domingo, 13 de mayo de 2018

Amenaza inminente

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 13 de mayo de 2018

El título de esta colaboración no se refiere a las próximas y ominosas elecciones en México. Ni siquiera a lo que la Era Trump, con todas sus implicaciones, significa para el mundo. Tiene que ver, más que con política, con el tema de la cultura. Y en particular, de la cultura científica.

Vivimos tiempos oscuros. En todos los países se está presentando un cambio cultural que se manifiesta en fenómenos tan preocupantes como un número creciente de ciudadanos que creen, muchas veces apasionadamente, en ideas tan absurdas y carentes de sustento como que el cambio climático es inexistente, que las vacunas dañan la salud, que la Tierra es plana, que el sida no es causado por un virus, que el cáncer es provocado por los malos pensamientos (y se cura con limón y bicarbonato, secreto que “la industria farmacéutica no quiere que sepas”), que el ser humano jamás llegó a la Luna, que seudoterapias como la homeopatía, la acupuntura o las terapias con cristales o imanes son más eficaces que los tratamientos científica y clínicamente comprobados, o que el mal de Alzheimer es causado ¡por comer pan! (Gaby Vargas dixit, recientemente…).

Éstas y otras creencias no son sólo tonterías de alguna gente poco educada. Son ideas que están siendo aceptadas por grupos cada vez más amplios, y que incluyen no sólo personas individuales que ponen en riesgo su salud (o la de otros, en el caso de quienes se niegan a vacunar a sus hijos), sino también gobernantes, funcionarios, tomadores de decisiones, empresarios y líderes de opinión, que influyen en las vidas de muchas personas.

¿A qué se debe este fenómeno? Indudablemente es multifactorial. Me arriesgo a aventurar algunas de sus posibles causas:

1. El creciente deterioro del sistema educativo de muchos países, que causa que las habilidades de lectoescritura y de pensamiento lógico y crítico, además de la cultura general y científica de los jóvenes, se empobrezca.

2. El auge de la “cultura digital” que ha causado una crisis editorial en que los periódicos y revistas de papel, y en menor medida los libros, que tradicionalmente pasaban por un proceso más o menos riguroso de edición y de control de la calidad de sus contenidos, hayan sido reemplazados, en muchos casos, con lecturas disponibles en internet, cuyos contenidos pueden o no ser confiables.

3. La predominancia de las redes sociales, que monopolizan el tiempo que muchas personas antes dedicábamos a la lectura y nos acostumbran a recibir un continuo flujo de información fragmentaria, de calidad dudosa y que puede consumirse en bocados pequeños y compartirse instantáneamente. Ello ha acarreado, en todo el mundo, un deterioro en las capacidades lectoras: leemos menos libros –de hecho y nos cuesta más concentrarnos el tiempo requerido para leerlos–, y todo texto más extenso que un tuit nos parece “muy largo”.

4. Un “encono social”, nuevamente a nivel global, que ocasiona que los ciudadanos tiendan a desconfiar y rechazar toda forma de autoridad, incluida la intelectual y la académica. Y también, claro, la científica. Es impresionante, por ejemplo, cómo mucha gente puede confiar plenamente en supuestas terapias basadas en principios que parecerían contradecir todo sentido común, y desconfía en cambio de tratamientos avalados por extensos estudios clínicos e investigación detallada que nos permite entender cómo y por qué son eficaces.

Todo eso, sumado, parecería ser la receta para un desastre. Parecería que el siglo XXI nos ha traído, en vez de aquellos sueños de paz, salud, prosperidad, autos voladores y colonias en la Luna, la amenaza de una nueva Edad Media que se cierne sobre la civilización humana. O a veces así pareciera.

Contra esto, quienes nos hemos dedicado a labores culturales como la divulgación científica hemos siempre confiado en que propagar el conocimiento, poner la cultura científica –los argumentos, los datos, las explicaciones– al alcance del público general era una manera de contribuir a mejorar nuestra civilización y ayudar al progreso general de nuestras sociedades. Hoy, diversas investigaciones muestran que no basta con la información confiable y los argumentos lógicos para combatir la creencia en seudociencias y charlatanerías diversas. Quienes las albergan lo hacen, también, debido a un fuerte componente ideológico y emocional, que no puede ser modificado con argumentos racionales.

Seguramente exagero. Y seguramente tampoco hay mucho que hacer más allá de seguir buscando más y mejores formas de difundir la cultura científica.

Pero también convendría investigar qué podemos hacer para combatir mejor las ideas nocivas, y para recuperar ese aprecio por el conocimiento y la cultura que habían sido, hasta ahora, una de las mejores herramientas de supervivencia de nuestra especie.

¿Te gustó?
Compártelo en Twitter:
Compártelo en Facebook:

Contacto: mbonfil@unam.mx


No hay comentarios.: