Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 6 de julio de 2016
En 1962 la bióloga estadounidense Rachel Carson publicó su célebre libro Primavera silenciosa, donde expuso los daños que el uso imprudente de pesticidas –especialmente el DDT– causaba a la naturaleza y al ser humano. Dio así origen al movimiento ambientalista, que hoy forma parte indispensable de nuestra cultura global y que nos ha hecho conscientes de nuestra responsabilidad como usuarios del planeta.
Pero incluso las mejores intenciones pueden generar monstruos, y el ambientalismo no es la excepción. Greenpeace, organización no gubernamental con raíces estadounidenses, base en Holanda y oficinas en más de 40 países, se ha convertido en uno de los más notorios.
Greenpeace surgió originalmente en 1970 como el “Comité no hagan olas” (Don’t Make a Wave Comittee), llamado así por su oposición a las pruebas nucleares marinas, que se pensaba podían ocasionar tsunamis, y cambió a su nombre actual en 1972. De acuerdo con su página web, fue formada por “cuáqueros [miembros de la comunidad cristiana “sociedad religiosa de los amigos”], pacifistas, ecologistas, periodistas y hippies”. Entre las causas que defiende, a través de campañas y protestas donde busca siempre el mayor impacto mediático posible, están el rechazo a toda tecnología nuclear, la oposición a las armas y la promoción de la paz, el combate a la contaminación química del ambiente, la protección de ballenas y otros animales en peligro de extinción, y la oposición al cultivo y consumo de vegetales transgénicos.
Desgraciadamente, Greenpeace tiende a llevar su lucha a extremos de fanatismo. Sus protestas llegan a dañar monumentos (como ocurrió en diciembre de 2014 en las Líneas de Nazca, en Perú) y frecuentemente violan leyes internacionales. Se rehúsa a reconocer la posibilidad de que el uso de pesticidas, de energía nuclear o de organismos transgénicos pueda tener algún aspecto positivo, y las rechaza tajantemente. Todo esto ha ocasionado que su imagen pública haya decaído: desde los años 90 no le basta con el dinero que recibe de simpatizantes y fundaciones (no recibe dinero de gobiernos), y se ha visto obligada a recurrir a la estrategia de recaudar dinero de particulares a través de activistas que los abordan en lugares públicos. A pesar de lo cual tiene ingresos anuales de 400 millones de dólares.
El pasado primero de julio un grupo de 110 ganadores del premio Nobel (la gran mayoría de ellos en ciencias naturales, sobre todo medicina y química) suscribió una carta [haz click aquí para ver la versión en español] donde acusa a Greenpeace de “crímenes contra la humanidad” por su rechazo dogmático al uso de cultivos transgénicos, que podrían ayudar a combatir el hambre en el mundo, y en especial al llamado “arroz dorado”.
Es bien sabido que los vegetales genéticamente modificados son polémicos: sus posibles efectos negativos en el ambiente y la diversidad biológica, o su uso inequitativo por parte de compañías biotecnológicas, hacen que haya que considerar cada caso por separado, haciendo un balance costo/beneficio. Pero sus opositores desinforman difundiendo como ciertos hechos hoy refutados, como que pueden causar daños a la salud, o que son incapaces de ofrecer ningún beneficio.
El caso del arroz dorado es emblemático: fue desarrollado durante ocho años y presentado en el 2000 por un grupo de científicos encabezados por el suizo Ingo Potrykus y el alemán Peter Beyer, con el fin de combatir la deficiencia de vitamina A, mal endémico que afecta a 250 millones de personas en el mundo y causa ceguera a entre 250 y 500 mil niños anualmente, sobre todo en África y el sudeste de Asia (donde, precisamente, el arroz es una de las bases de la alimentación). De estos niños, la mitad morirán un año después de quedar ciegos, debido a la deficiencia de vitamina A. Mediante tecnología de ADN recombinante se introdujeron genes de planta (narciso) y bacteria (Erwinia) al arroz dorado que le permiten producir altas cantidades de beta-caroteno, sustancia que al ser consumida se transforma en vitamina A (y que normalmente no contiene grano de arroz). Su cultivo y distribución masiva podría prevenir la deficiencia con sólo consumir una taza diaria de arroz dorado . Pero los opositores a los transgénicos, y muy notoriamente Greenpeace, han logrado impedir esto, mediante intensas campañas y cabildeo político.
