domingo, 20 de noviembre de 2016

El mal

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 20 de noviembre de 2016

Recientemente me invitaron a grabar un comentario breve para la radio sobre un tema intrigante: el origen del mal.

Pasado el inicial desconcierto (¿qué podría yo tener que decir acerca de un concepto tan vago y abstracto como “el mal”?), mi cerebro comenzó a explorar posibilidades.

En lo primero que pensé –dada la extraña e inquietante época que estamos viviendo– fue en el triunfo electoral de Donald Trump. En la crisis de la democracia que se vive en el mundo. En la amenaza, que algunos vislumbran en el horizonte, de la decadencia de la civilización y la llegada de una nueva edad media de ignorancia y autoritarismo. Pero luego respiré hondo.

Más tranquilo, miré al fondo de mi alma racionalista y atea y concluí que no podía comentar sobre “el mal” concibiéndolo como lo hacen muchas religiones: como una fuerza más allá de la naturaleza, una influencia o espíritu maligno, a veces incluso encarnada en entes concretos –“el demonio”–, que de alguna manera impulsa a las personas a cometer los numerosísimos actos de maldad que plagan la historia humana.

Me inclino por la concepción del mundo que le da sustento a la civilización moderna: la que se basa antes que nada en el valor del pensamiento racional, en la posibilidad de entender, de manera medianamente objetiva, el mundo que nos rodea. Pero también en valores como la igualdad, la libertad, la democracia (“la peor forma de gobierno conocida, excepto por todas las demás”, dicen que dijo Churchill) y la justicia.

Y algo más: una concepción del mundo donde las explicaciones sobrenaturales no son útiles para resolver problemas reales. Acepto que haya quien quiera creer que existen entidades y fuerzas que van más allá de lo natural. Pero así como en ciencia tales creencias resultan innecesarias, inútiles y estorbosas, también creo que lo son en muchas otras áreas (en particular en la toma de decisiones que afectan a la esfera pública: por eso es tan importante defender el Estado laico).

De modo que, si el mal no es consecuencia de influencias demoniacas, ¿tendrá una explicación natural? Se ha discutido si pudiera tener bases biológicas. No en forma de un “gen de la maldad”, que por supuesto es una completa tontería. Pero existen sin duda instintos animales que, como animales que somos, los humanos compartimos, y que se relacionan con conductas agresivas de territorialidad y competencia. Estos instintos tienen bases evolutivas, anatómicas, fisiológicas, hormonales y cerebrales que deben tomarse en cuenta para estudiar la maldad humana.

Sin embargo, no creo que sirva de mucho buscar en la biología el origen del mal. Estrictamente, se trata de un error filosófico. Las categorías éticas no tienen cabida en el mundo natural ni el biológico: no hay montañas, ríos ni huracanes “malos”; una leona no es “mala” cuando devora a una gacela. Es sólo en el contexto de las sociedades humanas que estos valores adquieren sentido.

Por todo eso, al final el punto central de mi comentario terminó siendo éste: para mí, el origen de la maldad es la ignorancia.

En efecto: la especie humana, en virtud de su historia evolutiva y del enorme desarrollo de la corteza cerebral que ésta trajo consigo, se ha convertido en la única especie en el planeta que ha sido capaz de desarrollar un lenguaje avanzado que puede expresar conceptos abstractos. Que ha podido construir sociedades donde la experiencia de las generaciones anteriores no se pierde, sino que puede conservarse y transmitirse a los jóvenes a través, precisamente, de ese lenguaje, expresado oral o simbólicamente. Y gracias a ello ha sido la única especie que ha trascendido su naturaleza animal y sus instintos para desarrollar una civilización donde el conocimiento, los valores y los acuerdos comunitarios pueden irse construyendo y refinando para bien de todos.

El proceso mediante el que logramos esto es la educación. Durante siglos, transmitir el conocimiento humano –la cultura– a las generaciones humanas ha sido la garantía de que la civilización persista. Una sociedad es mejor en tanto sus miembros estén mejor educados. Sin educación no puede haber democracia, ni igualdad, ni justicia, ni valores, ni ciencia ni tecnología ni prosperidad. Un ciudadano no educado no puede tomar las decisiones más acertadas respecto a estos temas. Lo mismo ocurre cuando es toda una sociedad la que no está educada.

Creo que el oscuro panorama mundial, el avance de la derecha retrógrada, la erosión de los sistemas democráticos, la reacción contra los avances en derechos humanos, el ascenso de los totalitarismos religiosos y de la demagogia política (sea de izquierda o derecha) son todos producto, entre otros factores, de la falta de educación.

Sólo un pueblo educado puede sostener las discusiones informadas y razonadas –basadas en información verídica, confiable y sustentada en razonamientos lógicos– que forman la base de la democracia. Sólo así ésta puede funcionar.

El gran enemigo es la ignorancia. Trump es sólo su consecuencia más visible. Más nos valdría, como sociedades, redoblar nuestros esfuerzos por fortalecer la educación y combatir a la ignorancia, origen de todo mal.

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Contacto: mbonfil@unam.mx

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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Tanta verborrea, para tan pequeña conclusión.

Anibal Alberto Acosta Palacio dijo...

Escueto comentario propio del mezquino.

Silvio dijo...

Estimado Martín. Soy asiduo lector de tu columna online y creo que en este tema tal como comentaste no eres propiamente un experto. Dices que es un asunto filosófico, pero yo prefiero decir que es un tema PSICOLÓGICO. Y sé que la psicología como otras ciencias sociales gozamos de mala fama entre los "científicos exactos". Sin embargo sé que tú eres progresista y de mente abierta, con lo cual creo podrías apreciar los trabajos del gran psicólogo social Philip Zimnbardo, de lo mejor que yo conozco sobre el tema.
De hecho uno de sus últimos libros dedicado al tema es "The Luciffer Effect" donde explica "la psicología del mal".

Como divulgadores de la ciencia nos puede parecer intuitivo pensar que la ignorancia es la madre de todos los males, incluida la moral. Pero creo que leer a Zimbardo te abrirá más el panorama sobre fenómenos psicológicos que hay detrás de ello.

Te paso unos links: http://www.prisonexp.org/book/
http://www.ted.com/talks/philip_zimbardo_on_the_psychology_of_evil

Y aquí puedes ver algo de lo bueno: http://heroicimagination.org/

¡Saludos!