Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 21 de enero de 2015
El tema de las razas humanas siempre levanta polémica. Y resurge periódicamente.
En 1994 un libro llamado La curva de campana (The bell curve), del psicólogo Richard Herrnstein y el politólogo Charles Murray, ambos estadounidenses, causó gran revuelo al afirmar que la inteligencia humana (medida como IQ, concepto ya bastante polémico en sí mismo) presentaba diferencias entre las distintas razas humanas, y que estas diferencias podían atribuirse a los genes.
Se imaginará usted la discusión que siguió. Todo tipo de especialistas en ciencias sociales y humanidades, además de biología, psicología y genética, denunciaron al libro como racista. Y con razón.
Más recientemente, el famosísimo biólogo James Watson, uno de los descubridores de la doble hélice del ADN, se suicidó académicamente en 2007, mientras promovía su más reciente libro Prohibido aburrirse (y aburrir) (Avoid boring people), al declarar que la inteligencia de los negros era inferior a la de los blancos. (Probablemente pensaba que estaba ayudando a combatir la injusta situación de la población negra de África, al pedir que tal diferencia de inteligencia se tomara en cuenta al diseñar políticas educativas… Pero su legendaria torpeza y falta de tacto le impidió darse cuenta de las implicaciones racistas de lo que para él eran simplemente “datos”.)
Pues bien: se acaba de presentar la edición en español del libro Una herencia incómoda (A troublesome inheritance, 1994), del periodista científico inglés Nicholas Wade. ¿Su tesis? Que los modernos estudios de genomas humanos permiten reconstruir la historia de nuestra especie en los últimos 50 mil años, a partir de nuestro origen en África, y muestran que conforme los grupos humanos se fueron dispersando geográficamente, fueron acumulando cambios evolutivos que hoy explican la existencia de tres (o cinco, o siete, pues el dato cambia a lo largo del libro) “razas continentales” humanas (blancos, negros y asiáticos, a las que podrían añadirse otras).
Esto bastaría para levantar controversia, pero Wade va mucho más allá: argumenta que son esas diferencias genéticas entre razas las que explican las características de las diversas culturas (la democracia e innovación occidentales, la sumisión y respeto por la tradición de los orientales, por qué los judíos ganan tantos premios Nobel, por qué las sociedades árabes tienden al autoritarismo y las africanas a la organización tribal, entre otras barbaridades).
En otras palabras, Wade pretende reducir no sólo las características físicas raciales, sino la historia humana entera, y las peculiaridades de las distintas sociedades, a la influencia de los genes en el comportamiento de los individuos de cada “raza”.
El debate que se ha desatado es intenso, y proseguirá. Pero conviene aclarar un poco qué hay detrás del concepto de raza.
En primer lugar, no es una categoría biológica claramente definida, sino un nivel de clasificación (inferior al de especie y subespecie) informal y más bien arbitrario. Obviamente, las diferencias en el promedio de ciertas características físicas (color de piel, cabello, estatura…) existen objetivamente, y tienen bases genéticas. Pero son generalizaciones del promedio de lo que en realidad es un mar de variaciones individuales, y no equivalen a “razas” en el sentido que éstas existen en otras especies. Dentro de cada población hay varias versiones (alelos) de cada uno de los genes que controlan estas y otras características de los individuos. Además, su expresión depende de las condiciones ambientales. Pensar en una “raza” como si fuera un grupo homogéneo es incorrecto. Mas aún: si se analiza la variación en la composición genómica de las distintas poblaciones humanas que ocupan los distintos lugares geográficos (qué alelos de ciertos genes son más predominantes en la población, y cuales son minoritarios o están ausentes), se hallará que no hay bordes definidos, sino grupos diversos que, aunque en promedio difieren entre sí, se mezclan continuamente, sin separación
En segundo lugar, la cantidad de diferencias genéticas (en promedio) entre las varias “razas” humanas (que, como el propio Wade muestra, se definen arbitrariamente) es ínfima. Mucho menor que la que separa, en promedio, a dos individuos cualquiera. Las razas caninas, por ejemplo, son genéticamente más distintas entre sí; y aún así, más allá de las obvias diferencias físicas, desde el punto de vista biológico y evolutivo resultan una sola especie: las diferencias entre ellas no justifican considerarlas siquiera como subespecies.
Para todo fin práctico, entonces, la existencia de razas humanas es sólo una manera arbitraria de clasificar individuos. Una manera que además resulta muy poco confiable, y para colmo, que socialmente causa muchos problemas. Esto no quiere decir que ciertas poblaciones no tengan ciertas características que las distinguen, en promedio, de otras poblaciones, como tener piel más morena o ser más susceptibles a ciertas enfermedades (esto último es importante por ejemplo para desarrollar tratamientos médicos y políticas de salud adaptadas a las características de las distintas poblaciones). Lo que quiere decir es que considerar tales diferencias como algo biológicamente importante, algo que define a distintos tipos de ser humano, es erróneo.
Finalmente, Wade también yerra al suponer que las diferencias entre poblaciones humanas evolucionaron por selección natural, dando origen a “razas” adaptadas a distintos ambientes. Numerosísimos estudios de distintas disciplinas (antropología, genética de poblaciones, biología evolutiva, paleontología) muestran que fueron otras fuerzas evolutivas, como la deriva génica (producto del aislamiento geográfico de ciertas poblaciones) o el intercambio de genes de una población a otra (flujo genético), no la selección natural, lo que generó estas diferencias, y por tanto ello no implica que las distintas “razas” estén “mejor adaptadas” a ciertos ambientes, ni que debido a ello presenten ciertas temperamentos.
Pero quizá lo más importante es que gente como Wade, Watson o Herrnstein y Murray olvidan que la idea de “raza” humana no es un concepto biológico, sino social. Por eso su uso da pie a interpretaciones que, más allá de sonar ofensivas, tienen consecuencias graves a nivel individual, social, legal, de derechos humanos y en muchos otros ámbitos.
Como dice Arthur Allen en una reseña del libro de Wade publicada en el New York Times, “Pocas áreas de la ciencia han contribuido más a la infelicidad humana que el estudio de las diferencias raciales”. Presentar los estudios sobre raza como conocimiento científico y pretender justificar con ellos juicios infundados sobre poblaciones humanas es un típico ejemplo de mala ciencia. Mal planteada, mal interpretada y que sólo sirve para justificar la injusticia.
¿Te gustó? ¡Compártelo en Twitter o Facebook!:
Contacto: mbonfil@unam.mx
Para recibir La ciencia por gusto cada semana
por correo electrónico, ¡suscríbete aqui!
2 comentarios:
Una de las cosas me gusta de la ciencia es lo amoral que es (no se confunda con inmoral). A la ciencia no le importa si los descubrimientos o datos son políticamente correctos o si daña las susceptibilidades de las personas, la ciencia busca datos crudos y duros, puedan gustarnos o no.
Las pocas veces que he leído alguna crítica de los estudios que menciona este post se basa principalmente que los realizadores de ese estudio son racistas y estúpidos. Eso me incomoda y voy a decir porqué.
En esas pocas menciones que me he encontrado jamás he encontrado argumentos crudos que refuten esos estudios, que digan que están mal hechos y que los datos fueron manipulados. Seguramente existe algún texto que lo haga pero las pocas veces que encuentro argumentos en contra de ellos normalmente se hacen con las vísceras.
Ahora, no estoy negando que esos estudios estén mal, realmente no los he leído y ni me interesa hacerlo; tampoco estoy negando que las intenciones de esas personas sean racistas pero creo que sería más convincente que se desacreditara los estudios que se están haciendo con datos duros que hacerlo atacando directamente a los realizadores.
Aún tengo la idea de que la inteligencia o habilidad de las personas no tiene que ver con la raza que sean, creo que se debe más a las circunstancias en la que viven, pero si algún día alguien me demuestra que los orientales son más fuertes o que los morenos tienen más resistencia física o que lo negros son inteligentes o que los blancos son más observadores y no lo pueda refutar, me dolerá aceptarlo pero la realidad se tendrá que aceptar.
Sobre el manejo de la raza simplemente es una forma más de clasificación o identificación que por desgracia ha sido utilizada de mal forma y por lo tanto satanizada. Ahora es pecado decir que alguien es negro o moreno cuando esas palabras son ofensivas dependiendo del contexto que quieras usar.
Yo no tengo inconveniente que alguien me diga moreno porque la palabra en sí misma no tiene ofensa alguna. La fuerza o trasgresión de la palabra es más en el contexto utilizado o a la intención que se pretenda al momento de decirla.
Pero es que además lo tonto de esta discusión es que es histórica.
Es decir, desde el siglo XVI (o antes), se ha buscado justificar el concepto de "raza" humana, pero efectivamente, es un concepto social y no científico.
Es uno de los conceptos más vagamente definidos de la historia, y que además siempre incurre en problemas. Por ejemplo, si todos los orientales incurren en autoritarismo, ¿por qué India es la democracia más grande del mundo? ¿O los indios no son orientales?
Y si los europeos tienden a la democracia y a la inventiva, ¿por qué los países europeos del Este tienen una historia de autoritarismo, genocidos, etc, etc? Por no mencionar el estalinismo, el nacionalsocialismo, etc, etc (y por supuesto, toda la historia medieval de Europa)...
Parece que estoy leyendo una reseña de un libro de algún británico o alemán del siglo XIX que quiere mezclar a Ranke, Hegel y a Darwin.
En resumen, mi comentario es "esto es lo que pasa cuando la gente no estudia historia ni historia de la ciencia."
Publicar un comentario