Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 13 de noviembre de 2016
Publicado en Milenio Diario, 13 de noviembre de 2016
El árbol evolutivo original de Darwin (1837) |
Acaba de terminar una semana terrible.
Murió otro de los grandes, Leonard Cohen. El pueblo estadounidense demostró que
no es capaz de impedir que un loco irresponsable que representa lo peor de la
cultura de su país llegue al puesto de mayor poder en el planeta (hoy,
increíblemente, Donald J. Trump es el personaje más famoso y más poderoso del
planeta, alguien en quien todos en el mundo despertamos pensando, al menos en
lo que pasa el shock inicial). Y los
mexicanos demostramos que no hemos abandonado nuestras fobias y prejuicios
ancestrales, y que podemos ser manipulados por campañas religiosas para
discriminar a grupos minoritarios, mientras que nuestros políticos, al sepultar
la iniciativa para aprobar a nivel nacional el matrimonio igualitario, demostraron
que no gobiernan para beneficiar al país, sino para ganar votos.
La sección de ciencia del New York Times, al día siguiente de la
fatídica elección estadounidense, anunció que estaría re-publicando algunos de
sus mejores artículos de este año, como apoyo para distraer la mente de sus
lectores de negro panorama político.
Eso me da pie para recuperar una fascinante
noticia publicada en abril pasado: la construcción de una nueva versión, mucho
más detallada, del “árbol de la vida”, que trae algunas grandes sorpresas.
La idea de árbol de la vida, el menos en
el sentido moderno, biológico, procede de Charles Darwin, quien en el siglo XIX
propuso que las especies de seres vivos evolucionan por un proceso de variación
y selección a partir de sus ancestros. Todos los seres vivos estamos
relacionados; todos somos parientes, y todos procedemos de un mismo origen
evolutivo. Si representamos gráficamente este proceso, poniendo el origen de la
vida en la raíz y el avance del tiempo y de la evolución hacia arriba, lo que
obtenemos es precisamente un árbol cuyas ramas se bifurcan incesantemente.
Árbol de cinco reinos de Ernst Haeckel (1866) |
En tiempos de Darwin, cuando se pensaba
que el mundo se dividía en tres reinos, mineral, animal y vegetal, la taxonomía
–la clasificación de los seres vivos– se guiaba por las características físicas
de los distintos organismos. Posteriormente, El avance de la ciencia y el
estudio de los microorganismos unicelulares, así como el desarrollo de disciplinas
como la citología, microbiología y la bioquímica, hicieron que los métodos de clasificación incluyeran también
las características metabólicas de los organismos (después de todo, todas las
bacterias se ven más o menos parecidas: sólo estudiando sus diferencias metabólicas
se las podía distinguir). El árbol de la vida se fue complicando.
En el siglo XX se hablaba más bien de
filogenia que de taxonomía (aunque ambos términos son casi sinónimos), y la genética
y la biología molecular hicieron posible, por primera vez, clasificar a los
organismos de acuerdo a la información contenida en sus genes, o bien expresada
en la secuencia de aminoácidos que forman sus proteínas (la cual, como se
recordará, depende de la información genética). Se popularizó un árbol de la
vida dividido en cinco reinos: animal, vegetal, hongos (que no son ni plantas
ni animales), protozoarios (organismos microscópicos, casi siempre
unicelulares, con núcleo celular) y bacterias, que a diferencia de todos los
anteriores, llamados eucariontes, son
procariontes: organismos microscópicos unicelulares cuyas células no tienen un
núcleo definido.
Árbol filogenético de tres dominios de Carl Woese |
Pero en 1990, el investigador
estadounidense Carl Woese, luego de analizar la información genética del
ribosoma –organelo celular responsable de fabricar proteínas, que está presente
en todas las células vivas– descubrió
que el árbol de la vida en realidad tiene tres grandes ramas, a las que llamó dominios: el que incluye a los cuatro
reinos de eucariontes; el de las bacterias, y un dominio nuevo que contiene a
otros organismos aparentemente muy similares a éstas, pero que presentan también
diferencias tan grandes que ameritaban incluirlas en su propio dominio: las arquea (o archaea en latín, anteriormente clasificadas como
“arqueobacterias”).
El siglo XXI nos trajo la era de la
genómica: la posibilidad de analizar ya no genes individuales, sino genomas
enteros (la totalidad de los genes de un organismo). Y también, gracias a la
secuenciación masiva de ADN y su análisis mediante poderosas computadoras, dio
paso a la era de la metagenómica: el
análisis simultáneo de múltiples genomas de todos los distintos organismos
presentes en una muestra.
Durante años, un grupo internacional de
investigadores encabezados por Jillian Banfield, de la Universidad de
California en Berkeley, analizaron los genes correspondientes a 16 proteínas de
los ribosomas de 1,011 nuevas especies de microorganismos, descubiertas
mediante métodos metagenómicos que permiten detectarlos aunque jamás se hayan
observado ni cultivado en el laboratorio. Obtuvieron las muestras de
ecosistemas tan diversos como la boca de delfines, ventilas hidrotermales
submarinas, aguas superficiales, el desierto de Atacama, una pradera y un
géiser.
El árbol filogenético presentado por Jill Banfield en 2016. Nótese la gran rama (morado) de la radiación de candidatos a phylum. |
Luego, usando 3 mil 800 horas (más de
cinco meses) de tiempo de una supercomputadora, compararon esos genomas con los
de otras 2,072 especies de organismos ya conocidos, pertenecientes a todas las
ramas del árbol de la vida, y construyeron un nuevo árbol filogenético que
muestra, de manera más detallada que nunca antes, las relaciones evolutivas
entre los seres vivos. Sus resultados se publicaron en la revista Nature Microbiology.
Dos cosas destacan en este bello árbol.
Una es la cantidad inmensa de microorganismos, tanto bacterias como arquea,
cuya existencia desconocíamos: resulta que la mayor parte de las especies vivas
forman parte de la “materia oscura microbiana” que sólo detectamos por su ADN.
Otra es una gran rama dentro del dominio de las bacterias –llamada “radiación
de candidatos a phylum” (candidate phyla
radiation; los phylum son un nivel de clasificación biológica intermedio entre
reino y clase)– constituida por organismos jamás cultivados pero cuyo
metabolismo, según se puede deducir de su ADN, es enormemente simple, al grado
de que carecen de algunas funciones biológicas básicas. Se especula que pueden
ser representantes de especies muy antiguas, o bien que se han adaptado para
sobrevivir en simbiosis.
¿Y nosotros? Los animales, junto con
todos los demás organismos eucariontes, quedamos en una rama ínfima derivada
del dominio de las arquea.
La nueva y detallada imagen del árbol de
la vida no sólo es fascinante: también inspira humildad. A Darwin le habría
encantado. Pero quizá también nos da un sentido de perspectiva: frente a la
inmensidad de la evolución biológica, la subida al poder de un desquiciado, y
otras injusticias de la vida, se ven un poquito –sólo un poquito– menos
amenazadoras.
¿Te gustó?
Compártelo en Twitter:
Compártelo en Facebook:
Contacto: mbonfil@unam.mx
Para recibir La ciencia por gusto cada semana
por correo electrónico, ¡suscríbete aqui!
1 comentario:
Sumamente interesante y ameno su artículo.
Publicar un comentario