miércoles, 8 de enero de 2014

Ciencia de calidad

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 8 de enero  de 2014



Cuando se habla de ciencia, pareciera que se apela a algo definitivo, seguro y absoluto. Por supuesto, no es así: la ciencia es una actividad que genera conocimiento comprobable y confiable, pero también, necesariamente, provisional y cambiante. Los conceptos científicos cambian, se refinan, se modifican y a veces se desechan por completo para ser sustituidos por otros que, creemos, describen mejor el mundo que nos rodea.

La ciencia bien hecha produce conocimiento altamente confiable, que al ser aplicado funciona. Pero hay también ciencia chambona, mal hecha, que ni siquiera pasa el primer filtro de control de calidad científica –la revisión por pares previa a su publicación en una revista especializada–, o bien que, aunque logra publicarse, no resiste la prueba del tiempo. Porque el control de calidad no termina ahí: los resultados científicos, una vez publicados, siguen discutiéndose, sometiéndose a prueba y a veces llegan a ser refutados.

Asimismo, hay casos ya no de incompetencia o error, sino de mala fe: los fraudes científicos en los que un investigado inventa sus resultados, con el fin de obtener prestigio y mantener su empleo (a los científicos se les evalúa en función del número de artículos que publican en revistas especializadas y la calidad de las mismas). Es difícil descubrir los fraudes, pero no demasiado, y el castigo para quien los comete suele ser grande.

Finalmente, hay también seudociencias: creencias o disciplinas que, sin serlo, se presentan como científicas (a veces ingenua, pero equivocadamente, a veces en un engaño descarado), que imitan superficialmente el lenguaje o el método de la ciencia. Astrología, medicina “cuántica”, ovniología (ufología), investigación paranormal, homeopatía… los ejemplos abundan.

El problema es: ¿quién decide qué es ciencia y qué no; qué es ciencia de buena calidad y cual no? En general, como bien mostrara el historiador de la ciencia Thomas Kuhn, es el consenso de la comunidad científica el que establece el “criterio de cientificidad”. Normalmente este consenso obedece a la evidencia y la argumentación lógica, aunque también es influido –como magistralmente mostró el propio Kuhn– por factores culturales, ideológicos, políticos, económicos y hasta estéticos.

Y el primer paso en la formación de ese consenso es la famosa revisión por pares que hacen las revistas científicas, que proviene del siglo XIX. Recientemente discutimos aquí un artículo del premio Nobel Randy Shekman, en el que criticaba duramente a las grandes revistas científicas comerciales (a las que apodaba “de lujo”) por considerar que privilegian las investigaciones más vistosas o atractivas para la prensa, en vez de las mejores desde un punto de vista científico.

La alternativa a las carísimas revistas comerciales es el llamado “open access” (acceso libre): revistas que se pueden leer gratuitamente en internet –aunque cobran a los autores por publicar en ellas– y que en muchos casos (el más famoso son las revistas del proyecto PLoS (Public Library of Science) publican todos los artículos que reciben, siempre y cuando sean investigaciones bien hechas. Es decir, no eligen “la mejor” ciencia (ni la más vistosa).

En un artículo de opinión publicado en marzo de 2013 en su blog, Michael Eisen, uno de los fundadores de PLoS, argumenta que las revistas científicas ya no son funcionales en el siglo XXI, y que se benefician indebidamente al cobrar por leer (las bibliotecas universitarias, por ejemplo, gastan fortunas en suscripciones) investigaciones que fueron pagadas con dinero público, en primer lugar. Eisen piensa que las revistas deben cambiar: volverse electrónicas, ser de acceso libre, y sustituir la revisión por pares previa a la publicación por una revisión posterior, que permitiría ir actualizando y mejorando los datos publicados conforme pasa el tiempo (o eliminando la información errónea).

Son propuestas revolucionarias, pero algunas de ellas ya están comenzando a ocurrir. De cualquier modo, los cambios en el sistema de evaluación tendrán que seguir garantizando la calidad: tiene que seguirse pudiendo distinguir la ciencia mal hecha y la seudociencia de la ciencia legítima.



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4 comentarios:

Unknown dijo...

El principal problema aquí no es la comunidad científica. Esta perfectamente podría sobrevivir con publicaciones libres y una revisión posterior (la revisión por pares sería entonces un proceso espontáneo y con puntos de vista variados, aunque lenta). Pero la ciencia tiene un efecto sobre los campos ajenos a la comunidad (sociedad, industria, cultura,...) y estos suelen "exigir" resultados concluyentes, aplicables y claros. Los "campos ajenos" suelen tener los recursos económicos, pero también pueden ser fácilmente engañados. Las revistas científicas "tradicionales" pueden ofrecer una ciencia revisada y estandarizada, confiable para los "grupos ajenos". Pero las revistas de acceso libre pueden servir perfectamente a la grupos especializados y estos podrían reproducir los resultados, mejorar las conclusiones e incluso encontrar aplicaciones. En conclusión, ambos modelos deberían funcionar, es responsabilidad entonces de los científicos y divulgadores despejar dudas a las personas y evitar la propagación de la "ciencia de mala calidad" entre la población.

Anónimo dijo...

Este divulgador es de risa, en primer lugar no existe la tal "comunidad científica" sino diferentes comunidades científicas, a ver si discute eso en la universidad donde labora con filósofos de la ciencia. En segundo lugar, eso de que alguien establece qué es ciencia y qué no depende mucho del lugar y de la región, en tercer lugar es ya evidente que la homeopatía no es ninguna seudociencia. Y dicho sea de paso, si aplicamos los mismos estándares, no existe ningún consenso ni de cerca, de qué es seudociencia, lo más cercano que existe son los inventos de Mario Bunge quien se amasan fortunas con editoriales y "congresos" de "escépticos", sus criterios son de risa, no resisten ni un análisis de cinco minutos, es un desperdicio de hojas y hojas en sus libros de un modelo ficticio donde la seudociencia es lo que según él cree que es.
Además falta mencionar la censura científica.

Luis Martin Baltazar Ochoa dijo...

Tocayo, después de leer este mismo tema que trataste el año pasado y ahora en el articulo actual, yo decidiría por las revistas tradicionales. Me parece que los criterios de las otras revistas, de libre acceso, tienen por ahí un componente ideologico que pondera mas que una investigación dada este al alcance de todos, a que esa investigación ya haya tenido un cierto proceso validador.
¿de que sirve que mas artículos estén disponibles a cualquiera, si esos artículos no son en principio confiables?
Los científicos deberían empujar mas para quitar componentes ideologicos de lo que se hace en investigación. Con tanta ideología, se parece mas a política, que a ciencia. Saludos.

Vicente Oscar Mier Vela dijo...

La ideología no está separada del mundo real. No me he topado con ninguna ideología cuyo propósito no sea mejorar algo que se perciba como algún aspecto práctico de la vida cotidiana real del ser humano.

Las ideologías chocan porque no todos perciben como importantes las mismas cosas.