Publicado en Milenio Diario, 27 de julio de 2016
La Iglesia Católica, y en particular la Arquidiócesis Primada de México, parecen tener una especial obsesión con el ano. Y más precisamente, con el sexo anal.
O al menos, eso es lo que parece al leer los artículos que, como parte de la violenta campaña que la Curia ha desatado en contra de la iniciativa presidencial para legalizar los matrimonios entre personas del mismo sexo, anunciada por el presidente Peña Nieto en mayo pasado, ha publicado su semanario Desde la fe.
En el segundo de una serie de cinco artículos, publicados originalmente en agosto de 2015, y que han vuelto a circular en las últimas entregas del semanario (aquí puede usted leer las cinco entregas reunidas en un solo texto), la Arquidiócesis afirma que las relaciones homosexuales “son un problema de salud”.
El hecho de que las relaciones sexuales entre varones suelan incluir –entre otras cosas– la penetración del pene en el ano es un tema del que no se suele hablar expresamente. El ano, a pesar de que todos tenemos uno que usamos diariamente, es una zona del cuerpo que estamos educados para ver con rechazo y asco. En parte es natural, pues a través de él se elimina el excremento que, además de su olor desagradable, contiene enormes cantidades de microbios que pueden causar infecciones.
En el texto de Desde la fe, la Arquidiócesis señala que “La mujer tiene una cavidad especialmente preparada para la relación sexual, que se lubrica para facilitar la penetración [y] resiste la fricción”. Lo cual es cierto, aunque luego añade que esa “cavidad”, cuyo nombre no se atreve a decir, “segrega sustancias que protegen al cuerpo femenino de posibles infecciones presentes en el semen”, lo cual, además de falso, revela la visión del semen que tiene la iglesia: algo nocivo y potencialmente infeccioso....
“En cambio –continúa el texto–, el ano del hombre no está diseñado para recibir, sólo para expeler. Su membrana es delicada, se desgarra con facilidad y carece de protección contra agentes externos que pudieran infectarlo. El miembro que penetra el ano lo lastima severamente: causando sangrados, infecciones, y eventualmente incontinencia, pues con el continuo agrandamiento, el orificio pierde fuerza para cerrarse.”
Esto no es más que una sarta de inexactitudes. Cierto, la función del ano y recto es la expulsión de materia fecal, y su penetración violenta o forzada puede causar daños. La mucosa rectal es menos resistente a la fricción que la vaginal, pero dista, afortunadamente, de ser delicada y frágil. Y claro, aunque sólo fuera por higiene, en toda penetración anal el uso del condón se debería dar por descontado (pero el recto y ano sí cuentan con protección contra infecciones; de otro modo, viviríamos continuamente con éstas, tomando en cuenta la cantidad de microbios presentes en la materia fecal).
En realidad el sexo anal (o, más correctamente, el coito anal) dista de ser una práctica exclusiva de los homosexuales, o algo poco común. Millones de parejas, homo u hetero, lo practican felizmente de manera regular. Consulte usted cualquier página seria de sexología (o el sitio de videos porno de su preferencia), para ver a parejas de cualquier sexo y orientación sexual disfrutándolo. Lo único que se necesita, además de condones, es un poco de cuidado, paciencia, práctica y lubricante. (Muchos varones heterosexuales, por cierto, lo disfrutan también con sus parejas femeninas a través de la penetración digital o con dildos, pues la estimulación de la próstata que se logra puede ser enormemente placentera.)
El sexo anal es un tema que durante mucho tiempo, y todavía para muchas personas, sigue siendo “tabú”. Pero al mismo tiempo es y ha sido siempre una práctica sexual perfectamente común, disfrutable y que, correctamente realizada, no tiene por qué producir ningún daño (lo del ano que se vuelve guango por el uso no pasa de ser una sandez sin fundamento; de otro modo las personas que sufren de estreñimiento perderían rápidamente el tono muscular del esfínter anal; y uno no ve que los anuncios de proctólogos abunden en bares, revistas o sitios web gays).
Usar al sexo anal de pretexto para hacer creer que los matrimonios homosexuales dañan la salud es desinformar de manera malintencionada y tramposa. (No vale la pena ni comentar otras mentiras contenidas en el texto publicado en Desde la fe, como que “la mayoría de los homosexuales reconoce tener adicción al sexo, e inclinación hacia un estilo de vida promiscuo”, o que el condón “deja pasar virus microscópicos así que realmente no ofrece segura protección”.)
La campaña de la Arquidiócesis, que no se limita a los artículos del semanario, propaga ideas que propician la discriminación y el odio, además de datos erróneos sobre la salud. Tanto la Secretaría de Gobernación como la de Salud deberían plantar una postura firme, como ya lo están haciendo algunas organizaciones LGBTTTI, frente a esta campaña que vulnera al Estado Laico y la estrategia nacional de salud, además de los derechos humanos de las minorías sexuales.
Cada quien hace de su ano un papalote, dice el dicho. La Arquidiócesis debería tratar de superar su obsesión con la forma en que uno decida usarlo.
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