miércoles, 19 de agosto de 2015

La inmortalidad del… gusano

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 19 de agosto de 2015

El gusano Caenorhabditis elegans
y su contraparte robótica
El gran temor de toda persona es la muerte. Lo reconozcamos o no, todos tememos ese momento en que dejaremos de existir, y al mismo tiempo tratamos de no pensar en ello, de olvidar la certeza que tenemos de ser finitos. Filósofos como Fernando Savater han dicho que es esa certeza de nuestra propia mortalidad lo que nos hace humanos: es en ese angustioso momento en la soledad de alguna noche oscura en que un niño o adolescente se hace consciente de que él también va a morir algún día cuando se vuelve plenamente una persona humana.

Las religiones y la fantasía siempre han jugado con la posibilidad de burlar a la muerte. La ciencia también ha explorado las causas del envejecimiento y ha buscado, así sea muy indirectamente, la manera de adquirir la inmortalidad. Pero ésta, pese a todos los esfuerzos, nos sigue eludiendo.

Y es que los cuerpos formados por células, tejidos y órganos tienden a deteriorarse inevitablemente, por más que con tratamientos contra el envejecimiento o el cáncer, con cirugías reconstructivas o de reparación y con terapias que retrasan el deterioro logremos posponer el proceso.

Sin embargo, si se piensa un poco la cuestión, es claro que lo que verdaderamente nos hace ser nosotros no es nuestro cuerpo, sino nuestro cerebro. Y, más precisamente, nuestra mente y nuestra conciencia: ese “yo” que somos y que es consecuencia del funcionamiento de ese cerebro. Sin cerebro no hay “yo”. Si lográsemos que ese “yo” siguiera existiendo, podríamos adquirir una forma particular, pero ciertamente factible, de inmortalidad.

Son interminables las discusiones sobre si bastaría con reproducir con precisión absoluta la estructura detallada de un cerebro, con sus 86 mil millones de neuronas y otras tantas células gliales, y los billones de conexiones entre ellas, para obtener también una réplica de la conciencia albergada en ese cerebro.

Suena inquietantemente reduccionista. Pero a menos que quiera uno dar cabida a concepciones dualistas, religiosas o no, que postulan la existencia de almas y espíritus inmateriales y sobrenaturales (y abandonar por tanto el enfoque científico), no queda más remedio que aceptar la posibilidad.

Filósofos, neurobiólogos, especialistas en computación e ingenieros han analizado seriamente la posibilidad de que, en un futuro, la tecnología y las neurociencias nos permitan reproducir nuestras conciencias en computadoras, permitiéndonos así alcanzar la única verdadera “inmortalidad” que tenemos disponible. Según lo describe la Wikipedia (en inglés), se trataría de la “emulación de un cerebro completo”, que consistiría en

…copiar el contenido mental, incluyendo la memoria a largo plazo y el “yo”, del sustrato de un cerebro particular y copiarlo a un sistema computacional, como una red neural artificial, ya sea digital, analógica o basada en software. Este sistema computacional correría entonces un modelo de simulación del procesamiento cerebral de la información, de modo que respondiera de forma esencialmente igual a la del cerebro original y experimentara el tener una mente consciente.
Pero llegar a eso requerirá primero una cantidad enorme de tiempo y trabajo. Cosa que no asusta a científicos e ingenieros. Actualmente se está trabajando en el estudio del conectoma humano: el mapa del cableado de todas sus conexiones neurales. Se planea posteriormente construir una simulación en computadora de todo el cerebro.

Pero para abrir boca han comenzado por reproducir el sistema nervioso más simple que se conoce: el del gusano redondo Caenorhabditis elegans, uno de los caballitos de batalla de los biólogos. Esta pequeña lombriz cuenta con sólo 302 neuronas, y se conoce el mapa de todas y` cada una de las conexiones entre ellas. Pues bien: Timothy Busbice, miembro del Proyecto OpenWorm, que busca algún día generar una reproducción computacional completa del gusano, generó un modelo en computadora de su conectoma y lo colocó en un robot motorizado construido con ladrillos Lego (de su serie Mindstorms: el modelo EV3). Los sensores de olfato del gusano, por ejemplo, se simularon con detectores de sonar. Las neuronas motoras de sus costados corresponden a los motores del robot.

Lo asombroso es que, sin necesidad de programar o someter a entrenamiento la red neuronal, sino simplemente con copiar las conexiones del gusano real, el robot espontáneamente presentó comportamientos análogos a los de su contraparte biológica. Al estimular el sensor de “olfato”, el robot se detuvo. Al estimular el de comida, avanzó. Y al activar los sensores de presión delantero o trasero, avanzó o retrocedió, como haría el gusano real.


[Haz clic aquí para ver el video, si no aparece en pantalla]

Es un pequeñísimo paso, pero prueba que es muy posible que baste con replicar las conexiones de un cerebro para reproducir sus funciones. Incluyendo, quizá, nuestra mente, nuestros recuerdos y nuestra conciencia.

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Contacto: mbonfil@unam.mx

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1 comentario:

Wm Gille Moire dijo...

Deprimente. Si sólo soy mi cerebro o mi conectoma, soy NADA. Un montón de eventos eléctricos o electroquímicos y nada más. Mi sensación de “ser yo”, “ser el mismo de ayer”, “el que se comprometió a”, “ser importante”, “tener derechos”, etc... son sólo eso: sensaciones. Eventos electroquímicos. Nada. Que me coloquen en ambientes simulados, o que me criogenicen y me pongan en lista de espera, no importa: sigo siendo nada. Y cualquier día hay un apagón, y tan-tán, ahora sí, adiós para siempre. O, peor aún, me mantienen vivo, pero esclavizado por los siglos de los siglos.

Se necesita una gran fe para ser ateo. Una gran fuerza para creerse la doctrina según la cual LO ÚNICO REAL son las partículas y las ondas. Pero nadie es tan humilde; todos nos creemos importantes. Por ello... no hay ateos de verdad.