Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 13 de abril de 2011

¿Cuál de las dos noticias siguientes, querido lector o lectora, le parece más atractiva? ¿Cuál despierta en su corazón más curiosidad, más ansia de saber? Conteste con sinceridad: 1) “Cuenta la Universidad con el mayor banco de moscas para la ciencia”, o 2) “El FBI confirma la recuperación de 3 ovnis y nueve extraterrestres en 1950”.
Ya se estará usted imaginando que la segunda noticia es, por decir lo menos, poco confiable. Pero es cierto: recientemente la Agencia Federal de Investigaciones estadounidense (
FBI) puso a disposición del público, a través de un portal llamado “Vault” (bóveda), una
serie de documentos relacionados, entre muchísimos otros temas, con el llamado “
fenómeno ovni”. Entre ellos varios que muestran que, en efecto, el FBI registró o investigó algunos casos de avistamientos o choques de supuestos “platillos voladores”.
Por supuesto, los fanáticos de los platillos voladores están deleitados, y se han apresurado
a difundir como “pruebas” los documentos del FBI, afirmando incluso que éstos estaban antes “clasificados” (como secretos).
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El memorándum Hottel |
Nada más lejos de la verdad. Uno de los documentos más citados, el famoso “
memorándum Hottel”, nunca fue secreto, y además
su contenido es falso. Supuestamente, revela que a finales de los 40 se hallaron 3 platillos voladores que se estrellaron en Estados Unidos y que contenían cadáveres de extraterrestres. (“Eran descritos como de forma circular, con centros abombados de 50 pies de diámetro. Cada uno estaba ocupado por tres cuerpos de forma humana, pero de sólo tres pies de alto. Los individuos vestían ropa metálica de una textura muy fina. Cada cuerpo estaba vendado como los pilotos de pruebas.”)
El memorándum, lejos de dar por buena la historia, se limitaba a reportar lo dicho a un investigador del FBI, Guy Hottel, por un informante, quien a su vez lo había leído en un periódico, el cual reportaba lo dicho por Rudy Fick, un vendedor de carros usados, que lo había oído de dos tipos apellidados Van Horn y Murphy, que decían haberlo oído de alguien llamado Coulter, quien lo oyó de un tal Silas Newton.
Resultó que Van Horn y Murphy se dedicaban a vender varitas de
rabdomancia (supuestamente para hallar agua; charlatanería pura), e inventaron la historia del ovni estrellado para vender mejor su mercancía (“basada en tecnología extraterrestre”).
Puede que hace 60 años esta historia pudiera ser creíble; lo asombroso es que todavía hoy siga siendo tomada en serio como “prueba” por los medios de comunicación –aunque tengo que reconocer que en México pocos medios la tomaron en serio, sólo
Excélsior (“
De otro planeta: revela el FBI archivos sobre extraterrestres”, 11 de abril) y
Publimetro (“
El FBI reportó extraterrestres en 1957”, 10 de abril)… ¡Hay esperanza!
En cambio, la noticia del banco de moscas de la fruta (
Drosophila melanogaster) que posee el Instituto de Neurobiología de la UNAM, en Morelos, y que es una invaluable
herramienta de investigación biomédica, resulta mucho menos “sexy” para los medios… pero es, además de cierta, mucho más importante. (Como dijera
Carl Sagan en su indispensable libro
El mundo y sus demonios: “La seudociencia es más fácil de presentar al público que la ciencia”. )
El dilema del periodista científico es hallar el balance entre lo atractivo y lo importante, sin dejar de lado el rigor científico. Todavía sigue siendo un reto difícil de lograr, en México y en el mundo.
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