Esgrimen argumentos como que el arroz dorado no contiene suficiente beta-caroteno: hoy se ha desarrollado el “arroz dorado 2”, que sí lo contiene, de sobra (23 veces más que el arroz dorado original). Se dijo que el beta-caroteno no sería aprovechado de igual forma por el cuerpo humano: hoy los estudios demuestran que es tan eficaz como el obtenido por fuentes tradicionales. Se dijo que las proteínas transgénicas que contiene podrían provocar graves alergias; nuevamente, se ha comprobado que no es así (de hecho después de décadas de consumir cultivos transgénicos en todo el mundo, no hay casos de alergias ni de ningún otro daño a la salud reportados). Pero el hecho es que el arroz dorado, gracias a las campañas en su contra, sigue sin cultivarse. Por cierto: este cultivo no es producto de ninguna trasnacional biotecnológica, ni producirá ganancias millonarias a ningún capitalista.
Es interesante leer la carta de los Nobel. Es más interesante aún leer la respuesta oficial de Greenpeace, llena de afirmaciones vagas, medias mentiras y acusaciones de complot. Muchos expertos la han ya analizado y criticado seriamente.
En mi opinión, ha llegado el momento de reconocer (como lo hizo Patrick Moore, uno de sus fundadores originales, cuando la abandonó en 1986) que organizaciones intransigentes como Greenpeace y otras similares juegan un papel profundamente anticientífico, y por tanto dañino, en la discusión de muchos temas donde la protección del ambiente y el bienestar humano están en juego. Y eso, aunque sea un buen pretexto para recaudar fondos, no beneficia ni a la sociedad ni al ambiente.
Patrick Moore: por qué abandoné Greenpeace
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6 comentarios:
A mí lo que me escama es que entre los firmantes esté Alfred G. Gilman, Nobel de medicina en 1994, que falleció el 23 de diciembre de 2015.
Tema complicado, y digo complicado por lo siguiente:
soy biólogo egresado de la UANL, durante mi primer semestre y ante la "pasividad" de muchos, incluyendo a la misma Facultad de Ciencias Biológicas, me acerqué a Greenpeace en Monterrey. Con una plática tuve para entender su funcionamiento, falta de "guías" conocedores y expertos del tema y ganas de juntar dinero. Pusieron un ejemplo de su trabajo, deteniendo un cargamento por tren proveniente de Estados Unidos con arroz transgénico que, claro, en ese país no se puede consumir. Si bien sus formas de actuar no me pareció adecuada, me parece más grave el echo que se venda este producto sin informar, sin etiquetar, sin el conocimiento de la población o consumidores finales.
Entiendo que los transgénicos tienen candados, controles, etc. ¿pero por que prohibieron la exportación de la miel de Yucatán por contener trazos transgénicos si son tan "buenos" para todos? (http://www.jornada.unam.mx/2014/04/17/ciencias/a02n1cie)
No soy abogado del diablo, al igual que leemos y nos interesa este tipo de trabajo, ahora sabemos y conocemos, gracias a Greenpeace, muchos de los productos transgénicos (Bimbo, tía Rosa, etc.) y podemos, con conocimiento, decidir que consumimos y qué no, y ese trabajo no lo hicieron los encargados de "cuidarnos".
Entiendo perfectamente el punto del texto, informar adecuadamente, pero no son también los encargados de tomar esas decisiones (lease gobierno, academia, medios) tan o más culpables por no informar? ¿tal vez ellos crearon a greenpeace y al greenpeace que todos llevamos dentro?.
!Un abrazo fuerte!
