Publicado en Milenio Diario, 23 de julio de 2008
"La buena poesía está cerca de la ciencia. (…) La ciencia nos ayuda a sobrellevar el mundo", dijo ayer en este espacio, con sabiduría, Braulio Peralta.
Y la buena ciencia está —debe estar— cerca de la poesía, y de lo literario en general, podría añadirse. Después de todo, el mito de la objetividad científica es ya obsoleto, y la distinción entre la ficción sin trabas de la literatura y la verdad de la ciencia es, hoy lo sabemos, borrosa. La ficción tiene límites, reglas que obedecer; entre ellas, las de la verosimilitud. Y la ciencia, lejos de descubrir “verdades”, lo que hace es generar explicaciones y modelos confiables y útiles, pero que de algún modo son siempre narrativas en busca de dar sentido a lo que ocurre en la naturaleza.
Mucha de la buena literatura que habla de ciencia (clásicos como El sistema periódico, de Primo Levi, o Sueños de Einstein, de Alan Lightman) logra mostrar cómo el conocimiento científico y la visión del mundo que la ciencia ofrece se integran y forman parte de la cotidianeidad que todos vivimos. El amor, la muerte, la guerra, la familia, la vida, todo ello puede verse desde diversas perspectivas. La científica es una más, con sus propias particularidades; yo la encuentro especialmente disfrutable.
La fascinante y magistral novela Amor perdurable, de Ian McEwan, que acabo de leer (con 10 años de retraso), muestra la visión racional del mundo que tiene un escritor científico; cómo influye en su trabajo, matrimonio, amistades… Y cómo todo ello puede ser puesto a prueba, radicalmente, por el amor maniaco de un fanático religioso afectado por un síndrome mental. Ciencia y literatura.
Y sin embargo, tampoco hay que pensar que la ciencia es sólo otra forma más de inventar historias caprichosas: como lo demuestran las notas de Antimio Cruz y Arturo Barba ayer en MILENIO, los métodos rigurosos de la ciencia, diseñados para disminuir al mínimo la humana tendencia a la miopía conveniente y el autoengaño, pueden revelarnos hechos desagradables, pero importantes, por más que durante años hayamos tratado de negarlos.
En este caso, el costo real de la destrucción de manglares en nuestro país (que es de 37 mil dólares anuales por hectárea, en vez de los 11 mil pesos en que se había valuado anteriormente).
La buena ciencia es literatura. Pero literatura sometida a prueba. Y por ello confiable. A veces, incluso poética.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario