Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 11 de junio de 2014
En un ensayo publicado en 2002 en la Antología de la Divulgación de la Ciencia en México (DGDC-UNAM), el doctor Marcelino Cereijido, prestigiado investigador argentino-mexicano y querido amigo, que además ejerce admirablemente la divulgación científica, describía el proceso por el que los descubrimientos científicos pasan del laboratorio a las revistas especializadas, y de ahí a la prensa general, como una “cascada divulgatoria”.
Ésta comienza con el resumen en los artículos especializados, en el que el descubrimiento reportado se reduce a un párrafo, pasando por los “artículos de revisión”, también especializados, en que un hallazgo se reduce a un renglón, hasta llegar a los libros de texto, donde se habla ya no de un descubrimiento específico, sino sólo del conocimiento general sobre el campo de estudio en cuestión, resumido todo quizá en una frase. Finalmente, los conceptos llegan hasta las revistas y medios para el gran público: la divulgación científica propiamente dicha.
Aunque no coincido del todo con su descripción –son más variadas y complejas las vías que llevan de la investigación a la divulgación–, Cereijido resalta acertadamente que esta “divulgación” progresiva va omitiendo más y más detalles técnicos, y “ganando” al mismo tiempo “en claridad y hermosura” (pues la ciencia, en su versión más precisa, que es la más técnica, sólo puede ser entendida por los pocos especialistas en la materia, y básicamente por nadie más: tal es el precio que pagan los investigadores de cada área por utilizar sus respectivos lenguajes técnicos, de extrema abstracción, precisión y densidad informativa, que facilitan y aceleran enormemente la comunicación con sus colegas).
En otras palabras, la divulgación científica transforma, al recrearlo, el contenido científico, generando una versión del mismo que es más atractiva y accesible para públicos amplios, pero que en el proceso pierde, inevitablemente, exactitud y precisión (algo, dicho sea de paso, que ocurre en todo proceso de traducción).
Es por ello que una de las discusiones más antiguas e interminables en el campo de la comunicación pública de la ciencia –incluyendo al periodismo científico– es el constante reclamo de los expertos investigadores que denuncian que los periodistas y divulgadores “tergiversamos” su ciencia. Los expertos nos exigen una cantidad de detalles que, ciertamente, garantizarían que nuestros textos fueran científicamente muy rigurosos, pero que los harían ilegibles para el público al que nos dirigimos.
Los comunicadores, por nuestra parte, nos defendemos con denuedo, poniendo por delante la claridad y argumentando que “no es lo mismo rigor científico que rigor mortis
”. Pero no se puede negar que hay veces que ocurren errores absurdos que son completamente indefendibles.
Hace unos días un lector me señaló uno de ellos: la noticia, que ha circulado ampliamente en internet y en varios medios impresos, de que “la vacuna contra el sarampión puede curar el cáncer”.
Las diversas notas que hablan del tema afirman que un grupo de investigadores de la Clínica Mayo, en Estados Unidos, encabezados por el doctor Stephen Russell, aplicaron un tratamiento experimental a la paciente Stacy Erholtz, de 49 años, que sufría de leucemia terminal incurable: “le inyectaron en la sangre una vacuna contra el sarampión en una dosis lo suficientemente fuerte como para inocular a 10 millones de personas”. El resultado fue que al poco tiempo, el cáncer desapareció: “se volvió indetectable”.
A partir de esto, ha cundido como pólvora la idea de que el cáncer es ya curable, y al mismo tiempo la duda sobre qué tan seguro podrá ser este tratamiento.
Sin embargo, se trata sólo de un caso extremo de deformación y degradación de la información científica debido a una “cascada divulgatoria” acelerada y defectuosa. En los textos publicados en diversos medios se omitieron detalles esenciales que cambian completamente las implicaciones de la noticia.
En primer lugar, el tratamiento aplicado a Erholtz consiste en un virus de sarampión modificado genéticamente para atacar únicamente a las células cancerosas (se le conoce como “terapia con virus oncolíticos”). Efectivamente, se basaron en un virus atenuado que se usa en vacunas; pero no se usó la vacuna misma.
Evolución de las dos pacientes tratadas |
En resumen, no se trata de una cura milagrosa ni de un éxito rotundo. Y no se usó la vacuna del sarampión. Se trata de un resultado interesante y estimulante para seguir investigando una vía experimental prometedora de terapia contra ciertos tipos de cáncer, que quizá, con mucha suerte y mucho trabajo, en una o dos décadas pudiera llegar a tener aplicaciones clínicas.
Definitivamente, comunicar la ciencia requiere rigor y una comprensión de la ciencia involucrada. De otro modo, la “cascada divulgativa” de Cereijido puede convertirse, como muchos investigadores temen, en una verdadera corrupción de la ciencia, que sólo desinforma. Una cascada contaminada.
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3 comentarios:
un claro ejemplo del telefono descompuesto.
Entre que la gente de los medio pocas veces tiene alguna formación que les lleve a investigar mas a detalle, y que se oye bonito lo de la cura al cancer, todo el mundo busca quedarse con ese cachito de información :(
Otra cuestión problemática, es que a diferencia de las noticias de política y de "la vida cotidiana", de las que todos decimos entender (aunque el grado de profundidad varía muchísimo, por eso son importantes los editorialistas y ensayistas especializados), en ciencia quien hace la nota periodística DEBE de tener cierto conocimiento previo del tema que va a transmitir (aunque sean generalidades, pero bien sustentadas en la ciencia aceptada), o transmite un montón de barbaridades por lo poco o nada que entiende del hecho que pretende transmitir.
Recuerdo claro cuando entrevistaron a mi tutor de maestría, y la auxiliar le mostró a la reportera unos cultivos de bacterias que fluorecen. Estaban congelados y la auxiliar tenía la manía de darle a los tubos congelados como si fueran molinillo (no sirve de nada). Pues la reportera sacó en conclusión que las bacterias fluorecían cuando las frotabas...
Otra cosa es que quien transmite un hecho científico debe saber lo suficiente como para ser crítico de la información y no tragarse cualquier patraña que un investigador le lance (las bacterias frotadas ni queriéndolo hacer se hubieran logrado tan bien), o vemos a gente transmitiendo las necedades de Seralini y a las ratas con tumores en la primera plana de La Jornada.
Pues, estimado Ribozyme, de La Jornada ya van varias que se platican aquí como inexactitudes, dejemoslo ahí, que no se saben si son por ignorancia, como lo que tu reseñas. Hace unas semanas denunciaba yo una franca mentira y difamación, en La Jornada, tratándose de temas políticos y de seguridad.
Coincidimos: hay que ser críticos con lo que se lee, cuestionar y no validar solo por el prestigio de quien lo expone. Saludos a todos.
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