia y el criterio de Heisenberg

La vida tiene curiosas contradicciones. Una la viví en el 14o Congreso Nacional de Divulgación de la Ciencia y la Técnica, que se llevó a cabo la semana pasada en Morelia, Michoacán. En el local destinado al congreso nos reunimos decenas de comunicadores de la ciencia del país y de varias naciones iberoamericanas a discutir las mejores maneras de llevar a cabo nuestra labor: poner el conocimiento y la cultura científica al alcance del público. Y al mismo tiempo, en el teatro de al lado, se presentaba el notorio experto en ovnis Jaime Maussan con una conferencia titulada “La profecía” (“los mayas lo sabían, los tiempos se están cumpliendo, tú serás testigo”).El contraste era curioso precisamente porque en el Congreso de Divulgación se estuvieron discutiendo lo problemas de cómo promover el pensamiento científico en contra de seudociencias y charlatanerías que abusan de la credibilidad del público para despojarlo de su dinero (y muchas veces de su salud).El contraste, aunque curioso, no es demasiado sorprendente: basta hojear cualquier diario para encontrar, junto a la sección de ciencia -si es que existe-, una página dedicada a los horóscopos. Pero, como también se discutió en el congreso, ¿qué tanto derecho tenemos los comunicadores de la ciencia a descalificar a otras formas de conocimiento distintas de la ciencia?Depende de dos cosas: de cómo se presenten y de qué digan. Ideas como las de Maussan, o las de Walter Mercado, o las de los expertos en niños índigo? podrían quizá ser aceptables como mero entretenimiento, aún a pesar de que no existe evidencia confiable de que existan los visitantes extraterrestres, las predicciones astrológicas ni los niños índigo.Pero en el momento que se presentan como opciones científicamente válidas -como ciencia- se convierten en fraudes. Y más si tomamos en cuenta que invariablemente quienes las promueven lo hacen cobrando una cuota, algo que inmediatamente hace sospechar que se trata más de un negocio que de la promoción desinteresada de formas alternativas de conocimiento frente a la supuesta cerrazón de la comunidad científica. (Compárese, por ejemplo, la muy distinta y mucho menos mercantil actitud de quienes promueven la conservación de diversas tradiciones, de los auténticos ecologistas o de los promotores de la medicina autóctona.)¿Cómo distinguir entre la ciencia auténtica, que produce conocimiento confiable -y aplicable- acerca de la naturaleza, y sus imitadores fraudulentos? La respuesta quizá puede hallarse en una maravillosa obra de teatro que se presentó en los días previos al congreso de Morelia. Se trata de Copenhague, de Michael Frayin, que pudimos disfrutar en una excelente lectura dramatizada. Entre las muchas aristas que aborda esta obra maestra de teatro con tema científico, está el notorio pragmatismo de Werner Heisenberg, uno de los tres personajes y fundador de la mecánica cuántica.Discutiendo con Neils Bohr, su maestro y amigo, quien lo recriminaba por la a veces excesiva audacia con la que tomaba decisiones o saltaba a conclusiones científicas arriesgadas, Heisenberg se justificaba con un único argumento: “¡Funcionó!”.Y en efecto: más allá de todas las discusiones ideológicas o filosóficas que puedan tenerse acerca de la superioridad de la ciencia frente a otras formas de adquirir conocimiento, siempre queda de manifiesto el hecho de que, al aplicar el conocimiento científico, éste ¡funciona! Los aviones vuelan, las vacunas protegen, los antibióticos curan, los teléfonos celulares funcionan (bueno, no exageremos).El punto es que, por desagradable que parezca, este argumento pragmatista, práctico, es algo de lo que no pueden presumir muchas otras disciplinas que quisieran hacerse pasar como ciencias.Y es precisamente la utilidad práctica del conocimiento científico lo que muchas veces nos permite decidir cuándo una charlatanería puede ser no sólo deshonesta, sino lo suficientemente peligrosa como para oponerse activamente a ella. Hasta el momento, afortunadamente, las marañas conceptuales que vende Maussan no hacen mayor daño que despojar a su audiencia de su dinero y de su tiempo. Y quién sabe, ¡a lo mejor hasta puede resultar divertido escucharlo!
mbonfil@servidor.unam.mx

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