miércoles, 3 de febrero de 2016

¿Embriones a la carta?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 3 de febrero de 2016

Los biólogos moleculares dicen desde los años 70 que hacen “ingeniería genética”, pero la verdad es que más bien se han dedicado a hacer corte y confección con herramientas que ni siquiera han inventado ellos mismos, sino que han tomado prestadas de la naturaleza.

Esto no quiere decir que las también llamadas “técnicas de ADN recombinante” no sean producto de un ingenio y una creatividad enormes. Los investigadores identificaron, aislaron, adaptaron y aprendieron a usar para sus propios fines las enzimas con las que las células cortan, modifican y vuelven a pegar, con precisión molecular, el material genético. Los beneficios de la aplicación de esta tecnología se han manifestado en campos como agricultura, producción de medicamentos, manufactura química e investigación científica.

Pero la habilidad de modificar genes también despertó temores. “Jugar a ser dios” con el material genético de los seres vivos podría tener efectos inesperados. Luego de debates y deliberaciones, se adoptó el consenso de que la modificación genética de seres humanos quedaría prohibida (en algunos países incluso penalmente).

En 2012 las científicas Emmanuelle Charpentier, sueca, y Jennifer Doudna, estadounidense, desarrollaron una nueva y revolucionaria técnica llamada CRISPR-Cas, que permite modificar genes –ya sea inactivándolos, “corregiéndolos” o introduciendo genes nuevos– de manera mucho más precisa, eficaz, sencilla y barata (ya el año pasado comentamos aquí el Premio Princesa de Asturias que recibieron por su desarrollo). La “edición de genomas”, como se le conoce, se volvió rápidamente un herramienta indispensable en los laboratorios. Y nuevamente surge el dilema ético: ¿qué tan aceptable es modificar el genoma humano, ahora que se tiene una herramienta que lo hace mucho más factible?

En abril de 2015 el equipo del científico chino Junjiu Huang anunció que había usado la técnica CRISPR-Cas para introducir una modificación para intentar corregir la enfermedad genética conocida como beta-talasemia, que causa anemia grave que puede ser mortal, en embriones humanos desechados por clínicas de fertilidad. Para tratar de evitar dilemas éticos, se utilizaron sólo embriones inviables, es decir, que no tienen la capacidad de desarrollarse para convertirse en un bebé. Aun así, el experimento –que por cierto tuvo resultados negativos que llevaron a los autores a afirmar que la técnica “no estaba madura” para su uso en humanos– desató una polémica internacional.

Kathy Niakan, del
Instituto Francis Crick, de Londres
Pues bien: el pasado lunes primero de febrero la Autoridad de Embriología y Fertilización (HFEA) del Reino Unido, organismo que regula la investigación en temas de fertilidad, otorgó a la investigadora Kathy Niakan, del Instituto Francis Crick, de Londres, luego de una cuidadosa consideración, un permiso para utilizar CRISPR-Cas para modificar embriones humanos viables. Niakan usará la técnica investigar la función del gen OCT4, que participa, durante las primeras etapas del desarrollo, en la diferenciación de las células que formarán los distintos tipos de tejido que nos constituyen.

La HFEA sólo autorizó el uso de los embriones durante los primeros 14 días de su desarrollo, pasados los cuales tendrán que ser destruidos (el experimento de Nikan, no obstante, sólo durará 7 días). Tampoco se permitirá que sean implantados en mujeres. Los resultados permitirán entender mejor las causas de la infertilidad en parejas. Un fin importante y noble, si tomamos en cuenta que, según datos de Estados Unidos, entre un 6 y un 10 por ciento de las mujeres pueden presentar este problema (en México, una encuesta de 2013 reveló que 3 de cada 10 parejas son infértiles).

Nuevamente, el debate está servido. Principalmente porque, al modificar un embrión, se estaría modificando la línea germinal humana: los cambios genéticos podrían ser transmitidos a la descendencia, si el embrión completara su desarrollo hasta ser adulto y se reprodujera. Estaríamos hablando entonces, ciertamente, de la posibilidad de cambiar el futuro de la especie humana: podrían eliminarse enfermedades hereditarias, pero también se podrían tener efectos no deseados, e incluso se podría usar la técnica con fines poco éticos.

Algunos grupos de científicos están convocando a reuniones internacionales para discutir las implicaciones bioéticas. Otros llaman a una moratoria de toda experimentación con CRISPR-Cas en embriones humanos. Lo cierto es que la posibilidad de editar nuestro genoma está ahí, y probablemente será usada, tarde o temprano, para producir seres humanos modificados.

Es probable, y deseable, que la autorización otorgada a Niakan sirva, como esperan algunos expertos, para alentar un amplio debate que permita que, cuando llegue el momento, esta tecnología se use a nivel global de forma controlada, responsable y segura.

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Contacto: mbonfil@unam.mx

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1 comentario:

Wm Gille Moire dijo...

Como partidario del Laissez faire, digo que está muy bien todo esto de la ingeniería genética: que cada uno pueda elegir cómo quiere a su bebé, así como puede elegir cómo quiere su filete mingon (y no venga nadie con la consabida patraña de que "hay que regularlo", porque con eso sólo conseguirá que los ingenieros genétistas se vayan al mercado clandestino).

Pero, igual, como partidario del Laissez faire, digo que eso está muy mal MIENTRAS suceda (como sucede hoy) que los estatólatras dan órdenes a los líderes, los líderes a los legisladores, los legisladores a los generales, y los generales a los científicos e ingenieros. Porque no tardarán en aparecer los Eugen Fischer y los Josef Mengele. MIENTRAS siga siendo así, mejor a la antigüita: lo que Dios mande.