Lo de la miel de Yucatán ha sido bien explicado, y siempre estuvo muy claro: el problema no es que las trazas de transgénicos sean "dañinas" (no para las abejas ni para los humanos que consumen la miel). Simplemente, la fobia a los transgénicos en Europa, y en especial en Alemania, el principal consumidor de la miel yucateca, hace que esas trazas hagan imposible autorizar la importación. Más allá de eso, no hay ninguna evidencia de que su consumo pudiera provocar algún daño (aunque claro, los fanáticos antitransgénicos seguirán insistiendo en que, aunque no haya evidencia, se deben prohibir).
Ojo: el creer que el etiquetado de alimentos que contienen transgénicos es algo deseable, parte de la suposición inicial, e infundada, de que su consumo podría dañar la salud. No lo hace. Por lo tanto, salvo casos muy específicos (por ejemplo, no querer consumir transgénicos como parte de una oposición a las consecuencias económicas o sociales de su consumo), el etiquetado es algo totalmente inútil, que sólo promueve la mentira de sus posibles daños a la salud.
Al otro anónimo: la carta circuló y fue firmada desde mucho antes de ser publicada. Gilman la firmó, obviamente, cuando estaba vivo.
Aún estando de acuerdo en casi todo lo que dice el autor quiero hacer una puntualización. En la mayoría de los artículos que comentan la carta abierta de los Nobel a Greenpeace (en la mayoría de los que yo he leído, reconociendo que frecuento webs que, al menos en este caso, están en contra de la postura de Greenpeace) se hace incapié en uno de los puntos: lo del crímen contra la humanidad. La carta en castellano que enlaza el autor comienza con "Para los líderes de Greenpeace, las Naciones Unidas y los gobiernos de todo el mundo", luego todo lo que en ella se dice se dirige también a la ONU y los gobiernos. La misma carta termina con "¿Cuántas personas pobres en el mundo deben morir antes de considerar esto un "crimen contra la humanidad"?", luego no se está acusando a nadie directamente de crimen contra la humanidad, digamos que se deja caer la idea. Y en la respuesta de Greenpeace que también enlaza el autor dicen "Lo que están diciendo los premios Nobel es que piden a Greenpeace que cambie su postura sobre los transgénicos no que acusen a Greenpeace de cometer crímenes contra la humanidad." (en negrita en el original). Es decir, los Nobel han cuidado mucho la redacción de la carta (como corresponde a su nivel) y creo que han sido los titulares sensacionalistas los que, sacando las palabras de contexto, han buscado y conseguido manipular la opinión pública.
La carta de los Nobel está llena de llamamientos, razones, datos, pero no hay acusaciones.
Durante toda mi vida (nací en el 65) he admirado a los que se interponían entre el arpón y la ballena, pero, sin entrar en otros detalles, creo que con los transgénicos se equivocan. Greenpeace tiene un gran poder mediático, y en este caso se equivocan. De la ONU y los gobiernos, poderes fácticos, mejor no hablar. Si alguien leyera mis cartas yo no sería tan correcto como los Nobel.
"hoy los estudios demuestran que es tan eficaz como el obtenido por fuentes tradicionales"
¿Qué estudios? El estudio más citado tiene un tamaño muestral paupérrimo de apenas poco más de 60 personas, sin doble ciego ni nada. Además, ese mismo estudio fue retirado por cometer faltas de ética.
Otro punto es que la mayoría de Nobeles de la carta no son científicos. Por la misma razón, ¿por qué no mencionas las criticas de Nassim Taleb?
Tercer punto: las críticas a Greenpeace son un burdo ad-hominem de parte de Mulet. Aparte me parece desastroso que no menciones el detalle de que Mulet es socio de Genetic Literacy y de varias sociedades patrocinadas por Monsanto, Syngenta y otras. La sociedad a la que está afiliado, ARP-SAPC y la americano Council on Science and Health, la primera española y la otra norteamericana, resulta que reciben donaciones de la industria. Al menos se espera que Mulet declare conflictos de interés y nunca lo hace. Eso demerita sus opiniones como autoridad.
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