Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 31 de agosto de 2016
La muerte de Juan Gabriel, ese gran músico que marcó las vidas de todos los mexicanos –nos gustara o no su música (a mí me gusta mucho, desde que la conocí en los lejanos 70 con canciones como No tengo dinero y sobre todo Siempre en mi mente)– no podía llegar en un momento más simbólico.
No porque coincida, en este año fatídico, con las de otros, aunque muy distintos, titanes de la música como Bowie o Prince. Sino porque ocurre casi al mismo tiempo que el conservadurismo religioso y su campaña en contra de los derechos de las minorías sexuales –a las que pertenecía el Divo de Juárez– está a punto de llegar a su clímax, con las marchas convocadas en septiembre para oponerse a la propuesta presidencial en pro de los matrimonios igualitarios, la adopción y los plenos derechos para estas poblaciones, largamente tratadas como ciudadanos de segunda.
Un oscuro “Frente Nacional x la Familia” y otros grupos promotores de las marchas contra los derechos de estas minorías –no “a favor de la familia”, pues la existencia de familias distintas no amenaza de ninguna manera la de las tradicionales– difunden una serie de mentiras absurdas, como que las reformas propuestas permitirían “que cualquier hombre que se sienta mujer pueda entrar a baños públicos de mujeres”, “que a tus hijos desde preescolar los vistan del sexo opuesto para que puedan elegir ser niño o niña”, o “que tus hijos menores de edad tengan una relación con un adulto”. Ni la Presidencia, ni la Secretaría de Gobernación ni la de Salud han movido un dedo para impedir esta desinformación manipuladora, ni para refutarla.
Pero detrás de estas mentiras absurdas se hallan otras ideas, también comprobadamente falsas. Que la homosexualidad es de alguna manera dañina para quienes la practican –conmueve la preocupación del cavernal Rivera por el ano de dichos practicantes– o que puede dañar la salud física o mental de los niños criados en familias homoparentales, mito que el doctor Juan Ramón de la Fuente, especialista en psiquiatría, desmiente con firmeza en un artículo publicado el pasado lunes en El Universal.
Otra idea absurda que se difunde como hecho es que los padres homoparentales podrían influir en la orientación sexual de los hijos que criaran. Pero si la orientación sexual fuera contagiosa, no habría homosexuales, ya que todos son hijos de parejas heterosexuales.
En el fondo de todo está el eterno prejuicio de que la homosexualidad es intrínsecamente “mala”. El mismo prejuicio contra el que Juan Gabriel, el maricón más notorio, admirado, exitoso y querido de México tuvo que luchar toda su vida, y que logró superar gracias a su talento.
Existe una razón por la que el Estado Mexicano es laico, y por la que la educación pública, según ordena la Constitución, debe ser ajena a doctrinas religiosas y estar, en cambio, basada en el progreso científico. Esa razón es que a diferencia de la religión –que en nuestro país llevó en 1926 a una guerra civil, la Cristiada–, la ciencia es el método más confiable que la humanidad ha desarrollado para obtener conocimiento sobre la naturaleza, y dicho conocimiento, por estar basado en evidencia, funciona al ser aplicado. La cada vez más estridente oposición religiosa –abierta o disimulada– a una iniciativa presidencial progresista contraviene, si no la letra, sí el espíritu de la Constitución, que prohíbe la participación religiosa en asuntos políticos.
Juanga nunca quiso salir de su clóset de cristal: “lo que se ve no se pregunta”. Se entiende: le tocó crecer y vivir en décadas dominadas por el machismo homofóbico.
Pero hoy que las autoridades, lejos de defender el estado laico y el pensamiento crítico basado en conocimiento científico, doblan la cabeza ante la embestida política y la campaña de desinformación orquestadas por la iglesia y los grupos más retrógradas del país, ¡qué necesaria sería una declaración suya, o mejor, una canción, con la que combatiera el odio homofóbico que burbujea en todo el país!
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