Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 20 de mayo de 2015
Nada más desesperante que una discusión empantanada. Pero cuando uno se dedica a la comunicación pública de la ciencia, cuyo objetivo es precisamente difundir y promover las ideas científicas entre el público general, es inevitable enredarse en ellas de vez en cuando (sobre todo hoy, en esta era de las redes sociales).
Y es precisamente en redes como Facebook o Twitter donde uno llega a meterse en discusiones que inicialmente pueden parecer interesantes, pero que tienen la desagradable costumbre de tornarse necias, aburridas o incluso agresivas y hasta violentas. Como en la vida real, hay internautas finos y educados y otros que creen válido descalificar sin mayor trámite, insultar o hasta amenazar a quienes no están de acuerdo con ellos.
A estos últimos se los conoce popularmente como “trolls” (o, según la Real Academia, “troles”): personas molestas, agresivas y –ojo– obsesivas. Un trol que se respete no molesta sólo una vez, sino que lo toma a uno como blanco para ataques repetidos y sistemáticos. (En realidad la palabra troll denota a un “monstruo maligno de la mitología escandinava que habita en bosques o grutas”, añade la Academia. En el habla de internet, la definición “formal” de trol es más restringida que la anotada arriba: “persona que publica mensajes provocadores, irrelevantes o fuera de tema en una comunidad en línea… con la principal intención de molestar o provocar una respuesta emocional en los usuarios y lectores, con fines… de… alterar la conversación normal en un tema de discusión, logrando que los mismos usuarios se enfaden y se enfrenten entre sí”. Lo cierto es que neologismos como éste aún están en proceso de evolución: su significado sigue redefiniéndose, ampliándose y cambiando continuamente.)
La naciente sabiduría internetiana y de redes sociales –apenas estamos empezando a generar los modales y reglas de convivencia para nuestra nueva realidad virtual, y en el camino vamos cometiendo todos los errores posibles– nos ofrece la siguiente máxima para lidiar con estos molestos pero al mismo tiempo fascinantes individuos, en cuyas redes tantos caemos hasta desgastarnos: “no alimentes al trol” (don’t feed the troll). La receta normalmente funciona: si en vez de responder los ataques, con el consiguiente desgaste emocional y de tiempo –y el ridículo de exhibirse públicamente en discusiones necias– uno simplemente ignora al latoso, luego de un rato éste suele buscar otra víctima más propicia.
El consejo se basa en el entendido de que discutir con un trol es inútil: rara vez se logra que cambie, así sea mínimamente, su punto de vista. Pero varias investigaciones recientes van en contra de esta generalización.
El Pew Research Center de Washington DC, un centro independiente de investigación sobre medios de comunicación, publicó en octubre pasado los resultados de una encuesta aplicada a 2,849 internautas sobre la agresión en internet. Hay resultados muy interesantes: 73% de usuarios ha presenciado (virtualmente) casos de comportamiento agresivo, desde insultos y troleo hasta amenazas y acoso sexual, y 40% lo han experimentado personalmente; en la mitad de los casos, los agredidos no conocen la identidad real de los agresores; las agresiones ocurren tanto en redes sociales como en blogs, juegos en línea y por email.
Pero se halló también algo inesperado: 60% de las personas agredidas simplemente ignoraron las molestias, mientras que 40% tomaron alguna medida al respecto (confrontar al agresor, desamigarlo, bloquearlo, discutir el problema con los demás participantes en el foro, o incluso borrar su propio perfil o reportar el asunto a las autoridades, en los casos de agresiones más graves). Lo curioso es que ambas estrategias parecen ser casi igual de efectivas: tanto 83% de quienes ignoraron los ataques (no “alimentaron al trol”) y 75% de los que sí respondieron de algún modo reportaron estar “satisfechos” con el resultado. En algunos casos esto se logró dialogando con el trol.
Por otra parte, en una ponencia de 2014 (comentada en el blog de Ethan Zuckerman, del Centro sobre Medios Civiles del Instituto Tecnológico de Massachusetts) la especialista en internet y sociedad Susan Benesch, de la Universidad de Harvard, cuestionó, basándose en los resultados de varios estudios sobre redes sociales, la idea de “no alimentar al trol”. “Los troles son personas”, argumenta, y añade que no necesariamente son el problema, sino el síntoma. Cita casos como el de las polémicas elecciones de Kenia en 2007, donde había muchos más comentarios agresivos en Facebook que en Twitter. ¿La razón? Que en esta red muchos líderes de opinión objetaban de inmediato los tuits violentos. Como consecuencia, muchos agresores reconocieron lo inadecuado de sus agresiones. Algo similar ocurrió en Estados Unidos cuando en 2014 la indo-americana Nina Davuluri ganó el concurso Miss America: los tuits insultándola por ser “árabe” o “musulmana” inundaron la red, pero los cuestionamientos y críticas razonadas de la comunidad de tuiteros lograron que muchos trols se retractaran o disculparan.
Benesch aboga por lo que llama counterspeech (que podríamos traducir como "contradiscurso" o “cuestionamiento mediante el diálogo”) como herramienta contra la violencia en internet, y argumenta que en muchos casos razonar con los troles es mucho más efectivo que simplemente ignorarlos. Señala que la presión social generada en las redes sociales puede ser suficiente en muchos casos para hacer conscientes a los troles de los efectos de su comportamiento agresivos y para corregirlo. Y añade que se requiere más investigación para entender con más detalle en qué casos puede funcionar mejor cada estrategia para modificar las actitudes, las ideas y el comportamiento de los agresores (por ejemplo, confrontar directamente o bien usar el humor y la parodia como estrategias para persuadir al trol de lo inadecuado de su comportamiento). Este tipo de investigación, que resultaría casi imposible de hacer con la palabra hablada, puede realizarse fácilmente en internet y las redes sociales.
Discutir –no sólo en internet, sino en la vida diaria: en la mesa de la comida, el pasillo de la oficina, el café, el salón de clases, una junta de trabajo o en un seminario científico– es una manera de razonar. De pensar colectivamente. Hay que saber escoger las batallas, pero es posible que muchas veces dialogar con un trol no sea una completa pérdida de tiempo.
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