Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 25 de junio de 2014
La convivencia humana implica discusión. Y la discusión –entendida en su sentido legítimo de “intercambio de argumentos sobre un tema”, no el de “pelea”, como muchos tendemos a entenderla– es también una forma de razonamiento. Pero para que sea fructífera y no degenere, precisamente, en pelea, hay que distinguir los distintos tipos de temas sobre los que se puede discutir, y la manera, a veces tramposa, en que se discute sobre ellos.
Sin duda la discusión del momento es la que se ha dado sobre la palabra “puto”, empleada como insulto masivo contra jugadores del equipo contrario en los juegos de la Selección Mexicana en el Mundial de Futbol de Brasil (la putidiscusión, pues).
Las opiniones son encontradas: desde quien piensa que todo es una exageración ante una inofensiva y juguetona palabra que siempre se ha empleado, hasta quienes la consideramos un indeseable insulto de raíz indudablemente homofóbica que sólo expresa una agresión y una violencia que sería mejor combatir (sin que eso implique, aclaro y aclaramos todos los que hemos opinado de forma similar en las páginas de Milenio Diario, que estemos de acuerdo con la actuación y las decisiones de la FIFA).
Otra discusión acalorada, aunque menos pública, es la que se da entre quienes defendemos la vacunación infantil como medida de prevención de una variedad de enfermedades, y como una de las medidas terapéuticas con mayor éxito en la historia de la medicina mundial, y quienes, influidos por la desinformación seudocientífica que por desgracia circula ampliamente en internet, están convencidos de que las vacunas son inútiles o incluso dañinas, que causan autismo, que son “antinaturales” y otras tonterías, y por ello se niegan a vacunar a sus hijos, sin darse cuenta de que al hacerlo ponen en riesgo no sólo su salud, sino la de quienes los rodean y de toda la comunidad.
Una tercera discusión, larga y acalorada, es la que se ha dado en nuestro país sobre la siembra de maíz transgénico. Nuevamente, hay opiniones encontradas, datos confusos, acusaciones, y los expertos científicos de mayor prestigio no logran ponerse de acuerdo; más bien están muy polarizados.
Las tres son eso: discusiones. Y como tales, habrá que respetar a quien piense diferente, so pena de caer en una intolerancia dictatorial. Pero las tres tienen sus diferencias. En el caso de “puto”, se trata de meras opiniones. Algunas nos parecerán más convincentes que otras. No hay manera de demostrar científicamente, o de medir de manera objetiva e incontrovertible, que la palabra es un insulto que debe ser desterrado de los estadios, o bien un simple vocablo inofensivo. Podemos llegar a acuerdo sociales, pero nada más.
En cambio, en el debate sobre la vacunación no todas las opiniones tienen el mismo valor: se cuenta con datos confirmados, confiables e incontrovertibles de que las vacunas son seguras, eficaces y necesarias para el bienestar público. Un reciente estudio publicado en la revista médica Pediatrics (9 de junio) describe cómo se logró rastrear el origen de un brote epidémico de sarampión en 2011 en Minnesota, Estados Unidos, a un niño de origen somalí que no había sido vacunado y se infectó en un viaje a Kenia. A partir de él hubo 21 casos reportados de sarampión (aunque se calcula que unas 3 mil personas habrán estado expuestas al contagio, directa o indirectamente). De esos 21, 16 carecían de vacuna, 7 de ellos debido a que los padres desconfiaban de ella. Mas allá de toda discusión, no hay duda: dejar de vacunar a los niños es una irresponsabilidad.
Finalmente, el caso de los transgénicos es un ejemplo ideal de discusión en la que no bastan las opiniones: se necesita información científica confiable. Pero como aún no contamos con ella, se trata de un debate abierto. En este caso, quienes favorecen una postura pueden llegar a presentar datos imprecisos, sesgados o falsos. Algo así sucedió el pasado lunes en un suplemento sobre el tema publicado en el diario La Jornada, en el que se mencionan inexactitudes graves como que el consumo de maíz transgénico puede tener “impactos en la salud” como “ocasionar alergias o toxicidad”, “aparición de resistencia a antibióticos” o que las plantas “pueden producir nuevas toxinas”, además de dar como un hecho la existencia de plantas con la tecnología “terminator”, que producen semillas estériles, cuando ésta nunca fue aplicada fuera del laboratorio.
En fin, que si bien en algunas discusiones se puede defender cualquier opinión, en otras existe ya la información rigurosa que permite zanjarla. Pero si no existe, ¡no se vale inventarla!
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