Milenio Diario, 21 de marzo de 2007
La discusión sobre la legalización del aborto ya está aquí. Pero algunos de sus puntos centrales a veces quedan sepultados ante una avalancha de datos, opiniones y frases incendiarias (Carlos Abascal hablando de una “ley de sangre”).
Y la esencia del debate es, precisamente, la idea de que existe una “esencia” de lo humano: que la cuestión de si un óvulo fecundado o un embrión de pocos días es o no una persona es algo tajante, que sólo admite como respuesta “sí” o “no”.
El papa Ratzinger lo ha expresado admirablemente, al declarar que la llamada “defensa de la vida” no es negociable. Y al descalificar, al mismo tiempo, lo que él llama el “relativismo moral” como un peligro para la humanidad.
Pero si algo nos ha enseñado la ciencia –y la filosofía, pues en este caso han caminado paralelamente– es precisamente que, al menos en el mundo natural, las esencias no existen.
Un veneno, por ejemplo, no es intrínsecamente venenoso, a menos que se especifique la dosis. A ciertas dosis, indiscutiblemente causará la muerte. Pero en dosis bajas será inofensivo (el famoso botox es ilustrativo: se trata de la toxina botulínica, el más potente veneno conocido, pero una cantidad suficientemente pequeña sólo paralizará los músculos faciales, eliminando las arrugas). Entonces, ¿es veneno o no es veneno? Depende. De la dosis, en este caso. Este “depende” es el famoso relativismo al que tanto teme el Vaticano.
Incluso un elemento químico, cuya naturaleza parece esencial e indiscutible (el oro es oro aquí y en China), pierde esta cualidad si lo analizamos a nivel subatómico: los electrones, neutrones y protones que conforman un átomo de oro no son electrones “de oro”, sino comunes y corrientes, indistinguibles de los de cualquier otro elemento.
Así que, ¿un embrión es un ser humano, o no? ¿Abortar es terminar una vida humana? Depende de qué estemos hablando, en qué contexto y con qué fines.
Antes de preferir la defensa intransigente de un principio abstracto de “esencia humana” a los derechos y el bienestar de una mujer embarazada que, por las razones que ella tenga, decide terminar con un embarazo temprano, habría al menos que abrir una discusión amplia, informada y que no admita falsas esencias sin sustento científico ni principios “no negociables”. Finalmente, de eso se trata la democracia, ¿no?
Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx
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